El
Centro Municipal Integrado de El
Llano (c/
Río de Oro, 37- Gijón)
desarrollará el Martes, 18 de Febrero de 2020, a las 19’30 horas, la sesión mensual del Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora”
para proseguir su programación del Primer
Semestre de 2020 abordando el tema «La Filosofía ante las “enfermedades
malditas” aquí y ahora: Entre la esperanza médica, las restricciones económicas
y las supercherías»...
La
sesión se plantea como reflexión general y concreta que debe partir
necesariamente del hecho de que la inmensa mayoría de la humanidad (el llamado Sur o, más bien, los países “económicamente subdesarrollados y
desarrollantes”) padece enfermedades infecciosas (que frecuentemente
adquieren proporciones de epidemia)
sin la posibilidad de acceder a medicamentos fácilmente accesibles para la
minoría privilegiada del mundo rico
(el llamado Norte o, más propiamente,
los países “económicamente desarrollados
y subdesarrollantes”)… Mientras tanto, la industria farmacológica
transnacional invierte ingentes cantidades de dinero en investigación puramente
cosmética (con frecuente uso de principios activos que podrían paliar muchas de
las “enfermedades de la pobreza”) y en la renovación de patentes con añadidos
puramente instrumentales (sin cambio de principios activos) para perpetuar el
beneficio… Y, claro, también en la investigación sobre algunas “enfermedades
malditas” (por causar un temor que las convierte poco menos que en
innombrables), como el cáncer que,
dada la prolongación de la esperanza de
vida y la proliferación de factores de riesgo (desde los contaminantes
hasta la mala alimentación en medio de un ritmo vital acelerado que generaliza
el estrés en una situación de “neurosis experimental generalizada”) en el mundo rico, sacude con virulencia sus
poblaciones… En este sentido, la Organización
Mundial de la Salud, el Centro
Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) y la Unión Internacional Contra el
Cáncer (UICC) celebran el 4 de febrero de cada año como
el Día Mundial contra el Cáncer,
con el objetivo de aumentar la concienciación y movilizar a las sociedades para
avanzar en la prevención y control de esta enfermedad. Y, en
concreto, la Organización Mundial de la
Salud ha planteado la celebración del año 2019 bajo el lema «Crea
un futuro sin cáncer cervicouterino: El momento de actuar es ahora»: “La comunidad mundial celebra el Día Mundial contra el Cáncer este 4 de
febrero con un llamamiento a actuar ahora para crear un futuro sin cáncer. Este
año, la OPS enfoca la campaña en el cáncer cervicouterino, que puede
prevenirse mediante vacunación contra el VPH,
tamizaje y tratamiento de las lesiones precancerosas; y puede ser curado si es
detectado temprano y tratado adecuadamente… El cáncer cervicouterino es el
tercero más común entre las mujeres de América Latina y el Caribe. Cada año,
más de 72,000 mujeres son diagnosticadas y más de 34,000 fallecen por cáncer
cervicouterino en la Región de las Américas… La vacunación contra el virus del
papiloma humano (VPH) puede reducir significativamente el riesgo de cáncer
cervicouterino. La OPS recomienda vacunar a las niñas de 9 a 14 años, cuando la
vacuna es más efectiva. Las vacunas de VPH están disponibles en 35 países y
territorios de las Américas, pero las tasas de cobertura con las dos dosis aún
no alcanzan el 80% de las niñas. Junto con la vacunación, el tamizaje, el
diagnóstico temprano y el tratamiento de las lesiones precancerosas pueden
prevenir nuevos casos y muertes… La Organización Mundial de la Salud ha
priorizado la eliminación del cáncer cervicouterino como problema de salud
pública. En las Américas, los ministros de salud aprobaron un plan de acción
regional dirigido a reducir en un 30% los nuevos casos y muertes por cáncer
cervicouterino para 2030… Con el fin de sensibilizar al público, la OPS lanzó
la campaña «Es hora de poner fin al cáncer cervicouterino». Esta campaña es
especialmente relevante para mujeres, padres y madres, y profesores, ya que
proporciona información sobre el cáncer cervicouterino y lo que pueden hacer
para prevenirlo.”
En
fin, por otro lado, el ser humano es
el único animal que huye de su cuerpo, tal y como muestra, por ejemplo,
Santiago Alba Rico en su Ser o no ser (un cuerpo) –Barcelona,
Seix Barral, 2017-: en efecto, una buena parte de las cosas que hacemos en
nuestra vida van dirigidas al precario intento de huida de nuestro cuerpo
mortal (desde las dietas hasta el inmersión, casi desesperada a veces, en la
cosmética y la moda indumentaria; desde el intento de sobrecompensación en las
diversas disciplinas de culto al cuerpo hasta
el paroxismo de la gastronomía y la concepción de “lo saludable”;…) y, por eso,
las envolvemos en una logomaquia entre metafísica y mística de fingimiento y
ocultación (como es tan frecuente en el caso del cáncer y de lo que sacan
provecho buen número de conspiranoicos, gurús y curanderos de distinto pelaje)…
La turbulenta adolescencia propia de la cultura
occidental (tan distinta de la de otras culturas, como señalara ya en 1928
Margaret Mead en su Adolescencia, sexo y cultura en Samoa) nos hace conscientes de
nuestro cuerpo, y “nos obliga a “contraerlo” como si de un mal incurable se
tratase; un mal con el que, en episodios más o menos agudos, contando con más o
menos paliativos, tendremos que cargar ya toda la vida. Así que hemos creado
sociedades (económicamente desarrolladas y subdesarrollantes de las que no lo
están) que gastan buena parte de su capital
cultural (y financiero) en la
creación de un imaginario de negación de
la corporeidad como esencia humana (que, con frecuencia, sirve para
legitimar restricciones económicas en materia de sanidad pública: “quien quiera
situar su cuerpo en un primer plano o hacer con él lo que quiera, que se lo
pague… Junto a las consecuencias”). Y es que esa estrategia de ocultación que, ligada por el poder a
las emociones de repugnancia y vergüenza, no es sino una estrategia
defensiva frente a los arteros usos como elemento de exclusión social (desde un imaginario de lo límpido que los condena a
lo inmundo) y geográfica (desde procesos de reclusión pública o privada) de colectivos que no participan de
ella, que no participan de la huida de su cuerpo, sus degeneraciones y sus
excrecencias… Esto, que es recogido y desarrollado lúcidamente por Martha Nussbaum (El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y
ley, 2004 –con edición castellana en Katz, 2006-), muestra que la repugnancia ha sido utilizada a lo largo
de la historia como un poderoso instrumento al servicio de los esfuerzos
sociales dirigidos a la exclusión de grupos y personas: nuestro impulso hacia
la ruptura con nuestra condición corpórea (animal) es tan intenso que ya no nos
basta con proscribir heces, cucarachas y animales rastreros o viscosos;
necesitamos un grupo de humanos para unirnos contra ellos, un “los otros” que demonizar (como tan evidentemente ocurre con el VIH/SIDA (o buena
parte de las enfermedades psiquiátricas); como, incluyendo la condescendencia
paternalista de una mirada conmiserativa, ocurre en tantas manifestaciones
personales del cáncer), una alteridad que
podamos cargar de perversiones y/o
máculas para situarla en el límite entre lo humano y lo asimilable como vilmente
(aunque fuere de forma involuntaria) animal… Y es
que ha de ser posible pensar, incluso, en la
repugnancia y el asco que puede llegar a provocarnos (véase la certera y
prolija
Anatomía del asco, 1997, que nos ofrece William Ian Miller –con edición castellana en
Taurus, 1998-) para enfrentarnos al hecho de que buena parte de la historia de
las ideas de estos últimos doscientos años se ha construido sobre la
consagración de la idea de lo límpido
como poderoso principio civilizatorio y garante de la consolidación de la modernidad frente a la barbarie. Así lo ha hecho desde un imaginario del higienismo en el que las
excrecencias del cuerpo (materiales y simbólicas) constituyen el núcleo
generador de prácticas condenadas por prejuicios y temores al secretismo y la
ocultación… Toda cultura, toda sociedad,
todo pueblo a lo largo de la historia y en cualquier lugar del planeta se ha
ocupado del cuerpo, de sus cuidados y conflictos relativos a la sexualidad, la
manifestación de emociones, la higiene,
la moralidad, la dietética, la indumentaria o las diversas prácticas para su
mantenimiento, pero lo ha hecho con la voluntad de generar un estado de cosas al servicio de esa instrumentalización normativa excluyente
de grupos humanos (porque “huelen mal”, “son sucios”, “no se lavan”; en suma
porque “son infectos”), en una suerte (o desgracia) de orden desordenado que debe ser sometido a crítica… Porque, si
dejamos de preguntar (y preguntarnos) por lo
incuestionable, acabará por multiplicarse “lo que no admite cuestionamiento”…
Y es así que el “pensar” y el “decir” no puede partir sino del asombrado
interés por temas cotidianos capaces de despertar un legítimo y desinteresado amor a la verdad… ¿Puede, por ello,
nestro pensar y saber mostrarse ajeno al déficit de satisfacción de las
necesidades básicas de tantos seres humanos que malviven estigmatizados y
repugnados en “lugares inmundos” –lugares a los que se condena también los
“saberes residuales”, verdaderas excrecencias del pensamiento en un mundo
gobernado por la límpida utilidad y el beneficio inmediato-?. ¿Debemos, por
ejemplo, acatar una lengua, escrita y hablada, “higienizada por lo políticamente
correcto” para evitar cualquier posible “contagio
indeseable” por la presencia de lo
inmundo?. Porque allí donde los cuerpos disciplinados hasta el disparate
del bodybuilding se consideran
“impecables”, la demonización de sus sudores, de lo excrementicio, de la
basura, de lo sucio, de lo infecto es un instrumento valioso para quienes
pretenden controlar esos cuerpos y sus comportamientos… Fueron primero ideas
como la de “pureza excelsa” las que,
coligándose con otras como las de “virginidad” o con la condición de
“inmaculado” en la voluntad de instituciones “rectoras de cuerpos y almas”
(como la Iglesia o la Escuela), convirtieron la idea de “mancha”, de “mácula”,
en un núcleo trascendental de estigmatización que, al fundir en su deshonra a
las “gentes anormales” con las “moralmente sucias”, hace aflorar el espacio,
simbólico y real (pongamos, por ejemplo, el “gran
encierro” foucaultiano), que reúne a “los inmundos corpóreos”, y,
paradójicamente, ese “lugar propicio a los que están fuera del
mundo” (parafraseando el verso de Ángel González), en sus periferias (o en
sus centros rotos, ocultos, invisibles para la
normalidad higienizada), no puede ser otro que el lugar casi secreto (a
ojos de la voz bien pensante que
define y tiene ocasión para imponer esa normalidad)
en el que se funden y confunden basuras, nativos, campesinos, emigrantes,
clandestinos y desahuciados de todo tipo, desechos varios y todo tipo de
residuos y excedentes… Son los límites de nuestras ciudades (internos, a veces)
donde habitan nuestros peores temores de “ciudadanía normalizada”, de “seres de
este mundo”. Por eso se sitúan barreras entre un “nosotros”, limpios urbanitas (benditamente sanos), y un “ellos”, habitantes de lo inmundo
(malditamente enfermos), apenas un velo que nos aporta un poco de seguridad y
cierta confianza… Porque lo corpóreo
debe ser condenado a la negación
simbólica, al ocultamiento precario bajo las raídas alfombras sociales de lo inmundo. Pero, a fin de cuentas, la
certeza más evidente de nuestra vida es que un día la perderemos, que en algún
momento, antes de cien años, vamos a morir y que nuestro cuerpo corrupto
desaparecerá en asqueroso y repugnante fango; es decir, el mero hecho de
nuestra corporeidad nos remite
inexcusablemente a lo infame. Así
que, como nuestro orgullo choca con su condición mortal y limitada por ese
escatológicamente bíblico (con ecos de bolero de Los Panchos) “retorno al
lodo”, en nuestra cotidianidad se suceden dudas e ilusiones en un ejercicio de
humano (y filosófico) asombro que nos sitúa ante nuestra verdadera esencia;
porque ha de ser esa conciencia de repugnancia y vergüenza inevitables la que
nos permite superar el aséptico mito de
“lo límpido” (que impone cosmovisiones en las que todo está claro, es
perfectamente lógico y permanece “en el sitio que le corresponde”, siempre sano)...
Para seguir interrogándonos, reevaluando nuestra relación con las cosas,
reorganizando lo que nos rodea, matizando las convenciones y buscando puertos
de amarre persuadidos de que siempre serán precarios.
En suma, cualquier ser
humano, en función del lugar del planeta donde nazca, puede estar seguro de
encontrarse ajeno a enfermedades como el paludismo o la tuberculosis (o, en el
peor de los casos, si por su afán aventurero las llegase a contraer, sabe que
podrá disponer de drogas eficaces contra ellas), aunque tendrá altas
probabilidades de acabar su larga vida con algún tipo de cáncer (o superando
varios, ya que buena parte de ellos han ido adquiriendo la condición de
enfermedad curable, o, al menos, cronificable, investigación masiva por medio)…
O, por el contrario, sabremos de antemano que está casi irremediablemente condenado
a padecer alguna de esas enfermedades de la miseria y, en todo caso, a una vida
breve y pródiga en penurias. ¿Cómo podemos mantener siquiera el significado del
concepto de “humanidad” en esta
situación?... ¿Cómo podemos (como pueden las instituciones internacionales, los
países poderosos, etc.) aceptar la inercia de esta “condena sin causa” que pesa sobre los más a costa de la ufana opulencia de los menos?... ¿Cómo puede tolerarse que los intereses económicos de
las multinacionales farmacéuticas apuesten en serio por la investigación sólo
con respecto a aquellas enfermedades que también se extienden al “mundo rico”
(el cáncer, el VIH/SIDA, la esquizofrenia o, incluso, el dengue), preteriendo
los esfuerzos frente a las enfermedades erradicadas de los contextos
socioeconómicos desarrollados (como la tuberculosis o la malaria)?... ¿Cómo
pueden supuestos “líderes espirituales” invocar principios supramundanos o
curanderos sin conciencia propugnar pseudotratamientos para sostener la
negativa a medidas profilácticas elementales o el uso de las terapias basadas
en la evidencia científica en la lucha contra alguna de esas enfermedades?...
Todo este cuestionamiento, evidentemente, no puede conformarse con su forma de
lánguida queja; debe insertarse en el análisis crítico de los grandes discursos
del “pragmatismo bienintencionado”,
especialmente los ocho Objetivos del
Milenio auspiciados por Naciones Unidas, ya fracasados en gran parte y
sustituidos por los diecisiete Objetivos
de Desarrollo Sostenible (que incluyen, entre otros, el fin de la pobreza, el hambre cero en todo el planeta, la
universalización de la salud y el
bienestar, la universalización del acceso
a agua limpia y de los saneamientos, o la reducción de las desigualdades); porque de la evolución de las
políticas y prácticas derivadas de ellos dependerá una articulación más precisa
de las líneas de fuerza (ideas,
políticas, acciones colectivas y comportamientos individuales) más coherentes
con una verdadera ciudadanía planetaria.
Y es que la duda,
esa piedra angular de la modernidad cartesiana, sigue siendo, más allá de la pasión poética de Gabril Celaya
(“La poesía es un arma cargada de futuro”, en Cantos íberos, 1955), nuestra verdadera “arma cargada de futuro” y,
por ello, debemos preguntarnos (como decía Bakunin, «quien no duda, no avanza»): ¿seríamos mejores seres humanos si
entramos en conflicto con las convenciones más establecidas que separan lo
“normal” de lo “inmundo” (incluyendo las “enfermedades malditas”)?, ¿cabe
exigir en todo lugar y tiempo que, más allá de correcciones políticas, la asunción de la propia corporeidad, infecta y escatológica,
susceptible de procesos degenerativos, ha de ser punto de partida de cualquier
acción política (a fin de cuentas, corporeizar el tópico agustiniano, «hombre [corpóreo] soy y nada de lo que es
humano me es ajeno», sería ya un principio revolucionario)?. Porque sin reconocer y valorar el propio
cuerpo como esencia, ¿cómo recuperar un horizonte de cuidados comunes, cómo revalorizar (estoicamente) el sentido del
nacimiento, la enfermedad (por muy maldita que sea) y la muerte?.
Todo ello será
desarrollado por el propio coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro,
que, como siempre, facilitará a las personas participantes un dossier
con documentación sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión,
recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés).
Tras su intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general
entre todas las personas presentes. La sesión
tendrá lugar en el Aula 3 de la Segunda Planta ,
con asistencia libre.