«Esa misma noche el flamante marido se quitó el cinturón y azotó
a Tabra hasta dejarla ensangrentada, porque se había acostado
con un hombre antes de casarse. El hecho indiscutible de que ese
hombre fuese él mismo, no atenuaba en lo más mínimo la
condición de puta.»
(Isabel
ALLENDE LLONA; Lima, Perú, 2 de agosto de 1942. La suma de los
días,
2007.)
La lógica
del patriarcado no puede ser más taimadamente
hipócrita... En su desprecio de las
mujeres como seres inferiores, éstas siempre estarán bajo sospecha y merecerán
castigo: si “se entregan rendidamente al varón” sin mayor recato, serán consideradas
unas furcias que merecen reprobación y penitencia al dejarse
llevar por su naturaleza incontenidamente
libidinosa (porque, de hecho, siempre estará presente el presagio de que “podrían
hacer lo mismo con cualquier otro”); y
si se resisten a “los apetitos del varón” serán consideradas unas mojigatas frígidas que merecen reprimenda y, acaso, sometimiento por la fuerza al ser incapaces
de cumplir por sí mismas la función de
servicio y obediencia que tienen en la vida.
Para
el patriarca, la hembra, haga lo que haga, es primaria
e instintiva, por lo que siempre se equivoca: si sacia sus deseos, por hacerlo instintivamente,
fuera de norma; si los contraría, por no mostrar la obediencia debida a un ser superior, una de cuyas misiones es guiarla y protegerla en su inanidad.
Es
como esos políticos que piden paciencia al pueblo
miserabilizado mientras rapiñan sus últimos derechos y recursos residuales para mayor gloria de los poderosos. Ellos tienen los instrumentos de opresión simbólica (mas
las porras y las togas cuando aquellos no funcionan), en vez de manos, puños y
cinturones, para “convencernos” de que lo hacen “por nuestro bien”.
Nacho Fernández del Castro, 29 de Abril de 2013