miércoles, 4 de diciembre de 2013

Pensamiento del Día, 4-12-2013



«Él no comprendía a las mujeres. No del modo en que los camareros o los carniceros no entendían a las mujeres, sino de la forma en que la gente pobre no comprendía la economía. Uno podría pasarse la vida entera delante del edificio del Girard Park, sin llegar jamás a imaginarse lo que pasaba allí dentro. Ésa es la razón por la que en lo más profundo de sus corazones, siempre preferirían atracar un 7-Eleven.»
(Pete DEXTER; Pontiac, Michigan, Estados Unidos, 22 de julio de 1943. God’s Pocket, 1983 
–novela sin traducir -.)
A veces las situaciones de la vida nos enfrentan ante lo inconmensurable... Por ejemplo, a las inconmensurabilidades de las formas de percibir, sentir y actuar en el mundo de los sexos, ahora que los neurbiólogos andan a la búsqueda de las claves del funcionamiento diferencial de los cerebros masculino y femenino. Pero tales diferencias manifiestas vienen, más que probablemente determinadas por el hecho de que los cerebros que analizan están “contaminados” ya por una construcción social del género que configura, a su vez, los circuitos sinápticos funcionales mucho más que las variables genéticas del sexo (de hecho, los propios estudios suelen reconocer que en las primeras etapas de la vida esas diferencias morfofuncionales son irrelevantes).
Del mismo modo, buena parte de la población siente esa inconmensurabilidad cuando le hablan de las cifras ligadas a actividades fraudulentas de grandes holdings financieros, como las ahora sancionadas por la Unión Europea... Y no es porque sean incapaces de entender la economía (de hecho pueden, con frecuencia, asumir incluso una gestión eficacísima de sus economía familiares) o porque se mareen ante las grandes cifras, no... La inconmensurabilidad viene dada por la incapacidad para pensar, siquiera, que están haciendo las personas vinculadas a esas entidades en sus sedes físicas en cualquier momento dado. Y esto no ocurre por ningún déficit constitutivo en la naturaleza de la inmensa mayoría de los humanos, en beneficio de los brokers y quienes los mandan... Se trata de que la gente que forma parte de esa mayoría es comparativamente pobre y, por ello, es incapaz de pensar en la inmensidad incalculable de los beneficios obtenidos con las trampas y triquiñuelas de los poderosos (una inmensidad tal que hace irrelevante y, probablemente, hasta asumible como “lubricante para el sistema” la multa conjunta de ¡mil setecientos cincuenta millones de euros! por alterar y manipular en interés propio, y perjuicio de todos, los tipos de interés de referencia, euríbor, líbor y tíbor japonés)... Porque, al fin y al cabo, las tropelías en las que la ciudadanía de a pie es capaz de pensar no van mucho más allá de la rotura de un cajero automático, un pequeño hurto en un supermercado o saltarse a la torera algún semáforo.
O simplemente protestar alterando el orden los mandatarios y sus corifeos silentes, que parece que acarreará multas mucho más significativas.
Nacho Fernández del Castro, 4 de Diciembre de 2013

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