«Él no comprendía a las
mujeres. No del modo en que los camareros o los carniceros no entendían a las
mujeres, sino de la forma en que la gente pobre no comprendía la economía. Uno
podría pasarse la vida entera delante del edificio del Girard Park, sin llegar
jamás a imaginarse lo que pasaba allí dentro. Ésa es la razón por la que en lo
más profundo de sus corazones, siempre preferirían atracar un 7-Eleven.»
(Pete DEXTER; Pontiac,
Michigan, Estados Unidos, 22 de julio de 1943. God’s Pocket, 1983
–novela
sin traducir -.)
A veces las situaciones de la vida nos enfrentan ante lo inconmensurable... Por ejemplo, a las
inconmensurabilidades de las formas de
percibir, sentir y actuar en el mundo de los sexos, ahora que los neurbiólogos
andan a la búsqueda de las claves del funcionamiento diferencial de los
cerebros masculino y femenino. Pero tales diferencias manifiestas vienen, más
que probablemente determinadas por el hecho de que los cerebros que analizan
están “contaminados” ya por una construcción
social del género que configura, a su vez, los circuitos sinápticos
funcionales mucho más que las variables genéticas del sexo (de hecho, los
propios estudios suelen reconocer que en las primeras etapas de la vida esas
diferencias morfofuncionales son irrelevantes).
Del mismo modo, buena parte de la
población siente esa inconmensurabilidad cuando le hablan de las cifras ligadas
a actividades fraudulentas de grandes holdings
financieros, como las ahora sancionadas por la Unión Europea... Y no es porque
sean incapaces de entender la economía
(de hecho pueden, con frecuencia, asumir incluso una gestión eficacísima de sus economía familiares) o porque se mareen
ante las grandes cifras, no... La inconmensurabilidad viene dada por la
incapacidad para pensar, siquiera, que están haciendo las personas vinculadas a
esas entidades en sus sedes físicas en cualquier momento dado. Y esto no ocurre
por ningún déficit constitutivo en la naturaleza de la inmensa mayoría de los
humanos, en beneficio de los brokers
y quienes los mandan... Se trata de que la gente que forma parte de esa mayoría
es comparativamente pobre y, por
ello, es incapaz de pensar en la inmensidad incalculable de los beneficios
obtenidos con las trampas y triquiñuelas de los poderosos (una inmensidad tal
que hace irrelevante y, probablemente, hasta asumible como “lubricante para el
sistema” la multa conjunta de ¡mil
setecientos cincuenta millones de euros! por alterar y manipular en interés
propio, y perjuicio de todos, los tipos de interés de referencia, euríbor,
líbor y tíbor japonés)... Porque, al fin y al cabo, las tropelías en las que
la ciudadanía de a pie es capaz de
pensar no van mucho más allá de la rotura de un cajero automático, un pequeño
hurto en un supermercado o saltarse a la torera algún semáforo.
O simplemente protestar alterando el orden los mandatarios y sus corifeos
silentes, que parece que acarreará multas mucho más significativas.
Nacho Fernández del Castro,
4 de Diciembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario