«... Veo cerca mi fin
como me quede sin mis amantes furtivas,
y mi ruina total
si la traca final
ni siquiera es real, si me salen esquivas.
Y mi dulce mujer
me interrumpe: Javier, ¿te apetece un caldito?
muy, muy rico y recién
hecho, no es de avecrem,
me trabajas muy bien, tómate un respirito.
Antes de ser cantor
mis historias de amor eran casi secretas,
pero, luego, el azar
que me puso a cantar
me llevó a publicar mis zozobras completas.»
y mi ruina total
si la traca final
ni siquiera es real, si me salen esquivas.
Y mi dulce mujer
me interrumpe: Javier, ¿te apetece un caldito?
muy, muy rico y recién
hecho, no es de avecrem,
me trabajas muy bien, tómate un respirito.
Antes de ser cantor
mis historias de amor eran casi secretas,
pero, luego, el azar
que me puso a cantar
me llevó a publicar mis zozobras completas.»
(Javier
KRAHE DE SALAS; Madrid,
30 de marzo de 1944-Zahara de los Atunes, Cádiz,
12 de julio de 2015. Estrofas finales de “Zozobras
completas”, primer corte del disco Cábalas y cicatrices, 2002.)
Nos deja la versión
menos softcore de la vieja Mandrágora... Quien nunca hizo mutis
en sus pequeños escenarios pero tampoco se vendió a ninguna alquimia comercial de la nostalgia, vía
multinacional, hizo el mutis
definitivo, con la rapidez y limpieza del infarto de miocardio, seguramente
para evitar cuidadosamente la tentación de dar pena..., O la tabarra. Así que
ese adiós nos llega desde su paraíso vacacional gaditano, ese que compartía con
buena parte de los 18 chulos y buenos
amigos que lo acompañaban en la aventura de una pequeña discográfica
independiente.
Y, en efecto, ya sin amantes
furtivas (reales o musas) y la burla esquiva de cualquier traca final, ¿qué
cabía más que una agónica ruina “a la griega”?.
Porque Krahe, más Varoufakis
que Tsipras, más chulo y clarividente que estratega y pragmático, difícilmente
podía conformarse con los reconfortantes calditos del dulce amor como único
respiro... Y, aunque otros y otras, muchos otros y muchas otras de cualquier
género y condición, se muestren cada día más disposición de aceptarlos, incluso
si son de avecrén, a cambio de sus
sumisiones, él, cantor de mala voz y simplísimos acordes, supo poner todo ello
al servicio del irónico talento, sarcástico la más de las veces, en las letras para
crear auténticos himnos personales, a los amores secretos que dejaban de ser
discretos al ser cantados... Himnos que, en su sencillez sin oropeles, no
admiten versiones, porque son el destilado sutil de los sueños y las
pesadillas, las filias y las fobias de una generación narrada en primero
persona... O sea, sus zozobras
completas. ¿Quién las cantará ahora?.
Nacho Fernández del Castro, 12 de
Julio de 2015
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