El
Martes,
29 de Enero de 2019, a las 19’30 horas, el Centro
Municipal Integrado de El Llano
(c/ Río de Oro, 37- Gijón), desarrollará la sesión mensual del Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora” para abrir su programación del Primer Semestre de 2019 abordando el
tema «La filosofía como
discurso inacabado aquí y ahora: Sobre la necesidad de (re)interpretar el mundo
en cada instante»...
La sesión se plantea como reflexión general y concreta que, partiendo del «Primum vivere, deinde philosophari» , del
adagio latino de diversa atribución (¿Hobbes?, ¿Descartes?, incluso en el
soneto “Diálogo entre Babieca y
Rocinante” del Prólogo de El Quijote se utiliza una fórmula
opuesta –el hambre como origen de desvaríos metafísicos-, pues, el caballo del
Cid se enreda en la siguiente conversación con el asno de Sancho: «…-¿Es necedad amar? -No es gran prudencia.
/ -Metafísico estáis. -Es que no como…»), deberá hacernos conscientes del
privilegio que supone, aquí y ahora, disponer del tiempo y el espacio para
sentir el platónico asombro que nos lleve a interrogarnos socráticamente para,
conociéndonos a nosotros mismos en nuestras propias miserias, reflexionar, aún
con la urgencia de un “pensamiento de resistencia” (véanse, por ejemplo, Fuera
de clase. Textos de filosofía de guerrilla, 2016, de Marina Garcés, o Racionalidad
revolucionaria. Apuntes de epistemología para el materialismo
histórico/dialéctico, 2008, de José A. González Soriano), sobre cuantos
avatares sombríos nos rodean. Y es que,
a fin de cuentas, hasta la mismísima Conferencia
General de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura) proclamó, el 29 de Julio de 2005 (Resolución 33C/45) , el tercer
jueves del mes de Noviembre de cada año como Día Mundial de la Filosofía
por cuanto «La filosofía es el estudio de
la naturaleza de la realidad y de la existencia, de lo que es posible conocer,
y del comportamiento correcto e incorrecto. Proviene de la palabra griega
“phílosophia”, que significa “el amor a la sabiduría”. Es uno de los campos más
importantes del pensamiento humano, ya que aspira a llegar al sentido mismo de
la vida. Muchos pensadores afirman que el “asombro” es la raíz de la filosofía.
De hecho, la filosofía proviene de la tendencia natural de los seres humanos de
sentirse asombrados por sí mismos y por el mundo que les rodea. La filosofía
nos enseña a reflexionar sobre la reflexión misma, a cuestionar continuamente
verdades ya establecida s, a verifica r hipótesis y a encontrar conclusiones.
Durante siglos, en todas las culturas, la filosofía ha dado a luz conceptos,
ideas y análisis que han sentado las bases del pensamiento crítico ,
independiente y creativo… Para la
UNESCO, la filosofía proporciona las bases conceptuales de los principios y
valores de los que depende la paz mundial: la democracia, los derechos humanos,
la justicia y la igualdad . Además, la filosofía ayuda a consolidar los
auténticos fundamentos de la coexistencia pacífica y la tolerancia.»
Ahora bien, vivimos, aquí y ahora, un
tiempo mediático y simbólico (incluso pedagógico, al someter los sistemas educativos nacionales a
vaivenes normativos interesados “en busca de lo útil”) donde lo aparente
oculta y silencia lo esencial… Un
tiempo donde el amor a la sabiduría
se ve aplastado por el ascenso de la
insignificancia (que diría Cornelius Castoriadis –Encrucijadas del Laberinto IV: El avance de la
insignificancia. 1996-)… Un tiempo, en fin, en el que nuestras dramatúrgicas pseudodemocracias, con su
ejercicio de representación convertido en “puro teatro”, pretenden arrinconar
todo saber crítico para recuperar la idea de los viejos absolutismos (fue, al fin, el rector de la Universidad Complutense,
todavía en Alcalá, quien dijo, ante el recuperado monarca Fernando VII, aquello
de “¡líbrenos Dios de la funesta manía de
pensar!”, que tanta carta de naturaleza cobrara luego en las soflamas
fascistoides de ciertos generales franquistas en la postguerra) de que pensar resulta un estorbo (Forges dixit)… Porque, en efecto, en la hora en
la que Dios es el Mercado y la macroeconomía
arrastra a las personas, bajo la sumisión
aprendida (o, por mejor decir, inducida a través de los poderosos imaginarios dominantes que transmiten
las industrias culturales transnacionales,
desde Disney a los grandes grupos mediáticos), comienzan a brotar, todavía
atomizados por la diversidad de causas para la disidencia y la
resistencia, algunos interrogantes sobre
el “nuevo sentido del humanismo” en un mundo que, mientras se hace digital y se
virtualiza extendiendo sus redes físicas de intercomucnicación, va paralela y
paradójicamente segregando cada día a más sujetos, expulsados de lo que
podríamos llamar el primer
analogado de la humanidad globalizada (el homo digitalis –véase
por ejemplo, Sociedad digital. Del homo
sapiens al homo digitalis, 1996, de B. Torreiro; Revolución. Del homo sapiens al homo digitalis, 2015, de Román
Cendoya Martínez; o, sobre todo, el lúcido análisis sobre nuestras
sociedades que viene haciendo Byung-Chul Han desde En el enjambre o Psicopolítica.
Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, ambos de 2014, hasta La
expulsión de lo distinto, 2017),
a la vez que crea nuevas formas psicosociales (léase patológicas) de incomunicación. Enfrentarse a esto,
desde luego, exige algo más que debates en las plazas públicas o supuestos
“asaltos a los cielos institucionales” que, al final, sólo sirven para
legitimar lo que hay… Exige partir de
una concepción crítica de realidad cambiante (y, por ello, tan compleja como la
realidad misma) y de cómo podemos (re)construirla colectivamente para
recuperar, aquí y ahora, la idea de bien
común… Porque, en tiempos líquidos (Zygmunt
Bauman dixit: Modernidad líquida, 2000; Tiempos líquidos. Vivir en una época de
incertidumbre, 2006; Vigilancia líquida, 2012 –con David
Lyon-), sin eso (en el fondo, una ontología
y una epistemología) las formas de
actuar de cada cual se tornan en mero voluntarismo
y la evolución de las instituciones y organizaciones sociales responderá a los
meros intereses de quienes tienen el poder
real (y la fuerza) por mucho que lo envuelvan en retóricas más o menos
edulcoradas… Es decir, no hay una verdadera
ética ni una verdadera política sin
un marco ontológico y epistemológico previo que las ilumine…
Porque, además, cuando actuamos siempre lo hacemos necesariamente guiados por
una idea de mundo y por intuiciones
más o menos precisas de cómo podemos
conocer su realidad, de tal modo que, cuanto menor sea la reflexión
explícita y el debate sobre ello, cuanto más implícitamente funcione ese telón
de fondo, más posibilidades habrá de que se torne en pura metafísica… Es decir en ideas
de mundo resultado procesos
inmediatos de aprehensión como un todo (ya impliquen estos un supuesto yo interior, en una suerte de introspección transcendente, o un no
menos supuesto ente suprramundano,
capaz de generar una suerte de
iluminación divina) sin otros conocimientos mediadores, como la ciencia o
la tecnología… Sin ontología y epistemología, no es posible, en suma,
una filosofía práctica, ética y política; como, sin conocimientos
de primer grado que permitan construir esa ontología y esa epirstemología,
no hay verdadera filosofía, sino mera
metafísica que, por su carácter
inmediato e indubitable, fácilmente puede derivar hacia posiciones prácticas
tendentes al fundamentalismo. Y es
que el qué, el por qué, el para qué, el
cómo, el dónde y el cuándo de la filosofía, significa, en último extremo,
un retorno a sus orígenes de saber de
segundo grado (que necesita otros saberes
de primer grado como mediación en su acceso a la realidad), crítico y totalizador, para seguir buscando, con tenaz afán la verdad en estos tiempos difíciles...
Renovando el “¡atrévete a saber!” del
humanismo ilustrado desde la crítica
a su pretensión de verdad absoluta
aportada por tantas filosofía de la
sospecha (una suerte de llamada a una Nueva ilustración radical, al estilo
de la reciente propuesta de Marina Garcés de 2017)… Para posibilitar la
constancia y el valor de una actitud
filosófica ante los embates de la vida y de la muerte.
Y es que la
hora es la que es (parafraseando el inicio del poema del viejo Parménides) y
no podemos conformarnos el mero diagnóstico, debemos (filosofía práctica) intentar atisbar siquiera algunas esas
respuestas de resistencia, disidencia y reconstrucción: ¿cómo reelaborar un pensamiento crítico capaz de enfrentarse
a esa dictadura de lo banal que hoy
diversifica y extiende sin límites las formas
de sumisión simbólicas y reales a lo
que hay?... ¿Cómo tornar, en suma (y frente a tantas voces que desde
tertulias o cátedras pervierten y prostituyen la filosofía), “la funesta manía de pensar” en “un arma cargada de futuro” (que diría
Pablo Milanés)?.. O, dicho de otro modo, urge acaso una primacía de la razón práctica
cuando, los tiempos se tornan tan oscuros, fragmentarios y conflictivos como
los que sucedieron a la muerte de Alejandro Magno en el imperio helénico
(aquellos que llevaron a Aristóteles a exiliarse en Eubea temiendo lo peor,
aquellos que llevaron al aparcamiento de las grandes cuestiones sistemáticas,
abordadas por Platón o Aristóteles, para buscar rápidas legitimaciones de filosofías prácticas –cinismo,
epicureísmo, estoicismo, escepticismo- capaces de dar respuestas a los apremios
de los retos cotidianos)… Tiempos, claro, también hoy en día, de convenciones, ¿para qué sirve la filosofía?, y normas antifilosóficas, como esa Ley Organica para la Mejora de la Calidad
Educativa (2013) de José Ignacio Wert, que la relegaba casi totalmente de
los contenidos prescriptivos generales (dejándola, en el mejor de los casos, al
albur de las decisiones de las administraciones autonómicas en su porcentaje
competencial) a favor de lo que llamaba cultura
del emprendimiento (no en vano el término “pirata” nos llega, a través del
latín, del término griego πειρατης (peirates), formado a partir del verbo πειραω
(peiraoo), que significa «esforzarse», «tratar de», «intentar la fortuna en
las aventuras», y el sufijo -της (-tes),
que significa «agente»; o sea, en su origen el “pirata” es un «agente que
intenta la fortuna en las venturas», un verdadero y auténtico «emprendedor»)… Porque si la
administración educativa de nuestra llamada democracia ha ido enterrando
cualquier atención (y, por supuesto, promoción) de lo filosófico, de la funesta
manía de pensar, bajo las apariencias
(camufladas como “necesidades sociales”) que van del saber a qué atenerse a la ufana piratería
emprendedora, ¿qué nos es dado
esperar (cuando, por ejemplo, asistimos al espectáculo de administraciones
educativas autonómicas socialistas que se apresuran a enarbolar la supuesta
“defensa de la Filosofía” contra la Ley
Wert, cuando fueron sus administraciones estatales las que hicieron los
mayores ataques de nuestra reciente historia contra el papel de la Filosofía en la educación común)?.
De lo que se trata, ni más ni menos,
es de afrontar “a pie de calle” el reto de promocionar la necesidad humana esencial de conocer el mundo (el impulso hacia el saber que nos permite interpretarlo mejor) como base para un
inevitable (si no queremos convertirnos en “imbéciles
morales” faltos de toda sindéresis,
que diría Aristóteles) compromiso ético
que derive en acción política colectiva
para mejorar esa realidad en aras del
bien común (véanse, por ejemplo, Elogio
de lo común. Conversaciones sobre Filosofía y Política, 2012, de
Antonio Negri y Cesare Casarino; o Un mundo común, 2013, de Marina
Garcés). O sea, y en esa clave política, ¿cómo intentar dotar a la ciudadanía de los instrumentos e
impulsos que la lleven a exigir su participación
efectiva en la toma de decisiones que son relevantes para su vida (individual y
colectiva)?, ¿cómo recuperar, aquí y ahora, un demos que, más allá del maltrecho concepto (y las indignas
prácticas) de la representación popular
mediada por los partidos políticos,
sea capaz de reconstruir su papel como
agente activo de los asuntos públicos, más allá de los falaces cantos de sirena de su promoción
instrumental como agentes de la piratería
emprendedora?... Evidentemente el movimiento de los indignados (según el título que recibiera del librito-llamada, Indignez-vous! -¡Indignaos!-, de Stéphane Hessel de 2010) que,
especialmente en los años 2011 y 2012, mostró el hartazgo popular extendiéndose por las calles y plazas de todo el
mundo, desde el 15M y la ocupación de la madrileña Plaza de Sol (junto a las más emblemáticas de cientos de ciudades españolas)
hasta Occupy Wall Street, , pasando
por las cuarenta mil personas que el 29 de mayo de 2011 llenaron con sus quejas la
Plaza Syntagma de Atenas, fue la sacudida que situó en
primer plano la gran corrupción política,
no la del dinero público malversado y robado (que ya era noticia continua en
los medios de uno u otro signo), sino la del robo de la propia democracia a través de sufragios ritualizados para alternar en el poder formal, en una representación
de teatro de sombras, partidos políticos que actuarían (encubiertos por el
patológico síntoma de la “exageración de las diferencias”) como solidarios testaferros de los intereses del verdadero poder, el económico, imponiendo su pensamiento único (mediante sus industrias de control simbólico ligadas
a la “cultura oficial”, pero también de las
porras y las togas cuando fuere necesario) frente a cualquier tentación de pensamiento crítico divergente, frente a
cualquier tentación filosófica en
definitiva. Porque aquel grito de “¡No
nos representan!” situó en el debate público la crisis de las democracias representativas en un mundo globalizado que desplaza los centros de toma
de decisión política desde las instituciones gubernamentales de los
Estados hacia los Consejos de Administración de las grandes empresas
transnacionales, y supuso, sobre todo, una verdadera deslegitimación
filosófica (mundana) de unas instituciones pseudodemocráticas y, con ello,
de sus instrumentos de dominio (desde
los medios de comunicación social comprados por el propio poder económico –para
construir cosmovisiones e imaginarios
colectivos que “naturalicen”, antifilosóficamente, el estado de cosas y
criminalicen cualquier alternativa, filosófica- hasta el uso de las porras y las togas, como mostraba la
Ley de Seguridad Ciudadana española
condenando y castigando toda disidencia y/o resistencia ante lo considerado
“políticamente correcto”)...
Así
que, aquí y ahora, hace falta esa filosofía de guerrilla, de la que
nos hable Marina Garcés, ara seguir interrogándonos, reevaluando nuestra
relación con las cosas, reorganizando lo que nos rodea, matizando las
convenciones y buscando puertos de amarre persuadidos de que siempre serán
precarios... Porque, evidentemente, habrá de ser una Filosofía inacabada
(Marina Garcés, 2016, dixit) en su
constante interlocución con un mundo en cambio acelerado y en su recuperación
de la duda, esa piedra angular de la modernidad cartesiana, como nuestra
verdadera “arma cargada de futuro” (como decía Bakunin, «quien no duda, no avanza»).
Podemos y debemos, pues, preguntarnos: ¿seríamos mejores seres humanos
si entramos en conflicto con las convenciones más establecidas que separan lo
“normal” de lo “inmundo”?, ¿cabe exigir en todo lugar y tiempo que, más allá de
correcciones políticas , la asunción,
desde la propia corporeidad, de un yo con voluntad de nosotros ha de ser el punto de partida de cualquier acción política (a fin de cuentas,
corporeizar el tópico agustiniano, «hombre
[corpóreo] soy y nada de lo que es humano me es ajeno», sería ya un
principio revolucionario)?...
Y
es que, si dejamos de preguntar (y preguntarnos) por lo incuestionable ,
acabará por multiplicarse (de hecho lo hace cada día) “lo que no admite cuestionamiento”…
Así que, conscientes de que el “pensar” y el “decir” no pueden partir (como en
la Atenas platónica, como siempre) sino del asombrado interés por temas
cotidianos capaces de despertar un legítimo y desinteresado amor a la verdad, estimulémoslo en aras
de esa filosofía siempre inconclusa,
tan ajena a cualquier pretensión de verdad
absoluta y definitiva, como obsesionada con la constante denuncia de la mentira manifiesta y la
falacia evidente… ¿Pueden, por ello, nuestros pensar y saber mostrarse
ajenos (y aún soportar) al déficit de satisfacción de las necesidades básicas
de tantos seres humanos que malviven estigmatizados y repugnados en “lugares
inmundos” –lugares a los que se condena también los “saberes residuales”,
verdaderas excrecencias del pensamiento en un mundo gobernado por la límpida
utilidad y el beneficio inmediato-?, ¿no es un deber inexcusable (moral y político) repensar un mundo en el que el
reequilibrio de la distribución de la riqueza, la justicia social y los
derechos sitúe, también, a cada ser humano ante las condiciones de posibilidad
para participar con su propia voz en dicha tarea?.
Este planteamiento, desarrollado por el coordinador del Foro, José Ignacio
Fernández del Castro, se complementará, como siempre, con documentación
sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones
bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés) en un dossier
que, elaborado por él mismo, se facilitará a las personas participantes... Tras
esa intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre
todas las personas presentes. La sesión tendrá lugar en el Aula 3 (Segunda Planta), con asistencia libre.
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