El Martes,
26 de Noviembre de 2019, a las 19’30 horas,
en el Centro Municipal Integrado de El Llano (c/ Río de Oro, 37-
Gijón), se desarrollará la sesión mensual del Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora” en la que se abordará
el tema«La filosofía frente a los micromachismos aquí y
ahora: Ser mujer en un mundo de hombres (a la defiensiva)». La sesión se plantea como reflexión
general y concreta sobre la permanencia y efectos de la insoportable violencia patriarcal que constituye un
verdadero feminicidio socialmente
perpetuado en muchas de nuestras sociedades “avanzadas” (ya más de mil mujeres
muertas por el mero hecho de serlo en el Estado español en lo que va de siglo)…
Pero también sobre la influencia que la toma
de conciencia sobre este hecho ha tenido en la reciente renovación,
extensión y diversificación del hálito
feminista en las nuevas generaciones de mujeres (y hombres), mientras por
otro lado salen la luz ufanas las voces de un “fascismo sociológico”
radicalmente heteropatriarcal y supremacista… Y es que, mientras se transmiten
intergeneracionalmente cosmovisiones de
las relaciones intersexuales perversas (véase, por ejemplo, Putas
insumisas. Violencias femininas y aberraciones de género: reflexiones en torno
a las violencias generizadas, 202017, de de Irene Sánchez, Neus Olivé,
Lorena Martín y Laura Macaya), se prolongan (y aún recrudecen) prácticas de violencia (real –violencia de
género en todas sus manifestaciones más visibles- y simbólica –asentada sobre las grandes industrias de producción
cultural-, pública y privada-) para,
en último extremo, seguir volcando el ámbito
de lo doméstico (con valores que van de la ternura a la abnegación,
presididas siempre por la “sumisión al macho”, al que se debe satisfacer) sobre
mujeres (y otros colectivos “vulnerabilizados” como infantes y personas
ancianas, que sólo merecerán consideración social en cuanto sean capaces de
realizar actos de consumo significativos en distintos tipos de mercado o
prestar servicios –gratuitos- de cuidado de la prole), manteniendo unas
vergonzantes formas de precarización
selectiva femenina en el ámbito de lo laboral (véanse las tesis
de Silvia Federici, por ejemplo, en su reciente El patriarcado del salario.
Críticas feministas al marxismo, de 2018)… Son, en fin, características
y consecuencias inerciales de esa sociedad
patriarcal que, con sus mecanismos
específicos de opresión/sumisión y los instrumentos
de legitimación inherentes, deriva y legitima hoy, aquí y ahora, diferentes modos específicos de explotación laboral (como las maquilas) y doméstica, así como fenómenos de exclusión (la prostitución o la precarización
laboral, hasta llegar a los extremos del feminicidio –como ocurre, por ejemplo, en Ciudad Juárez-) y una
permanente “resistencia ante los discursos de género” por parte de “minorías de
notables” (como quienes lideran Vox) que los tachan como una imposición del pensamiento políticamente correcto (como
se ve, por ejemplo, en el hecho de que la Ley
Integral contra la Violencia
de Género española esté continuamente en el debate público, con constantes
propuestas de modificación restrictiva de sus supuestos y sus ya menguadas
dotaciones económicas)… Frente a tales hechos, el movimiento feminista (acaso de modo sólo comparable con el ecologista) ha sido el que mayores
logros ha conseguido en materia de incidencia
política en los países económicamente
desarrollados con democracias
parlamentarias (véase, por ejemplo, Dos siglos de feminismo: Los ejemplos más
significativos, los problemas más actuales…, 2017, de Cinzia Arrutza y
Lidia Cirillo)… El impulso dado a la igualdad
formal (legal) de género en la última mitad del siglo XX ha sido evidente
(pensemos que hoy hace menos de noventa años del reconocimiento del voto
femenino en España, el doble aún así que en países tan “desarrollados” como
Suiza; o en que no hay ya partido político con aspiraciones parlamentarias
reales –salvo los explícitamente fascistas- que no incluya en sus estructura y
programas referencias de algún tipo a la “promoción de la mujer”)… Y, sin
embargo, un patriarcado material de
fondo sigue provocando sangrantes desigualdades entre hombres y mujeres (desde
las salariales o de ejercicio del poder hasta las de atención a las tareas
domésticas o a las generaciones anteriores y posteriores, en general, a las tareas de cuidado, poco o nada
remuneradas y con reconocimiento social
débil e hipócrita)...
Sin duda, por todo ello
cuajaron aquellos lemas como #NosParamos,
#WeStrike, «Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras», «Eso que llaman amor es trabajo, no pago»,
en la convocatoria de un paro laboral,
estudiantil, de cuidados y de consumo el 8
de Marzo de 1818 (repetido en 2019) por una pléyade de grupos y activistas desde
el feminismo organizado, que se
dirigían universalmente tanto a mujeres asalariadas como no asalariadas, y de
todas las orientaciones e identidades sexuales. El núcleo reivindicativo
central era la apuesta por una sociedad
libre de violencia machista, entendida ésta como la agresión (física o
verbal) y el asesinato de mujeres por el mero hecho de serlo, pero también se incluían
los derechos laborales de las mujeres precarizadas, la lucha
contra la desigualdad salarial o contra el acoso sexual en el centro
de trabajo; y se hacía una denuncia
pública de la pobreza, la violencia racial, la persecución a inmigrantes o
los recortes en programas sociales y de salud que hacen este mundo y este
tiempo más inhóspitos e insoportablemente injustos… Esas movilizaciones abarcaron
a más de setenta países desde impulsos nacionales o locales y, en el marco global, fueron articuladas por grandes coaliciones
como la Internacional Feminista y Paro Internacional de
Mujeres (International Women Strike), auspiciando asambleas preparatorias
locales (en espacios públicos) de las marchas y diversas acciones en centenares
de ciudades de todo el orbe, mientras el respaldo sindical era desigual y
reticente (ante la propuesta de un paro específicamente femenino, para
visibilizar nítidamente la relevancia del papel de la mujer tanto en el ámbito
productivo como de los cuidados, con los hombres realizando un acompañamiento
con asunción de las taréas laborales y de atención e incorporándose a otro tipo
de acciones complementarias del paro), siendo, por ejemplo, en España los
llamados “no mayoritarios” (CNT, CGT, CIG, CoBas y
otros más o menos sectoriales) los que convocaron huelga general de
veinticuatro horas en todos los centros de trabajo (en 2018) para dar cobertura
legal a la convocatoria (los mayoritarios convocaron paros parciales y
universales de dos horas por la mañana y dos horas por la tarde, caso de UGT y
CCOO, o cuatro horas al mediodía, caso de USO; entre amenazas de
la patronal por “secundar una huelga política” que no acabaron en
los tribunales).
Sin duda, por todo ello
habían surgido controvertidos grupos de acción simbólica directa como Femen (Фемен
en su origen ucraniano), fundado el 10 de abril de 2008 por la
economista Anna Hutsol en Kiev como impulso hacia una «Nueva Ética»… Sus integrantes femeninas
realizan acciones de protesta, casi siempre con el torso desnudo y escrito con
lemas contra distintas formas de opresión (contra el turismo
sexual, las instituciones religiosas, las agencias matrimoniales
internacionales o, en general, el sexismo en
sus manifestaciones locales o globales), en actos e instituciones que son la
punta de lanza simbólica del patriarcado
(como ha sucedido recientemente, el 20 de Noviembre de 2018 en la Plaza de
Oriente de Madrid, en un acto de exaltación fascista, convocado por la Asociación para la Derogación de la Memoria
Histórica, en el que las activistas de Femen fueron agredidas y toqueteadas
por los “machos ultra” ante la mirada de la policía, hasta que a ésta le
pareció que ya se estaban pasando y decidió intervenir para evitar males
mayores). Con centenares de personas activas (incluyendo algunos hombres), han
extendido sus protestas por todo el mundo, más allá de Kiev y de Ucrania a
partir de la cración de una sede en Clichy-sous-Bois,
cerca de París,
y representaciones en países como Alemania, Suiza, Países Bajos, Polonia, Suecia, Brasil, Canadá, Estados
Unidos o Italia…
Sin duda, por todo ello
surgió de forma viral, como hashtag en
las redes sociales, el movimiento #MeToo (Yo también), tras la sucesión de
denuncias en octubre de 2017 de las constantes agresiones y acosos
sexuales perpetradas por el productor de cine y ejecutivo hollywoodiense Harvey
Weinstein… La expresión, cuyo sentido venía siendo habitual en las
intervenciones de la activista social Tarana Burke, se popularizó a partir de
las intervenciones de la actriz Alyssa Milano animando a las mujeres de
todo el mundo a tuitear sus
experiencias de acoso para mostrar la perversa naturaleza y gran extensión de las
conductas misóginas (¡más de medio millón de mujeres, muchas de ellas con
notoria presencia pública, han usado ya dicho hashtag!).
En
fin, ya que de cine hablamos, aunque el imaginario
social (patriarcal) representado en nuestras pantallas, pongamos por caso,
el por el Rhett Butler (incorporado por Carl Gable ante la Scarlett O’Hara
interpretada por Viven Legh) de Lo que el viento se llevó (Victor
Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939 –sobre la novela de Margaret Mitchell de
1937-) aparenta una evolución “liberalizadora”, que podríamos simbolizar en la
Anastasia Steele (interpretada por Dakota Johnson, dispuesta a someterse en el cuarto rojo a la “magia dominadora y
caprichosa” del Christian Grey interpretado por Jamie Dornan) de 50
sombras de Grey (Sam Taylor-Johnson, 2015 –con novela de E.L. Dames,
2011-), muy poco hay de nuevo, en realidad, en esta historia: recordemos, sin
ir más allá, como en los años setenta del pasado siglo el refinamiento del imaginario patriarcal respondía al
impulso de “alegre libertad femenina” (en el marco de una revolución sexual básicamente femenina
y juvenil de la que autores como
Wilhelm Reich ya venían hablando desde los años treinta –véase, por ejemplo, La
lucha sexual de los jóenes, de 1932-), presente en movimientos contraculturales (v.gr., el hippie) y políticos (v.gr., Mayo
del 68) con nuevos arquetipos de la
racionalización para un “androcentrismo voluntariamente aceptado”,
como el del Mario incorporado Alain Cuny
para aleccionar a Emmanuelle/Silvia Kristel en Emmanuelle (Just Jaeckin,
1974 –novela de Emmanuelle Arsan, 1959-), o el del Rene interpretado por Udo
Kier para “ilustrar” a O/Corinne Cléry en Historia de O (Just Jaeckin, 1975
–novela de Dominique Aury como Pauline Réage, 1954-)… Y es que, ahora, en los
tiempos de la universalización neoliberal y la precarización de la vida (véase,
por ejemplo, Mujeres en la era global. Contra un patriarcado neoliberal,
2003, de Victoria Sendón de León) Christian Grey le dice a Anastasia Steele (y
al mundo) “¡Sé libre!: ¡emancípate de las
cadenas de las conquistas sexuales!”, del mismo modo que un gurú neocon gritaba desde una tribuna a
las masas “¡Sed libres!: ¡emancipaos de
las cadenas de las conquistas sociales!” en un chiste de El Roto.
Perversión simbólica, en fin, nada inocente ni, por supuesto, liberadora, que trata de reintroducir la
naturalización de la desigualdad de género, perdida ya la
batalla en el campo epistemollógico/ontológico,
por la vía del deseo y la voluntad en una mistificación del discurso de lo femenino que pide a las mujeres
que, ante la imposibilidad ya de
fundamentar científicamente su inferioridad y tendencia a la sumisión, lo
hagan por la vía pascaliana de demostración subjetiva de la existencia de Dios,
como una apuesta para vivir mejor, con
mayor tranquilidad y en armonía con su propio deseo.
Pero,
¿tiene algo que ver todo eso con el sentir y decir de las mujeres concretas y
diversas?, ¿es toda fémina que no se muestre bien dispuesta a la sumisión gozosa y voluntaria alguien que
inevitablemente siente y dice como varón, o sea, que participa de buena gana en
el discurso y las prácticas de una
suerte (o desgracia) de patriarcado
transgenérico?.
Es
imposible aceptarlo, y, por ello, lo verdaderamente necesario (y urgente) es
una política genérica (compartida por
mujeres y hombres) de “compensación de
las desigualdades injustas”, capaz de reconstruir la sociedad y sus
instituciones desde una perspectiva de mayor equidad social y más auténtica libertad
sexual más basada en el encuentro (simétrico)
de deseos que en el dominio (asimétrico)
de voluntades… ¿Puede admitirse, en
fin, que, so pretexto de la libertad sin
barreras, se promocione el dominio
sexual de las voluntades como ámbito natural de expresión del deseo (incluyendo
fenómenos de “violencia de clase”, como los vientres
de alquiler)?... ¿Es, en algún sentido, compatible dicha concepción del
“discurso de lo femenino” con el impulso
material hacia la igualdad social entre los géneros aquí y
ahora?.
Estos
interrogantes nos sitúan, sin duda, ante la urgencia de reconducir la mirada postmoderna de ese “todo vale” legitimador de los procesos de dominio/sumisión intergenéricos para
dirigirla a los procesos dialécticos que median entre los suelos pringosos y
los techos acristalados del ´territorio femenino real, porque ahí viven la
inmensa mayoría de las mujeres del planeta (y de los hombres, claro), esas
mujeres concretas y diversas, en lucha cotidiana contra tantas violencias
físicas y psicológicas, frente a tantas cadenas reales y simbólicas que les
impiden despegar. Porque no hay duda de que la discriminación de
género aun existe; y, lo que es peor, con frecuencia lo hace desde una
“naturalización inconsciente”… A veces
casi imperceptible, como en el caso de ese marido que afirma que “ayuda a su esposa en los quehaceres de la
casa” cuando ambos trabajan (también las propias mujeres que preguntan a
sus amigas “¿tu marido te ayuda en la casa?“); como tantas personas que
siguen pensando (y diciendo) que “las
mujeres que juegan fútbol son unos marimachos“; como todos esos
graciosillos (casposos) a los que parece tan ocurrente afirmar que “las
mujeres estudian MMC (Mientras Me Caso)“; como tanta gente que llena su
boca de tópicos como “mujer que no cocina no consigue marido“ o repiten
a sus hijos varones que “los hombres no lloran, pareces niña“…¿Quién no
ha oído cientos de veces, en cientos de bocas (masculinas y femeninas) frases
como estas?. Porque considerar que hacer tareas domésticas para el varón es “ayudar
a la mujer” es, ni más ni menos, que considerar que esos quehaceres son
inherentes a la condición femenina, cosa, en fin, “de mujeres”… ¿Hay algo
realmente en la “esencia masculina” que incapacite a los hombres para manejar
con eficacia una escoba o para atender adecuadamente y educar a una prole que
es suya también?.
Esa “naturalización
de las diferencias de género” que deriva roles y adjudica valores diferenciales
a los mismos, es una “violencia de baja intensidad” que está en la base del
gran iceberg cuya pequeña parte visible son las agresiones y asesinatos… Y se
manifiesta en lo que podemos llamar micromachismos.
No es éste un término todavía acogido por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, para lo que
quedarán años de uso, pero podemos situar el origen de su uso en el psiquiatra Luis Bonino Méndez (véase,
por ejemplo, su aportación “Asistencia
en salud mental y problemática del género ” en la obra colectiva Los estudios sobre la mujer: de la investigación a la docencia : Actas de las
VIII Jornadas de investigación interdisciplinaria de 1991) para señalar una práctica de violencia en la vida
cotidiana tan sutil que pasa desapercibida, pero que, sin embargo, refleja y
perpetúa las actitudes machistas y la desigualdad de las mujeres respecto a los
hombres. Por su parte, el psicólogo Javier Miravalles, acaso centrándose
demasiado en las relaciones de pareja en detrimento de la sociedad en general, (por
ejemplo, en la entrada “Sexismo
ambivalente” de su sitio web, http://www.javiermiravalles.es/Sexismo%20ambivalente.html)
señala
como, en definitiva, los
micromachismos son prácticas de dominación y violencia masculina en la
vida cotidiana, esos pequeños y cotidianos controles, imposiciones y abusos de
poder de los varones en las relaciones de pareja, al que diversos autores
(Miller, Bourdieu, Glick, Castañeda, etc.) han llamado pequeñas tiranías, terrorismo
íntimo, violencia “blanda”, ”suave” o de “muy baja intensidad”, tretas de la
dominación, machismo invisible o sexismo benévolo…
Y,
como no podemos aceptar un sexismo benévolo, si queremos transformar las estructura patriarcales que provocan el gélido iceberg de la violencia de género, debemos derretirlo desde sus bases menos
visibles… Y para ello, de las mujeres concretas y organizadas de forma diversa
ha de ser la voz transformadora (tal como alienta, por ejemplo, el colectivo @CervantesFAQs FEM, surgido en Twitter
en 2012 y que acaba de publicar en Noviembre de 2018 su primer libro: #Acción
#Contradicción #Revolución).
El discurso de la “mistificación voluntarista de lo femenino”, como adecuación del viejo patriarcado a una versión extendida y diversificada
en "imaginarios colectivos del género" para tiempos de globalización de la precariedad vital y
la negación de lo común, legitima,
pues, lo que hay y apuesta por una falsificación de la historia y del presente
desdibujando, tras el denso humo del "dominio
masculino", cualquier posible aprovechamiento
de la igualdad formal para avanzar en la lucha material contra la feminización de fenómenos sociales tan
incuestionables como el aumento de
la pobreza y la desigualdad socioeconómica (por vías como el paro,
la precarización laboral, el trabajo no cualificado, el empleo
asistencial, la discriminación salarial, ...).
¿Cómo
combatir esto?... ¿Son suficientes o útiles medidas como la discriminación positiva o las políticas de cuotas para deslegitimar
los imaginarios de dominio/sumisión
patriarcales?. ¿Cómo “desnaturalizar las diferencias de roles
intergenéricos” que se manifiestan en los micromachismos?...
¿Y cómo dar pasos hacia una política de
género (compartida por mujeres y hombres) que genere una sociedad y unas
instituciones capaces de crear las condiciones
de posibilidad de un desarrollo personal completo y satisfactorio para todo ser humano en el que todo tipo de
relaciones intergenéricas se basen en un principio den encuentro de los deseos en un plano de igualdad?.
Porque esa, a fin de cuentas, será la clave de una verdadera revolución ciudadana de los deseos y sus
manifestaciones en una sociedad
verdaderamente inclusiva más allá de voluntarismos y opresiones en el ser de la mujer (y del hombre). Una
revolución que será con (y desde) las
mujeres concretas y diversas, realmente existentes… O no será.
Todo ello será
introducido en sus aspectos conceptuales y problemáticos básicos por el propio
coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro,
para abrir paso a las aportaciones de la ponente invitada, Nieves
Fernández González (que fuera, hasta
fechas recientes, profesora del Departamento de Filosofía y directora del IES “El Piles” de Gijón, cofundadora y
expresidenta de la Tertulia Feminista “Les Comadres”, especialmente
preocupada por la hermenéutica feminista
y la coeducación, como se puede
apreciar en artículos -en revistas especializadas como Círculo Hermenéutico- y
libros -como Unidades Coeducativas, 2003, del que es coautora, o Sobre
discípulas, estudiantes y damiselas. Lo que algunos filósofos filosofaron,
2011-)… Como siempre, se facilitará a las personas
participantes documentación sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la
sesión, recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, informaciones de
interés, chistes, etc.), en un dossier elaborado por el coordinador del
Foro.
Tras
sus intervenciones (e, incluso, durante las mismas) habrá un debate general entre
todas las personas presentes. La sesión, celebrada en relación con el Día
Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (25
de Noviembre), tendrá lugar en el Aula 3 (Segunda Planta), con asistencia
libre.
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