viernes, 20 de julio de 2012

Pensamiento del Día, 20-7-2012


«Había una vez un perro que no sabía ladrar. No ladraba, no maullaba, no mugía, no relinchaba, no sabía decir nada. Era un perrillo solitario, a saber cómo había caído en una región sin perros. Por él no se habría dado cuenta de que le faltara algo. Los otros eran los que se lo hacían notar. Le decían:
—¿Pero tú no ladras?
—No sé... soy forastero...
—Vaya una contestación. ¿No sabes que los perros ladran?
—¿Para qué?
—Ladran porque son perros. Ladran a los vagabundos de paso, a los gatos despectivos, a la luna llena. Ladran cuando están contentos, cuando están nerviosos, cuando están enfadados. Generalmente de día, pero también de noche.
—No digo que no, pero yo...
—Pero tú ¿ qué? Tu eres un fenómeno, oye lo que te digo: un día de estos saldrás en el periódico.»
 (Gloria FUERTES; Madrid, España, 28 de julio de 1917 – 27 de noviembre de 1998.  
Inicio del cuento que da título al libro El perro que no sabía ladrar, 1987.)
En éste mundo parece que cada cual tiene asignada una voz y debe hablar con ella siempre y en cada ocasión... No hay lugar para la sorpresa.
Los perros ladran, los gatos maúllan, las vacas mugen, los caballos relinchan y los tertulianos hablan vehementemente de lo divino y lo humano.
O sea que quien guarda silencio, por prudencia o extrañamiento, por no ofender o por sentir la molesta sensación de “ser un bicho raro”, sólo logrará el aplauso del poder, que interpretará inmediatamente su callada por respuesta de conformidad con sus mandatos, y la más o menos explícita censura de sus congéneres, que le reprocharán su incapacidad para sostener siquiera intrascendentes conversaciones en un ascensor o banales controversias en la barra de un café o el banco de un parque.
Y, lo confieso, pese a mi más que probable tendencia al exceso verbal y mis inclinaciones de opinador impenitente, cada día son más las situaciones en las que, por exceso (pretenciosidad) o defecto (trivialidad), encuentro las palabras tan forzadas que me quedo sin voz, sin saber que decir, sin acertar con una voz a mi alcance...
Pero parece que esas palabras, forzadas o no, sí son consideradas socialmente forzosas... Así que quien no acierta con ellas queda realmente como un bicho raro.
Ya sé que, probablemente, esto a nadie le interese, pero ¿será que estoy condenado a sentirme extraño, forastero en cualquier tierra?.
Nacho Fernández del Castro, 20 de Julio de 2012

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