viernes, 6 de julio de 2012

Pensamiento del Día, 6-7-2012


«El verano de 1932 fue probablemente el punto más bajo de la depresión. Todo era muy sencillo: nadie tenía dinero. El que sería el último gobierno republicano en el curso de dos décadas estaba a punto de recibir el finiquito, sin ideas, y para nosotros como si dijéramos en el cubo de la basura, falto incluso de la retórica de la esperanza. Los recuerdos que tengo de aquel año (...) me configuraban una ciudad fantasma que poco a poco se iba cubriendo de polvo, manzana tras manzana, cada vez con más rótulos de SE TRASPASA en sucios escaparates de tiendas y talleres abiertos muchos años antes y en la actualidad cerrados. Fue también el año de las colas en las panaderías, de hombres sanos y robustos que formaban en batallones de seis y ocho en fondo a lo largo del muro de algún almacén, en espera de que este o aquel organismo municipal improvisado, o el Ejército de Salvación o cualquier iglesia, les diese un tazón de caldo o un panecillo.»
(Arthur Asher MILLER; Nueva York, Estados Unidos, 17 de octubre de 1915 - 
Roxbury, Connecticut, 10 de febrero de 2005. Timebends –Vueltas al tiempo-, 1987.)
Vivimos en un tiempo de ciudades fantasma cuyos barrios, calles y plazas se van llenando de polvo al mismo tiempo que se vacían de actividad comercial bajo un generalizado “se traspasa” que parece hablar ya de la ciudad en su conjunto, de la vida misma... Una ciudad y una vida en las que mujeres y hombres deambulan por la confusión cotidiana, tan inútil como carente de sentido, y forman inmensas colas en las cocinas económicas o buscan sustento o indumentaria en cualquier refugio diocesano de la caridad o en un desbordado banco de alimentos.
Sí, sabemos que la situación no es nueva ni, probablemente, la peor de la historia... Pero, ¿qué quieren?, es la depresión que nos ha tocado y, aunque no sea la Gran Depresión, nos duele muy especialmente... Una depresión adobada, además, por un inequívoco aumento de la represión por parte de unos gobiernos que, ejerciendo de testaferros de los poderosos, tratan de defender casi desesperadamente los intereses de sus amos... Unos gobiernos sin ideas ni capacidad de maniobra, seguidores sumisos de los poderes que los sitúan ante el abismo a la vez que contribuyen al constante aumento de la percepción popular de la casta política como uno de los principales problemas... Unos gobiernos que no dudan en situarse ante su propio finiquito convencidos de la imposibilidad de un verdadero recambio, de una alternativa auténtica.
Unos gobiernos, en fin, que ya han renunciado hasta a su tradicional y falaz retórica de la esperanza.
Nacho Fernández del Castro, 6 de Julio de 2012

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