«...Los seres humanos no
nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los
obliga otra vez y muchas veces a parirse a sí mismos.»
(Gabriel José de la Concordia GARCÍA
MÁRQUEZ; Premio
Nobel de Literatura 1982; Aracataca, Colombia,
6 de
marzo de 1927 - México, D.F., México, 17 de abril de 2014. El amor en los tiempos del cólera,
1985.)
Fue lo suyo
la crónica de una muerte anunciada...
Pero no, como en el caso de su joven personaje, Santiago Nasar, por asuntos de
honor familiar e hipocresía social, sino porque, irreversiblemente enfermo
desde hace mucho y situado en el Olimpo de las glorias literarias supremas
desde hace mucho más, continuamente se disparaban rumores sobre su muerte inminente.
Y, claro, con 87 años cumplidos y tantas
derrotas vitales, cada vez era más probable que el rumor acabara por coincidir
con la noticia.
Alguien, ¿qué duda cabe?, habrá dicho todavía,
al escucharla en un noticiero o leerla en cualquier periódico, “no, si ya lo decía yo”... Es lo que
tiene este áspero mundo: los agoreros
siempre acaban por tener razón... Y para que así sea, muestran una paciencia
infinita.
Pero Gabriel García Márquez supo ir más allá
de este mundo e inventarse un territorio, Macondo, que, curiosamente, lejos de
alejarnos del aquí y del ahora (salvo
en las provechosas horas de ávida y gozosa lectura), nos incitaba a las más lúcidas y críticas reflexiones sobre él...
Porque Macondo no era ni mejor ni pero que este mundo, sino simplemente otro; una alteridad cosmológica, casi ontológica,
que nos permitía (y exigía) la toma de distancia suficiente sobre nuestros pasos cotidianos para mejor valorar la necesidad del salto.
O dicho de otra forma, para saber nacer de nuevo cada vez que la vida así lo pide... Y en cada nuevo
nacimiento mejorar el amor. Aunque
los tiempos, como estos, sean de cólera,
de muchos tipos de cólera.
Nacho Fernández del Castro,
20 de Abril de 2014
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