«...La mujer cogió un puñado de arena y observo como se
escurría entre sus dedos...
—¿Cuál es tu nombre? -le pregunto Esteban.
—Te lo dire si llegamos a ser amigos -respondio ella-. ¿Por
qué debes matar al jaguar?.
Esteban le habló del televisor y después, sorprendido, se
encontró describiéndole sus problemas con Encarnación y explicándole cómo
pretendía adaptarse a sus nuevas costumbres... No eran temas adecuados para
comentar con una persona desconocida, pero Esteban se sintió impulsado a tales
intimidades; creyó percibir una afinidad entre ambos...»
(Lucius SHEPARD
Taylor; Lynchburg, Virginia, Estados Unidos, 21 de agosto de 1947 −
Portland, Oregón,
18 de marzo de 2014. “The Jaguar Hunter” en la antología de
cuentos del mismo título
–“El cazador de jaguares”-, 1987 –edición
en castellano de 1990-.)
Con cierta
frecuencia nos sorprendemos hablando de cosas que probablemente ni siquiera nos habíamos confesado a nosotros
mismos con personas perfectamente desconocidas (o, si se quiere, recién y
coyunturalmente conocidas)... Ocurre que ciertos halos intangibles son capaces
de crear una atmósfera indefinible de afinidad
personal que propicia la confidencia,
la búsqueda de otro ser humano como
espejo...
Es, al fin y al cabo, la base de la psicoterapia rogeriana... Ofrecer una alteridad como espejo que nos facilita
la posibilidad de poner en palabras nuestras cuitas y, con ello, nos sitúa ante
nuestras vivencias, temores y pensamientos más recónditos y privados (en un
doble sentido, porque son íntimamente nuestros y porque llevamos tiempo
impidiendo, con mayor o menor consciencia, que afloren) como paso
imprescindible para una gestión personalmente más fructífera de los mismos.
Afortunadamente, esas personas que, en la vida cotidiana y aún sin
pretenderlo, crean espacios y tiempos óptimos para una “comunicación sin límites
del yo”, no cobran... Es su ventaja sobre los humanistas seguidores de Carl
Rogers: valor sin precio.
Nacho Fernández del Castro,
1 de Julio de 2014
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