«Cuando se supo que el tren había llegado cargado de
cadáveres, sobre la aldea cayó un silencio amenazante.»
(Khushwant SINGH; Hadali, India Británica -hoy Khushab District,
Punjab, Pakistan-, 2 de febrero de 1915 - New Delhi, India, 20 de marzo de 2014.
Train to Pakistan –Tren a Pakistán-, 1956
-2011 para la edición
en castellano-.)
Periodista lúcido y mordaz, ajeno a todos los
dioses y desertor de todas las religiones, sarcástico corresponsal del choque
de costumbres occidentales e hindúes, intelectual divertido y amante
irreductible de la poesía pese a que decía no creer en el amor, sino en la
lujuria porque le parecía más honesta, Khushwant Singh era un literato
todoterreno que ni siquiera era capaz ya, al final de su vida, de recordar con precisión cuánto había escrito (o estimaba
superfluo y vano ese, por otra parte ingente, ejercicio de memoria personal)...
Pero su caudal de voz jocosa e irónica con el que narró el mundo partió, de
hecho, de desgarros íntimos y tragedias colectivas sin cuento, porque nacido en
una pequeña aldea, hoy situada en Pakistán muy cerca de la frontera con la India en la que vivió su
vida adulta y en la que murió, hubo de vivir bajo el temor y el temblor de los
enfrentamientos y definitiva partición
postcolonial de la vieja India Británica en dos “Estados religiosos”: sincretismo de base hinduísta en la
República de la
India frente a la conformación musulmana de Pakistán. Un dolor que narró con lúcida precisión que
permite más de una década (y unos cuantos kilómetros) de distancia (porque ya
nunca pudo volver a su casa natal como había soñado, sino sólo como huésped
muchos años después) en Tren a Pakistán, vívido retrato del
horror fraticida que, no por repetido en tantos lugares y en tantas épocas, deja
de impresionar cuando se refleja con tanto talento y emoción distanciada.
Acaso por ello, compensando tanto silencio amenazante, Singh
logró cuajar ante el mundo esa visión siempre filtrada por una perspectiva tan socarrona
como punzante... La misma que, mucho antes de su muerte, le permitió escribir
su propio epitafio: “Aquí yace uno que
no se ahorró ni hombre ni Dios. No desperdicies tus lágrimas en él, era un
cabrón. Escribía cosas ofensivas que consideraba diversión. Gracias al Señor
que está muerto, este hijo de la pistola”.
Nacho Fernández del Castro, 30 de Junio de 2014
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