El Martes, 16 de Diciembre de 2014, a las 19’30 horas, en
el Centro
Municipal Integrado de El Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón), se desarrollará la sesión mensual del
Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora” en la que se abordará el tema«La filosofía ante el fracaso
del proyecto moderno aquí y ahora: De los Derechos Humanos como lastre en el
mundo del “¡sálvese quien pueda!”». La sesión se plantea como reflexión general
y concreta a partir de los interrogantes que el acelerado declive del “mundo construído desde la modernidad”
se abre ante una ciudadanía atónita: ¿qué mundo es éste en el que los grandes especuladores son “premiados”
por los poderes públicos (cada día
con menos poder real y, desde luego, menos vocación pública) para compensar los
descalabros de sus ambiciones con el dinero de todos?, ¿qué mundo es éste en el
que el poder real va ejerciéndose (cada día con menos tapujos) por los consejos
de administración de las grandes corporaciones económicas, totalmente ajenas a
cualquier atisbo de control popular?, ¿qué mundo es éste en la que los
beneficios acumulados en los ciclos de bonanza económica revierten en los amos del mundo, mientras las menguas
económicas de las crisis las pagan
sus nuevos esclavos (o sea, todos)?,
¿qué mundo es éste en el que la creciente desafección
política (patente en tanta indiferencia y apatía ciudadana, en una
abstención creciente y frecuentemente mayoritaria, en la situación de la casta política como tercer gran problema
del país en las encuestas, etc.) no logra ni tan siquiera obstaculizar un poco,
o hacer que por lo menos se disimule, la obscena y onerosa dramaturgia de unas instituciones políticas obsoletas, nada
representativas y totalmente inútiles, que viven inmersas en un juego de apariencias al servicio directo
de los poderosos (a los que llaman,
eufemísticamente, mercados)?, ¿qué
mundo es éste en el que la corrupción
se consagra como el combustible y el lubricante necesarios para que funcionen
sus propios engranajes?... O sea: cuando alguien más o menos preciso, más o menos ubicuo, más o menos imaginario, pero con mando en
plaza dice el nombre de nuestro país
(seguramente junto a otras penínsulas mediterráneas de gran tradición clásica)
y nuestras autoridades proceden, prestas, a abrir desmesuradamente los ojos, a
mirarse con signos compartidos de cautela y suspicacia, a tratar de pegarse a
cualquier rincón o elemento protector para que su presencia sea lo menos
notoria posible, éste no puede ser ya el mundo
moderno, el ámbito de la libertad,
la igualdad y la fraternidad, el espacio de la razón
universal (y universalista), sino tan
sólo el universo del “¡sálvese quien
pueda!”.
Y ya está... O no está, porque seguramente
la cosa acabará en que, más allá de los torticeros discursos de los mandamases,
“nuestras autoridades” aprovecharán para meternos en vereda, para hacernos más
fuertes en el sufrimiento creciente,
para rebajar los humos de nuestros pretendidos derechos... Vamos, todas esas cosas que se hacen por nuestro bien: quitarnos dinero, quitarnos la vivienda, quitarnos un poquito de salud y educación cada día, quitarnos atención
a nuestras dependencias,... ¡Loable empeño que, sin duda, hará a quienes
logren sobrevivir mucho más resistentes ante la adversidad!.
Y es que, digámoslo ya,
ese “fracaso de la modernidad” va
derivando en crecientes y ufanos dogmas que sitúan el desarrollo en la
aplicación de los derechos humanos
(en sus tres generaciones: derechos
civiles y políticos, derechos sociales y laborales y derechos relativos a la
paz y el medio ambiente) a las legislaciones nacionales como un lastre para la “viabilidad (económica) del
mundo”, de “carga insoportable para
una sociedad”, de “rémora para el
desarrollo económico”. Así lo mostraban, sin ir más lejos (y sin rubor
alguno), las advertencias del Fondo
Monetario Internacional en el Capítulo
4 de su Informe sobre la estabilidad financiera mundial 2012
al señalar como “la prolongación de la
esperanza de vida acarrea costos financieros” para toda la economía: a
través de los planes de jubilación y la Seguridad Social
para los gobiernos, a través de los planes de prestaciones definidas para
las empresas, a través de la venta de rentas vitalicias para las compañías de seguros, a través de obstáculos para el acceso a prestaciones
garantizadas para la ciudadanía
(calculaba, de hecho, el neoliberal
organismo que, si la esperanza de
vida aumentase de aquí a 2050 tres años más de lo previsto, los costes del envejecimiento poblacional, “que ya son enormes”, se incrementarían
en un 50%, por lo que recomendaba a los países que “neutralicen financieramente los peligros de vivir más años de lo
esperado” para lo que “es necesario
combinar aumentos de la edad de jubilación -bien por imposición del gobierno o
de forma voluntaria- y de las contribuciones a los planes de pensiones con
recortes de las prestaciones futuras”, porque “si no es posible incrementar las contribuciones o subir la edad de
retiro, posiblemente haya que recortar las prestaciones”)... El gobierno español, aplicadamente, se
apresuró a introducir esas directrices en su reforma de las pensiones auspiciada por (para “que los gobiernos reconozcan que se encuentran expuestos al riesgo de
longevidad”, y, a partir de ahí, se muestren prestos para “adoptar métodos para compartir mejor el
riesgo con los organizadores de planes de pensiones del sector privado y los
particulares”, y, por ende, “recurrir
a los mercados de capital para transferir el riesgo de longevidad de los planes
de pensiones a quienes tienen más capacidad para gestionarlo”).
El ejemplo no es baladí, pero se transmite, además, a todas las políticas neoliberales de ajuste que se
imponen en todo el viejo mundo
económicamente desarrollado, mientras se asiste a la emergencia económica de nuevos países que precisamente han
abandonado tales políticas, recortes
drásticos del sector público... Unos recortes que, en realidad (y como
ellos tuvieron ocasión de padecer), se transforman rápidamente en disolución de
derechos básicos como el acceso a la salud (ya con una disminución de la esperanza de vida en
España, para contento del FMI, por primera vez en décadas), a la educación (ya con miles de personas
excluídas de un sistema educativo en deterioro, por falta de apoyos o de
recursos a partir de recortes en dotaciones y becas), a la protección de la dependencia (ya casi paralizada por la
drástica reducción de recursos), a la
vivienda (ya con cientos de miles de familias desahuciadas por unos bancos “sostenidos”
con dinero público), al trabajo (ya
con un proceso de precarización galopante que convierte el empleo digno en un
artículo de lujo)... Y, en definitiva, en una privatización de los derechos (el que quiera salud, pensiones o
atención a sus dependencias que se lo compre en los mercados correspondientes,...
si es que puede) que supone un proceso planificado de precarización de la vida para la inmensa mayoría de la población
(abocada a la caridad cuando no puede
acceder a esos mercados)... ¿Es aún posible, aquí y ahora, y contando con la indefensión aprendida por la ciudadanía del presente, hablar de una sociedad cohesionada por los valores de la
modernidad?... ¿Es, en suma, posible hablar siquiera de paz social en medio de esta opresión globalizada que dinamita
cualquier atisbo de bienestar universal?-
Cuando proliferan las quiebras del principio de libertad (primera generación de derechos humanos), del principio de
igualdad (segunda generación de derechos
humanos) y del principio de solidaridad
(tercera generación de derechos humanos), no podemos asistir impasibles a
las actuaciones que cuestionan respectivamente el Estado de Derecho, el Estado
Social de Derecho o el marco multilateral
de relaciones internacionales... Precisamente porque, paradójicamente, si
hay una Declaración Universal de Derechos
Humanos (que pretende “armonizar” las Constituciones
nacionales desde el mejor legado de la modernidad)
es porque dichos derechos no son ni han sido respetados en todos los lugares y
en cualquier tiempo (si lo hubiesen sido, identificándose casi con una suerte
de comportamientos específicos de especie,
no habría sido necesaria Declaración institucional alguna)... Así que, ¿podemos
aceptar, sin más, una situación como la actual, en la que cualquier principio
de la Declaración,
es potencialmente relegado ante los “intereses superiores” de ese ente difuso
que se ha dado en llamar “los mercados”?.
Evidentemente, enfrentarse al mundo del “¡sálvese quien pueda!” exige
la derivación de estps interrogantes hacia una reflexión compartida sobre la moralidad y viabilidad humana de sus consecuencias
políticas y sociales (tan fieramente reproducidas en Gente en sitios –Juan
Cavestani, 2013- y sinbolizadas en The road –John Hillcoat, 2009-),
mucho más allá del mero cálculo económico,
porque, como diría Antonio Machado, “sólo
el necio confunde valor y precio”... ¿Quedan aún algunas vías de
resistencia (y/o reconstrucción) posibles ante el colapso de la modernidad y sus consecuencias?.
Todo ello será introducido, en sus aspectos
conceptuales básicos, y desarrollado problemáticamente por el propio
coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro
que, como siempre, facilitará a las personas participantes un dossier, de
elaboración propia, con documentación sobre el tema abordado, incluyendo el
guión de la sesión, recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, artículos
e informaciones de interés, chistes, etc..
Tras su intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate
general entre todas las personas presentes (recordamos que, en relación con
este Foro se ha proyectado ya, el miércoles, 10 de Diciembre, en el Cine-Forum “Imágenes para pensar”, la
película La
carretera (The road), 2009, de John Hillcoat. La sesión,
celebrada en relación con el Día de los Derechos Humanos (10
de Diciembre), tendrá lugar en el Aula 3 (Segunda Planta), con asistencia
libre.