Dentro de unos días, el 15 de Marzo, RBA sacará al mercado, con dos años y medio de retraso sobre la edición original inglesa (False Nine, que lanzara Head of Zeus
el 5 de Noviembre de 2015), la edición en castellano de la tercera entrega, Falso nueve, de la serie negra futbolística que el gran Philip Kerr (con gran conocimiento de causa) está dedicando al muy mestizo entrenador/detective escocés Scott Manson.
Tras Mercado de invierno y La mano de Dios,
Scott, que ha roto dignamente con el dueño ruso de su antiguo club londinense, acabará siendo contratado por el F.C. Barcelona, pero no para ser su entrenador o su director técnico, sino como detective... Para investigar la misteriosa desaparición de su gran estrella... Y, siguiendo el rastro del Falso nueve, irá topándose de uevo, de París a Antigua, con lo más abyecto de las trastiendas del mercado y las tramoyas donde se mueven los hilos del espectáculo futbolístico...
¿Fue Quini, podemos preguntarnos, todavía compungidos pero prestos a disfrutar de nuevo de su gran legado para honrar más su memoria (como nos propone JJ Alonso Menéndez en las páginas de La Nueva España), un precursor de eso que se ha dado en llamar falso nueve?.
Evidentemente, no... Ni él ni Messi, que son jugadores cuyas capacidades, salvando las distancias que se quiera, exigían una gran libertad táctica y de movimientos... Porque el talento necesita siempre libertad para manifestarse. Así que lo del falso nueve es más bien un timo táctico que, para jugadores como ellos, resulta un verdadero insulto.
Quini, ciertamente, empezó jugando en el Sporting con el 8, como interior izquierda que llegaba sin recelo a pisar el área, pero que tenía un 9 (menos goleador que él) de referencia... Como lo fueron Paquito o el cedido (por el Español) Marañón.
Pero, incluso cuando acabó siendo un 9 ya insustituible (que se lo digan a Gomes, Savic, el efímero Rinaldi, Wilmar Cabrera, Flores o Pier, porque sólo fue pálidamente sucedido por la esforzada eficacia veterana de Julio Salinas hasta la llegada de El Guaje -¿otro falso nueve?-), sus remates llegaban desde cualquier posición dentro y fuera del área... Cierto que Quini tuvo el mejor movimiento de cuello para rematar de cabeza que se ha visto en un campo de futbol... Con él era capaz de lanzar obuses desde más allá del punto de penalti o depositar con precisión suaves vaselinas en la escuadra contraria. Pero todos le vimos marcar voleas de todas las formas y colores (incluso, más allá del glorioso derechazo cruzado sin ángulo a la escuadra contraria en Vallecas, con el pie izquierdo cuando la ocasión lo requería, o elevándose él mismo el balón cuando el barro dificultaba el golpeo) y hasta goles de "exterior habilidoso" (como dos seguidos al Español en el año del ascenso con el también recientemente desaparecido Carriega, en los últimos cinco minutos de partido y cogiendo el balón en la banda derecha casi a la altura del centro de campo; o una joya de orfebrería frente a Os Belenenses en un Trofeo Costa Verde, en el que, tras recibir el balón a media altura escorado en la banda izquierda cerca del ángulo del área, salvó , sin dejar caer nunca el balón al suelo, con tres sutiles y sucesivas vaselinas al lateral, el central y el portero para marcar a puerta vacía).
Así que, Quini, además de un gran paisano, era un futbolista descomunal (cosa que en algunas necrológicas parece dejarse un poco de lado estos días), capaz de crear el sortilegio de treinta mil voces gritando con un sólo aliento esperanzado "¡Ahora, Quini, ahora!" en el minuto 92 de un apurado partido contra una gran Real Sociedad, y satisfacer su esperanza encontrando un espacio en el segundo palo para rematar de cabeza y justificar la fe colectiva... Porque Quini era mucho más que un 9 (verdadero o falso): era un Dios magnánimo. Y los que tuvimos el privilegio de ver en vivo y en directo toda su carrera, sus racionales devotos.
Sigamos la ceremonia
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