El Centro Municipal Integrado de El Llano
(c/ Río de Oro, 37- Gijón), en su sesión del mes de Junio-2018 (Martes, 26, a las 19’30
horas), del Foro Filosófico
Popular “Pensando aquí y ahora”
abordará el tema «La filosofía ante la vejez amenazada aquí y
ahora: Sobre demografía, longevidad y encierro». La sesión se plantea como reflexión
general y concreta sobre las distintas formas de exclusión y desprecio que la
sociedad impone a una población anciana
en aumento (en cifras absolutos y, sobre todo, en los países ricos, relativas),
gracias a ese “progreso” (más de condiciones materiales de vida y
técnico-médico que en relaciones humanas y socio-asistencial) que genera longevidad… Unas amenazas (casi
podríamos decir ya ataques) a una vejez
eufemísticamente llamada “tercera edad” por el lenguaje políticamente (o sea, hipócritamente)
correcto, que conforma un colectivo
que, en realidad, ha pasado a ser masivamente objeto del “gran encierro” (en fríos geriátricos o en la soledad de viviendas
miserabilizadas) que caracteriza las tecnologías del castigo disciplinario contemporáneas como una “prisión continua” que va desde las cárceles de máxima seguridad
hasta la vida cotidiana a través de las prácticas de control del poder y el
conocimiento ejercidas por profesionales (desde los jueces o la policía, hasta
los maestros, los mediadores, los psiquiatras… o los geriatras), como bien
señalaba Michel Foucault (por ejemplo, en Vigilar y castigar, de 1975, o,
entre los póstumos Cours au Collège de France (1997-2015) publicados en trece volúmenes por Gallimard-Le Seuil,
Los
anormales, 1999; El poder psiquiátrico, 2003; La
sociedad punitiva, 2013; o Teorías e instituciones penales,
2015)... Un intento de autolegitimación del sistema capitalista, por cuanto “las
personas de edad” (según, la terminología buenista de la ONU) se constituyen en una “unidad de gasto no
productivo”, por lo que comienzan a considerarse como “una carga insoportable para la sociedad” y “una rémora para su desarrollo”. Así lo señalaban, sin ambages, las
advertencias del Fondo Monetario
Internacional en el Capítulo 4 de
su Informe
sobre la estabilidad financiera mundial 2012 al señalar como “la prolongación de la esperanza de vida
acarrea costos financieros” para toda la economía: a través de los planes de jubilación y la Seguridad Social
para los gobiernos, a través de los planes de prestaciones definidas para
las empresas, a través de la venta de rentas vitalicias para las compañías de seguros, a través de obstáculos para el acceso a prestaciones
garantizadas para la ciudadanía...
Calculaba, de hecho, el neoliberal organismo
que, si la esperanza de vida
aumentase de aquí a 2050 tres años más de lo previsto, los costes del envejecimiento poblacional, “que ya son enormes”, se incrementarían
en un 50% (“son docenas de billones de
dólares”). Así que el FMI
recomienda a los países que “neutralicen
financieramente los peligros de vivir más años de lo esperado” para lo que “es necesario combinar aumentos de la edad
de jubilación (bien por imposición del gobierno o de forma voluntaria) y de las
contribuciones a los planes de pensiones con recortes de las prestaciones
futuras”, porque “si no es posible
incrementar las contribuciones o subir la edad de retiro, posiblemente haya que
recortar las prestaciones”. Consideraba, por ello, que el primer paso urgente
para ejecutar ese plan de acción
debería ser “que los gobiernos reconozcan
que se encuentran expuestos al riesgo de
longevidad”, y, a partir de ahí, se muestraran prestos a “adoptar métodos para compartir mejor el
riesgo con los organizadores de planes de pensiones del sector privado y los
particulares”, y, por ende, “recurrir
a los mercados de capital para transferir el riesgo de longevidad de los planes de pensiones a quienes tienen
más capacidad para gestionarlo”.
Acabáramos,
lo que molesta de “las personas de edad” es, en realidad, que, desde el punto
de vista económico, son unidades de gasto
que están vitalmente inmersas en una transferencia
neta y creciente de los consumos en el sistema privado a los del sistema
público... Y como ahora, en la “sociedad
del conocimiento” (y la posverdad), la experiencia
y el saber acumulados por cada ciudadano
o ciudadana resulta “socialmente despreciable”, porque lo único que lo legitima
como tal es el consumo (de bienes y
servicios, de las industrias culturales, político), que éste se vaya
alejando de los mercados “libres” es,
desde el punto de vista neoliberal,
una auténtica blasfemia... Así que en esas estamos en todas la políticas
nacionales del mundo económicamente desarrollado (en el resto ya ni hablamos,
aunque, al menos, suelen tener redes más sólidas de apoyo y respeto familiar):
los sistemas nacionales de salud, pensiones o dependencia “no son viables” ante
el progresivo envejecimiento de la población porque, aunque esos simpáticos
viejecitos y viejecitas hayan contribuido lo suyo a desarrollar y financiar
esos sistemas, la sociedad, cada día más insolidaria
y sumisa al “poder de los mercados” (en
realidad sería más apropiado decir “los mercaderes” para no dejarlo en
abstractos impersonales), parece progresiva y paradójicamente más dispuesta a
dejar que el sistema se muestre cada día menos dispuesto a dejar la posibilidad
de decidir sobre la apuesta por el crecimiento
de la atención pública a la longevidad creciente al albur de una decisión
democrática de la propia ciudadanía... ¡Por si acaso!, no vaya a ser que acabe
por mostrarse, pese a todo, proclive a retribuir a los colectivos longevos su
esfuerzo de toda una vida... Así, de paso, mucho menos inclinada estará a escuchar,
respetar y valorar la propia “voz de la vejez” sin mediaciones...
Es, por
consiguiente, un paso más (por desgracia, para muchas personas el último y
doloroso) en la extensión del principio de quien
quiera salud, pensiones o atención a sus dependencias en la vejez que se las
compre en los mercados correspondientes. Y si no puede... ¡Que busque
recursos en la beneficencia (o en los cubos de basura)!... Porque, convertidas
ya casi ufanamente las democracias
formales en teatros de sombras
manejados por los poderes económicos
reales, ya ni siquiera necesitan el “caramelo envenenado” de una leve
subida de pensiones cada vez que se acerca un sufragio para captar un voto, el
de “nuestros mayores”, que, colectivamente, se mostraba proclive a tragarse el
anzuelo… Porque el problema va mucho más allá de los recortes, las políticas de
ajuste (o sea de transferencia neta de fondos del sector público al privado
según el principio básico del nuevo
liberalismo: “lo que da beneficios
debe ser privado, lo que no es susceptible de negocio debe ser público”) o
los reclamos electorales: en realidad, el propio tratamiento, por ejemplo, de
la atención a la dependencia o las pensiones como un medio para fines externos a
la propia ciudadanía que recibe (o no) los servicios que las articulan (desarrollo económico, mejora de la
competitividad de las industrias nacionales, constitución de una oferta
adecuada y flexible ante las demandas cambiantes del mercado laboral,
mantenimiento de la primacía de determinados colectivos frente a otros, o
cualesquiera otros de esos que tan gratos resultan hoy a las bocas y oídos neoliberales), constituye, en la
práctica, su negación como derechos,
y su conversión en bienes en el mercado,
porque convierten
de facto el nivel de acceso posible de cada cual a las prestaciones
para atender las dependencias y a las pensiones en un bien
patrimonial más que se añade a sus posesiones (vivienda, electrodomésticos
o vehículo) como símbolo de status…
Y es por ello que las tensiones privatizadoras
que sufren estos derechos básicos marcan, en primer lugar, el camino
hacia su disolución como tales, y, por añadidura, son un signo palmario de la ínfima
calidad democrática de nuestros sistemas políticos al sustentarse de los discursos
que sitúan el proceso de incorporación de los derechos humanos (en sus tres generaciones: derechos civiles y políticos, derechos sociales y laborales, y derechos
relativos a la paz y el medio ambiente) a las legislaciones nacionales como
una suerte (o desgracia) de lastre para
la “viabilidad (económica) del mundo” (Fondo Monetario Internacional dixit: “carga insoportable para una sociedad”, “rémora para el desarrollo económico”,…). Un discurso y unas
prácticas sociopolíticas, en fin, que miserabilizan
colectivos y precarizan la vida
hasta asentar el sistema sobre una verdadera opresión globalizada.
Por
supuesto, el desarrollo de este planteamiento, que ve cómo la longevidad pasa de ser un logro científico sin precedentes que
deriva orgullo y satisfacción social (¿dónde quedaron las ufanas afirmaciones,
por ejemplo, de filósofos de la ciencia como Bonifaty Mikhailovich Kedrov en su famoso Discurso de Berlín: “el
objetivo próximo de la medicina actual es la prolongación de la vida hasta los
doscientos años, con una total conservación de la juventud y la belleza”?),
a convertirse uno de los más graves
riesgos sociales, deberá derivar hacia una reflexión compartida sobre la moralidad y viabilidad humana de sus consecuencias políticas, intentando
alumbrar algunos vías de resistencia posible ante las mismas... Vías que, de
hecho, ya se han ido incorporando en la práctica y en la teoría de la resistencia social, desde los orgullosos
yayoflautas del 15M a la
constitutución de una suerte de senado
intelectual de la disidencia radical (en el que, por derecho propio,
figuran nombres como Stéphane Hessel, Noam Chomsky, José Saramago, José Luís
Sampedro o Emilio Lledó), desde la constitución de las personas pensionistas
(especialmente en los castigados países mediterráneos) como un núcleo (sólido
en su precariedad) de sostenimiento
familiar y solidaridad entre iguales
frente a la miserabilización
provocada por la crisis/estafa hasta
los movimientos de protesta de los
pensionistas (que, junto a las jóvenes
feministas del movimiento 8M, pusieron contra las cuerdas las políticas
conservadoras e la legislatura presente en España)… Y es que, por muchos
motivos como los apuntados, la gestión de
la vida cotidiana no puede quedar
en manos de los mercaderes y sus diversificados profesionales del castigo disciplinario, sino en las de los propios
seres humanos que, con la actualización de su experiencia vital, son capaces de racionalizar sentimientos y sentir razones... ¿Será aún posible,
aquí y ahora, y contando con la indefensión
aprendida por la ciudadanía del
presente, mantener un mínimo de cohesión
social para no seguir alimentando ese proceso de interesado enfrentamiento entre
colectivos sociales (que, en último extremo, sólo deriva en manifrestaciones
más o menos cruentas de aporofobia)?.
Este planteamiento será
introducido y desarrollado problemáticamente por el propio coordinador del
Foro, José Ignacio Fernández del
Castro, que, como siempre, facilitará a las personas participantes
documentación sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión,
recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés),
en un dossier elaborado por él mismo. Tras su intervención (e, incluso,
durante la misma) habrá un debate general entre todas las personas presentes.
La sesión, que se celebra en relación con el Día Mundial de la Toma de
Conciencia sobre el Abuso y el Maltrato en la Vejez (15 de Junio), se
desarrollará en el Aula 3 de la Segunda Planta, con asistencia libre.
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