El Centro Municipal Integrado de El Llano
(c/ Río de Oro, 37- Gijón), en la sesión del mes de Junio-2019 (Martes,
día 25, a las 19’30 horas),
como cierre de la Programación del Primer
Semestre de 2019 de su Foro Filosófico
Popular “Pensando aquí y ahora”,
abordará el tema «La filosofía ante la desconfianza ciudadana en
las instituciones aquí y ahora: Sobre política, gestión pública y servicio a la
ciudadanía». La
sesión se plantea como reflexión general y concreta que ha de partir
necesariamente de los fenómenos que hacen patente una pérdida de entusiasmo democrático con las instituciones públicas en
conjunción con una creciente exigencia ciudadana hacia unos servicios públicos
menguados en sus recursos: la abstención (con su amalgama de variopintas
motivaciones) se ha consolidado por encima del 30% y es, casi siempre, el no-partido más votado; las encuestas
(por ejemplo, las del Centro de Investigaciones Sociológicas) señalan, ya de
forma estable, a los representantes políticos como uno de los mayores problemas
de este país (por encima del terrorismo o las tensiones territoriales); la
corrupción política crece sin parar, con más de mil políticos de diversas
adscripciones condenados o imputados en diversas causas (en las últimas
elecciones generales, por primera vez, alguno de los “partidos con aspiraciones
de gobierno” ha tenido el dudoso honor de tener más políticos encarcelados que
escaños en el parlamento) y todos los responsables locales de Urbanismo bajo
sospecha; los políticos, por otra parte, cada vez se atrincheran más en una
suerte (o desgracia) de casta,
conformando élites que se van
alternando, según sus propios rituales, en las instituciones del poder formal tras otra casta de burócratas
independiente de todo control popular; el fenómeno de las llamadas “puertas
giratorias”, paso de las responsabilidades públicas a otras en sectores de la
economía privada más o menos directamente relacionados con las antiguas
ocupaciones, sigue sin ningún freno real; los servicios públicos son
interesadamente menoscabados desde las administraciones mediante una merma de
recursos, que se transfieren directa o indirectamente a los negocios privados,
aumentando la desmotivación de un funcionariado “abandonado a su suerte”; la
ciudadanía responde, con frecuencia creciente, ante esta situación neurotizante
con violencia, verbal o física, dirigida a la cara visible de los servicios, el
funcionariado que los desempeña; etc. La política
parece haber dejado de ser, así, el noble arte dedicado a la mejor organización de la vida en la polis para
garantizar el bien común, tornándose en refugio de pícaros y truhanes de
diverso pelaje dispuestos, sin demasiados escrúpulos, a garantizar su propia mejor vida a costa del patrimonio común de la polis,
dejando a un funcionariado desanimado y cada vez más precario (en recursos
y en condiciones laborales) como barrera ante la extensión del descontento
ciudadano, capaz sin embargo de captar la necesidad de unos servicios públicos
de calidad para el desarrollo de una convivencia en condiciones mínimas de
igualdad y cohesión social. Y es que, en efecto, a cualquier lado que miremos,
la corrupción política (en oscura connivencia entre lo público y lo
privado llena de sobres sospechosos
y puertas giratorias indecentes) parece
crecer cual mala hierba que impide todo atisbo de cosecha democrática… Lo
público se pone, sin gran rubor, al servicio de los intereses privados destrozando paisajes, mutando leyes cuando es
menester según la conveniencia de los (verdaderos) poderes económicos,
diezmando recursos físicos y humanos, empobreciendo pueblos e imposibilitando
la vida en el medio natural… El discurso de los ajustes urgentes e
imprescindibles deriva, así, prácticas, cuanto menos paradójicas: mientras
los causantes y propagadores del crack
financiero reciben cuantiosas subvenciones de dinero público para “salvar
sus entidades” (que les permiten cobrar sueldos y primas astronómicos), la ciudadanía de a pie es vapuleada por el desempleo, las congelaciones y reducciones salariales, la precarización laboral, la desregulación
de la jornada, los avisos de desahucio,
el incremento de impuestos para la rentas
del trabajo y la constante amenaza de
ocaso del débil y menoscabado bienestar público... La “refundación del capitalismo” de la que todos los paladines del orden (bipartidista) establecido (de
Sarkozy a Zapatero) hablaban al principio de la crisis, parece haber consistido simplemente en dejarlo campar a sus
anchas, en la completa e incondicional rendición
de lo político (los intereses públicos,
el cuidado del bien común) a lo económico (los intereses privados, la multiplicación del beneficio
particular a costa de lo que sea). Porque va extendiéndose en el propio
mundo rico una inmensa bolsa de pobreza
(eso que eufemísticamente llamamos “cuarto
mundo”) que ya sólo puede sobrevivir de la limosna pública (esos 400 euros mensuales que reciben algunas
personas paradas cuyas unidades familiares se han quedado ya sin ingreso alguno)
o privada (comiendo en las Cocinas
Económicas o recibiendo asistencia del Banco de Alimentos, vistiéndose en los
roperos de Cáritas, durmiendo en los albergues para transeuntes,...); mientras,
a su lado, el patrimonio de apenas una docena de las mayores fortunas de España
bastaría para financiar todos los recortes que el gobierno ha hecho en los años
más crudos de la crisis...
Evidentemente
el movimiento de los indignados (según
el título que recibiera del librito-llamada, Indignez-vous! -¡Indignaos!-, de Stéphane Hessel de 2010) que,
especialmente en los años 2011 y 2012, mostró el hartazgo popular extendiéndose por las calles y plazas de todo el
mundo, desde el 15M y la ocupación de la madrileña Plaza de Sol (junto a las más emblemáticas de cientos de ciudades españolas)
hasta Occupy Wall Street, pasando por
las cuarenta mil personas que el 29 de mayo de 2011 llenaron con sus quejas la
Plaza Syntagma de Atenas, fue la sacudida que situó en
primer plano la gran corrupción política,
no la del dinero público malversado y robado (que ya estaba en los medios),
sino la del robo de la propia democracia
a través de sufragios ritualizados
para alternar en el poder formal, en
una representación de teatro de sombras,
partidos políticos que actuarían (encubiertos por el patológico síntoma de la
“exageración de las diferencias”) como solidarios
testaferrros de los intereses del
verdadero poder, el económico. Su
grito “¡No nos representan!” situó en
el debate público la crisis de las
democracias representativas en un mundo
globalizado que desplaza los centros de toma de decisión política
desde las instituciones gubernamentales de los Estados hacia los Consejos
de Administración de las grandes empresas transnacionales; y
supuso una verdadera deslegitimación de unas instituciones pseudodemocráticas
y, con ello, de sus instrumentos de
dominio (de los medios de comunicación social comprados por el propio poder
económico –para construir cosmovisiones e imaginarios colectivos que “naturalicen” el estado de cosas y
criminalicen cualquier alternativa-, al uso de las porras y las togas que condenan y castigan toda disidencia
y/o resistencia ante lo considerado “políticamente correcto”)... Ahora
bien, ¿cómo pasar de ese grito sabiamente deslegitimador al combate directo del
modelo elitista que caracteriza las democracias parlamentarias (y bipolares)
existentes sin caer en sus vicios internos (burocratización de procesos
selectivos ajenos al debate político como medio para la consagración de castas al servicio de lobbies) y externos (representación real de los intereses de
esos grupos de presión con olvido de
la ciudadanía de a pie)?... ¿Cómo encontrar una “filosofía a pie de calle” (reclamada
en un sentido originario, por ejemplo, por Marina Garcés desde su Filosofía
inacabada, 2015, que va ya abriendo ya un camino -Fuera de clase: Textos de
filosofía de guerrilla, 2016, o Nueva ilustración radical,
2017- en su intento de recuperar Un mundo común, 2013) capaz de
alentar el debate público en ese combate
redemocratizador?... En esa apuesta aparentaban estar nuevos partidos que,
con buenas –sorprendentes, a veces- expectativas electorales, se encuadraron,
de algún modo, en este fenómeno crítico
de la escena política (buscando algunos
cauces para resetear el sistema, que
dirían Joan Subirats y Fernando Vallespín –España/Reset: herramientas para un cambio de
sistema, 2015-, aún cuando las posibilidades de que desde las
instituciones se pueda articular cambio radical alguno sean mínimas, como
argumenta lúcidamente Slavoj Žižek –Acontecimiento, 2014-), como SYRIZA (Coalición de la Izquierda Radical ) en Grecia o Podemos en España... Pero la
evolución de las cosas parece dar la razón al mediático Žižek: ¿quiénes
querrán, podrán y sabrán siquiera contribuir a la necesaria y urgente reconstrucción participativa de la
democracia para convertirla en una “revolución ciudadana” que devuelva las
instituciones al eso que, tantas veces con descarada demagogia, se da en llamar
“pueblo” para que pueda manifestar y ejercer su voluntad de bien común?.
Porque
esa es la gran cuestión a la hora de plantearse cómo pueda hoy, aquí y ahora,
el pensamiento crítico enfrentarse a
esas prácticas políticas corruptas legitimadas por el multiforme eco del discurso único de la democracia elitista:
¿cómo traducir la desafección política
generalizada en impulso hacia otra concepción
de la gestión pública, hacia una participación efectiva, constante y
exigente de cada cual en lo que son asuntos de todos?... ¿Cómo renovar, en suma,
el anhelo que, en una situación similar (que culminó con la condena y muerte de
Sócrates), llevó precisamente al mismísimo Platón (según confiesa en su Carta
VII,
325d: «Al ver esto y al ver a los
hombres que dirigían la política, cuanto más consideraba yo las leyes y las
costumbres, y más iba avanzando en edad, tanto más difícil me fue pareciendo
administrar bien los asuntos del Entado. (...) La legislación y la moralidad
estaban corrompidas hasta tal punto que yo, lleno de ardor al principio para
trabajar por el bien público, considerando esta situación y de qué manera iba
todo a la deriva, acabé por quedar aturdido. (...) Finalmente llegué a
comprender que todos los Estados actuales están mal gobernados, pues su
legislación es prácticamente incurable sin unir unos preparativos enérgicos a
unas circunstancias felices. Entonces me sentí
irresistiblemente movido a dedicarme a la verdadera filosofía, y a
proclamar que sólo con su luz se puede reconocer dónde está la justicia en la
vida pública y en la vida privada. Así, pues, no acabarán los males para el ser
humano hasta que llegue la raza de los auténticos y puros filósofos al poder,
hasta que los jefes de las ciudades, por una especial gracia de la divinidad,
no se pongan verdaderamente a filosofar.» ) a “fundar” la filosofía?.
Por
supuesto, la ciudadanía, el demos, el pueblo cada vez se siente (se sabe) más alejado de cualquier participación efectiva en el poder (un
poder que, en último extremo, oscila entre las grandes corporaciones transnacionales que sólo reconocen la democracia del dinero y las pequeñas instituciones locales,
incluyendo los viejos y gastados Estados-nación,
con una capacidad de gobierno cada día más residual, formal y corrupta) y más
cuestionado en sus opciones reales de acceso a unos servicios públicos de
calidad en condiciones de igualdad… Lo que, unido al proceso de subjetivización de la vida, deriva
respuestas individualistas que oscilan entre el “¡sálvese quien pueda!” (o sea, “quien
quiera sanidad, educación, pensiones, seguridad ciudadana, justicia, gestión
administrativa o atención a la dependencia de calidad que se las pague”),
la sumisión a “lo que hay” y los
rebotes más o menos violentos. Porque, digámoslo ya, los recortes drásticos del sector público, en realidad, se transforman
rápidamente en disolución de derechos
básicos como el acceso a la salud,
a la educación, a la protección de la dependencia, a la vivienda, al trabajo...
Y, en definitiva, en una privatización de
los derechos (el que quiera salud, educación, pensiones o atención a sus
dependencias que se lo compre en los mercados correspondientes,... si es que
puede) que supone un proceso planificado de precarización
de la vida para la inmensa mayoría de la población (abocada a la caridad cuando no puede acceder a esos
mercados)...
¿Cómo
intentar rearmar una participación
efectiva de la ciudadanía en la toma de decisiones que son relevantes para su
vida?, ¿cómo recuperar, aquí y ahora, un demos que, más allá del maltrecho concepto (y las indignas prácticas)
de la representación popular mediada por
los partidos políticos, sea capaz
de reconstruir su papel como agente activo
en los asuntos públicos?, ¿cómo recuperar la efectividad de y la confianza
en los servicios públicos de sanidad, educación, justicia, seguridad ciudadana,
gestión administrativa o atención a la dependencia, como único garante de una
convivencia igualitaria?...
Todo
ello, en suma, habrá de situarnos ante un dilema central: ¿es posible aún la regeneración de las instituciones representativas de las democracias realmente existentes como
garantes del ejercicio colectivo del bien
común o, por el contrario, cualquier paso hacia una verdadera recuperación de la democracia exige el hallazgo, desarrollo y fomento de nuevos cauces
de participación ciudadana adaptados
al aquí y al ahora para un pacto
social efectivo que determine la esencia y articulación de ese bien común en el presente?... Y ¿es aún
posible, en tal contexto y contando con la indefensión
aprendida por la ciudadanía del ahora,
revitalizar una concepción y una práctica del servicio público que contribuya a la cohesión social?...
Este planteamiento será
desarrollado, desde un enfoque participativo y problematizador, por el propio
coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro, que, como siempre,
facilitará a las personas participantes un dossier con documentación
sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones
bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés). Tras su
intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre todas
las personas presentes. La sesión, que se celebra en relación con el Día de las Naciones Unidas para la Administración Pública (23 de Junio), tendrá lugar en el Aula 3 (Segunda Planta), con asistencia libre.
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