El
Centro Municipal Integrado de El
Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón), en la sesión del mes de Septiembre-2019
(Martes, día 24, a las 19’30 horas), como cierre de la Programación
del Primer Semestre de 2019 de su Foro Filosófico
Popular “Pensando aquí y ahora”,
abordará el tema «La filosofía ante la encrucijada de las
democracias aquí y ahora: Modelos en conflicto ante el pluralismo complejo». La sesión se plantea como reflexión
general y concreta que ha de partir necesariamente del hecho de que eso que llamamos la ciudadanía de a pie no
puede evitar su estupefacción (¿bochorno?, ¿horror?,…) ante la escena
política contemporánea; y, como dice el tópico ancestral que “del
asombro (incluso cuando nos da pavor) nace la filosofía” , ante ella
se plantean interrogantes radicales sobre el sentido y función del gobierno
de la polis... En síntesis, ¿es aún posible congeniar, aquí y ahora,
en medio de la “dictarura de los mercados” que preside nuestras “sociedades del
espectáculo” (véase La sociedad del espectáculo, 1996, de Guy Debord), el reflejo político de la voz del pueblo
con la quiebra de las viejas utopías colectivas
y la destrucción acelerada de los diversos desarrollos del bienestar social en la sociedad
contemporánea?, ¿qué sentido tiene, en ese contexto, la proliferación
global de una suerte, o desgracia, de populismo
ultranacionalista más allá de los viejos neocon de la “era Thatcher-Reagan”?. Y es que, mientras teorías pragmáticas (y socialdemócratas) más optimistas, como la que se deriva del
concepto de proyecto reflexivo del yo en
Anthony Giddens (que, en último extremo, podría venir a decir que la literatura de autoayuda es la señal de
que, por primera vez en la historia de
la humanidad, se sitúa la intimidad de cada sujeto ante la posibilidad real de
la felicidad) o el de sociedad del riesgo de Ulrich Beck, se
empecinaban en presentarnos este mundo, si no como “el mejor de los posibles”,
sí, al menos, como “el de las mayores oportunidades y mejores expectativas
posibles”; las evidencias se empeñaban (con un número creciente de yos imposibilitados
para cualquier reflexión sobre su propio proyecto y un reparto cada vez más desigual de los riesgos en el planeta, en cada
nación, en cada ciudad, en cada barrio...) en declarar periclitadas todas las
condiciones de posibilidad para una implantación
ética y política del bien común (incluso
en la versión menguada del político socialdemócrata de sostenimiento de un
cierto bienestar, que sus teorías pretendían legitimar)… ¿Cabe, pues, aún la
buena ventura, individual y colectiva, en este mundo o, desdibujado el horizonte de los derechos básicos como
inherentes a la condición humana, todo es ya superchería en la mentada sociedad del espectáculo?.
O,
dicho en clave explícitamente política, ¿cómo intentar volver a la participación efectiva de la ciudadanía en
la toma de decisiones que son relevantes para su vida como punto de partida
para recuperar la gestión de la felicidad
(individual y colectiva) posible?, ¿cómo recuperar, aquí y ahora, un demos que, más allá del maltrecho
concepto (y las indignas prácticas) de la representación
popular mediada por los partidos políticos,
sea capaz de reconstruir su papel como
agente activo de los asuntos públicos?... Porque, evidentemente, el
movimiento de los indignados (según
el título que recibiera del librito-llamada, Indignez-vous! -¡Indignaos!-, de Stéphane Hessel de 2010) que, especialmente en los años 2011
y 2012, mostró el hartazgo popular
extendiéndose por las calles y plazas de todo el mundo, desde el 15M
y la ocupación de la madrileña Plaza de Sol (junto a las más emblemáticas de cientos de ciudades españolas)
hasta Occupy Wall Street, , pasando
por las cuarenta mil personas que el 29 de mayo de 2011 llenaron con sus quejas la
Plaza Syntagma de Atenas, fue la sacudida que situó en primer plano la gran corrupción política, no la del
dinero público malversado y robado cuyo eco estaba en los medios, sino la del robo de la propia democracia a través de
sufragios ritualizados para alternar
en el poder formal, en una representación de teatro de sombras,
partidos políticos que actuarían (encubiertos por el patológico síntoma de la
“exageración de las diferencias”) como solidarios
testaferros de los intereses del
verdadero poder, el económico… O,
para decirlo con las siempre lúcidas expresiones de El Roto (Andrés Rábago
García), un robo que dejaba la ciudadanía bajo una “dictadura financiera cubierta por una deliciosa capa de democracia
liberal” (como tan vívidamente muestra, por ejemplo, la investigación de
Kostas Jaritos en la novela Offshore, 2016, per Petros Márkareis).
Ahora
bien, ¿cómo pasar de ese grito sabiamente deslegitimador (el famoso “¡No nos representan!”, que tan evidente
se hace en estos tiempos en los que son quienes pretenden ejercer la función
pública los que obligan a la ciudadanía a reperir su paso por las urnas hasta
que ofrezcan un resultado “homologable por los poderes fácticos del momento, eso que llamamos “los mercados”… y
sus comisarios) al combate directo del modelo
elitista que caracteriza las democracias
parlamentarias (y bipartidistas) existentes sin caer en sus vicios internos
(burocratización de procesos selectivos ajenos al debate político como medio
para la consagración de castas al
servicio de lobbies) y externos (representación real de los intereses de
esos grupos de presión con olvido de
la ciudadanía de a pie)?.
Porque,
si su emblemático grito situó en el debate público la crisis de las democracias representativas en un mundo globalizado que desplaza los centros de toma
de decisión política desde las instituciones gubernamentales de los
Estados hacia los Consejos de Administración de las grandes empresas
transnacionales, y supuso, por ende, una verdadera deslegitimación
de unas instituciones pseudodemocráticas y, con ello, de sus instrumentos de dominio (de los medios
de comunicación social comprados por el propio poder económico –para construir cosmovisiones e imaginarios colectivos que
“naturalicen” el estado de cosas y criminalicen cualquier alternativa-
al uso de las porras y las togas al
servicio de normas, como la tristemente famosa Ley de Seguridad Ciudadana española, aun vigente, que condenan y
castigan toda disidencia y/o resistencia ante lo considerado “políticamente
correcto”), la falta de capacidad para traducirlo en cambios materiales en
la vida pública institucional, ha llevado pendularmente al surgimiento de
demandas de “salvadores” que encarnen el espíritu tradicionalista y autoritario
de un nuevo populismo ultraconservador...
En
esa paradoja parece derivar este fenómeno
crítico de la escena política: buscando
formas, ya bastante fallidas, para resetear
el sistema, que dirían Joan Subirats y Fernando Vallespín (España/Reset:
herramientas para un cambio de sistema, 2015), aún cuando las
posibilidades de que desde dentro o fuera de las instituciones se pueda
articular cambio radical alguno sean mínimas, como argumenta Slavoj Žižek (Acontecimiento,
2014), como bien lo pueden atestiguar las trayectorias de SYRIZA (Coalición de la Izquierda
Radical) en Grecia o
Podemos en España… Mientras
otros se dedican a ir recogiendo el nuevo “desencanto con lo políticamente correcto” (y su incapacidad para desprecarizar la
vida) en una ambigua deriva
ultraconservadora –que va tiñendo todo ese sector del viejo espectro
político-... ¿Podrá salir de la relativa “repolitización
de la ciudadanía”, que derivó el 15-M y, a través de los movimientos sociales,
extendió ese contraste, la necesaria y urgente reconstrucción participativa de la democracia en una “revolución
ciudadana” que devuelva las instituciones al pueblo para que pueda manifestar y
ejercer su voluntad de bien común?.
De
momento, lo patente y palpable es una pérdida
de entusiasmo democrático con las instituciones públicas, aumentada por la vacua
recursividad a las urnas (véanse, por ejemplo, La urna rota. La crisis política
e institucional del modelo español,
2014, del colectivo Politikon, o Contra las elecciones. Cómo salvar la
democracia, 2013, de David Van Reybrouck), a la vez que se da una
creciente exigencia ciudadana hacia unos servicios públicos menguados en sus
recursos: la abstención (con su amalgama de variopintas motivaciones) se ha
consolidado por encima del 30% (salvo fenómenos reactivos concreto y muy
coyunturales) y es, casi siempre, el no-partido
más votado; las encuestas (por ejemplo, las del Centro de Investigaciones
Sociológicas) señalan, ya de forma estable, a los representantes políticos como
uno de los mayores problemas de este país (por encima del terrorismo o las
tensiones territoriales); la corrupción política crece sin parar, con más de
mil políticos de diversas adscripciones condenados o imputados en diversas
causas (en las últimas elecciones generales, por primera vez, alguno de los
“partidos con aspiraciones de gobierno” ha tenido el dudoso honor de tener más
políticos encarcelados que escaños en el parlamento) y todos los responsables locales
de Urbanismo bajo sospecha; los políticos, por otra parte, cada vez se
atrincheran más en una suerte (o desgracia) de casta, conformando élites
que se van alternando, según sus propios rituales, en las instituciones del poder formal tras otra casta de burócratas
independiente de todo control popular; el fenómeno de las llamadas “puertas
giratorias”, paso de las responsabilidades públicas a otras en sectores de la
economía privada más o menos directamente relacionados con las antiguas
ocupaciones, sigue sin ningún freno real (volviendo a la ironía de El Roto,
pare ce que la única perspectiva al respecto es que los políticos acaben diciendo
algo como “Vamos a eliminar las puestas
giratorias: administración y empresas compartirán despachos”); los
servicios públicos son interesadamente menoscabados desde las administraciones
mediante una merma de recursos, que se transfieren directa o indirectamente a
los negocios privados, aumentando la desmotivación de un funcionariado
“abandonado a su suerte”; la ciudadanía responde, con frecuencia creciente,
ante esta situación neurotizante con violencia, verbal o física, dirigida a la
cara visible de los servicios, el funcionariado que los desempeña; etc. La política parece haber dejado de ser,
así, el noble arte dedicado a la mejor organización
de la vida en la polis para garantizar el bien común, tornándose en refugio
de pícaros y truhanes de diverso pelaje dispuestos, sin demasiados escrúpulos,
a garantizar su propia mejor vida a costa
del patrimonio común de la polis, dejando a un funcionariado desanimado y
cada vez más precario (en recursos y en condiciones laborales) como barrera
ante la extensión del descontento ciudadano, capaz sin embargo de captar la
necesidad de unos servicios públicos de calidad para el desarrollo de una
convivencia en condiciones mínimas de igualdad y cohesión social. Y es que, en
efecto, a cualquier lado que miremos, la oscura
connivencia entre lo público y lo privado parece crecer cual mala hierba
que impide todo atisbo de cosecha
democrática… Lo público se pone,
sin gran rubor, al servicio de los intereses
privados destrozando paisajes, mutando leyes cuando es menester según la
conveniencia de los (verdaderos) poderes económicos, diezmando recursos físicos
y humanos, empobreciendo pueblos e imposibilitando la vida en el medio natural…
El discurso
de los ajustes urgentes e imprescindibles deriva, así, prácticas, cuanto
menos paradójicas: mientras los causantes y propagadores del crack financiero reciben cuantiosas
subvenciones de dinero público para “salvar sus entidades” (que les permiten
cobrar sueldos y primas astronómicos), la ciudadanía
de a pie es vapuleada por el desempleo,
las congelaciones y reducciones
salariales, la precarización laboral,
la desregulación de la jornada, los
avisos de desahucio, el incremento de impuestos para la rentas del
trabajo y la constante amenaza de
ocaso del débil y menoscabado bienestar público... La “refundación del capitalismo” de la que todos los paladines del orden (bipartidista) establecido (de
Sarkozy a Zapatero) hablaban al principio de la crisis, parece haber consistido simplemente en dejarlo campar a sus
anchas, en la completa e incondicional rendición
de lo político (los intereses públicos,
el cuidado del bien común) a lo económico (los intereses privados, la multiplicación del beneficio
particular a costa de lo que sea). Con ello va extendiéndose en el propio
mundo rico (ese 20% de la población muncial que disfruta, disfrutamos, del 80%
de los recursos) una inmensa bolsa de
pobreza (eso que eufemísticamente llamamos “cuarto mundo”, que supera ya los cuarenta millones de personas en
la vieja “Eurpa del bienestar”) que ya sólo puede sobrevivir de la limosna pública (esos 400 euros
mensuales que reciben algunas personas paradas cuyas unidades familiares se han
quedado ya sin ingreso alguno) o privada
(comiendo en las Cocinas Económicas o recibiendo asistencia del Banco de
Alimentos, vistiéndose en los roperos de Cáritas, durmiendo en los albergues
para transeuntes,...); mientras, a su lado, el patrimonio de apenas una docena
de las mayores fortunas de España bastaría para financiar todos los recortes
que el gobierno ha hecho en los años más crudos de la crisis...
Así que
algunas de estas sombras de la crisis de
las democracias representativas en
un mundo globalizado derivan necesariamente en un
cuestionamiento de las propias bases modernas del Estado-nación (desde las teorías clásicas del contrato social
´Hobbes, Locke o Rousseau- hasta el neocontractualismo,
el comunitarismo o el enfoque dialógico contemporáneos), las fuentes
de legitimación del dominio al uso y
el modelo elitista que las caracteriza
(apuntando vislumbres de pasos posibles para una reconstrucción participativa radical de la democracia desde lo local
hacia lo global)… ¿Cómo encontrar, entonces, una
“filosofía a pie de calle” (reclamada en un sentido originario, por ejemplo,
por Marina Garcés desde su Filosofía inacabada, 2015, que va ya
abriendo ya un camino -Fuera de clase: Textos de filosofía de
guerrilla, 2016, o Nueva ilustración radical,
2017- en su intento de recuperar Un mundo común, 2013) capaz de
alentar el debate público en ese combate
redemocratizador?... Porque esa es la gran cuestión a la
hora de plantearse cómo pueda hoy, aquí y ahora, el pensamiento crítico enfrentarse a esas prácticas políticas
corruptas legitimadas por el multiforme eco del discurso único de la democracia elitista: ¿cómo traducir la desafección política generalizada en
impulso hacia otra concepción de la
gestión pública, hacia una participación efectiva, constante y exigente de
cada cual en lo que son asuntos de todos (siguiendo, de algún, modo la estela
dejada por la indignación hesseliana en el ¡Comprometeos!, 2011, de la
conversación de Gilles Vanderpooten con el propio Stéphane Hessel, o el Reacciona,
2011, que pergeñaron en España Sampedro, Mayor Zaragoza, Baltasar Garzón,
Torres López, Angels Martínez i Castells, Rosa M. Artal, Ignacio Escolar,
Carlos Martínez, López Facal, Pérez de Albéniz y Lourdes Lucía)?... ¿Cómo
renovar, en suma, el anhelo que, en una situación similar (que culminó con la
condena y muerte de Sócrates), llevó precisamente al mismísimo Platón (según
confiesa en su Carta VII, 325d: «Al
ver esto y al ver a los hombres que dirigían la política, cuanto más
consideraba yo las leyes y las costumbres, y más iba avanzando en edad, tanto
más difícil me fue pareciendo administrar bien los asuntos del Entado. (...) La
legislación y la moralidad estaban corrompidas hasta tal punto que yo, lleno de
ardor al principio para trabajar por el bien público, considerando esta
situación y de qué manera iba todo a la deriva, acabé por quedar aturdido.
(...) Finalmente llegué a comprender que todos los Estados actuales están mal
gobernados, pues su legislación es prácticamente incurable sin unir unos
preparativos enérgicos a unas circunstancias felices. Entonces me sentí irresistiblemente movido a dedicarme a la
verdadera filosofía, y a proclamar que sólo con su luz se puede reconocer dónde
está la justicia en la vida pública y en la vida privada. Así, pues, no
acabarán los males para el ser humano hasta que llegue la raza de los
auténticos y puros filósofos al poder, hasta que los jefes de las ciudades, por
una especial gracia de la divinidad, no se pongan verdaderamente a filosofar.» )
a “fundar” la filosofía?.
Todo
ello, en suma, habrá de situarnos ante un dilema central: ¿es posible aún la regeneración de las instituciones representativas de las democracias realmente existentes como
garantes del ejercicio colectivo del bien
común o, por el contrario, cualquier paso hacia una verdadera recuperación de la democracia exige el hallazgo, desarrollo y fomento de nuevos cauces
de participación ciudadana adaptados
al aquí y al ahora para un pacto
social efectivo que determine la esencia y articulación de ese bien común en el presente?... Y ¿es aún
posible, en tal contexto y contando con la indefensión
aprendida por la ciudadanía del ahora,
revitalizar una concepción y una práctica del servicio público que contribuya a la cohesión social?...
Este planteamiento será desarrollado, desde un enfoque participativo y
problematizador, por el propio coordinador del Foro, José Ignacio
Fernández del Castro, que, como siempre,
facilitará a las personas participantes un dossier con documentación
sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones
bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés). Tras su
intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre todas
las personas presentes. La sesión, que se celebra en relación con el Día Internacional de la Democracia (15 de Septiembre), tendrá lugar en el Aula 3 (Segunda Planta), con asistencia
libre.
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