jueves, 19 de septiembre de 2013

Pensamiento del Día, 19-9-2013



«En Venecia, viejo y envejecido, casi mudo,
rodeado de libros, de soledad, de gatos,
el poeta Ezra Pound,
habló, en un breve, muy breve encuentro con Grazia Livi.
Le comentó, sin autocompasión y sin desprecio,
secamente, con voz entrecortada:
«Al final pienso que no sé nada.
No tengo nada que decir, nada».
Si después de tan alto ejemplo, de tan clara sentencia,
aún sigo escribiendo, arañando palabras en el humo,
no es, que la muerte me libre,
por bastardo interés o absurda vanidad,
sino tan sólo por una simple razón,
porque no conozco otro medio, a excepción del suicidio,
-innecesario es un poema como un cadáver-
para dar testimonio de nada a nadie,
del mundo que contemplo, de esta vida,
de su horror gastado y cotidiano.
Que el viejo Pound, desde su tumba,
me perdone por unir su nombre
a estas sórdidas palabras desesperadas.» 
 (Juan Luis PANERO BLANC; Madrid, 9 de septiembre de 1942 - Torroella de Montgrí, Gerona, 
16 de septiembre de 2013. “Un viejo en Venecia” del poemario Testamento del náufrago, 1983.)
Lo contó Jaime Chávarri (El desencanto, 1976) y siguió intentando explorarlo Ricardo Franco (Después de tantos años, 1994)... La “maldición de los Panero”  convertía en tópico una especie de atmósfera familiar viciada que llevaría a Leopoldo padre a convertirse de acusado de financiar el Socorro Rojo en poeta oficial del franquismo (casi místicamente tornado en conservador ante la prematura muerte accidental de su hermano Juan), mientras aplastaba la voluntad literaria de su mujer Felicidad ¡qué ironía!) Blanc... Y, sobre todo, aderezaba el calvo de cultivo para una prole de radicales antihéroes que se movía entre diletantes, como Michi, y poetas, como el taciturno Juan Luís, fallecido ahora, y  Leopoldo María, ese loco egregio que, paradójicamente en su desmesura, ya es el único superviviente de la estirpe... Una estirpe que, acaso y como todos, no tenía nada que contar a nadie porque nada sabía, pero supo rascar en las sombras hasta encontrar las virutas de humo que dieran cuenta del horror gastado de un tiempo y de un mundo. Incluso para que otros, Chávarri o Franco, pudieran dar de otra forma ese testimonio a través de su condición de personajes.
El mundo es nada para la inmensa mayoría de la gente y unos pocos se ocupan, con afán de bien mandados, en hacer que esa nada sea cada día más absoluta.
Que los Panero me perdonen, en su tópico limbo de saga réproba, por unir su apellido a la denuncia de este oprobio globalizado que extiende por calles y canales la precarización de la vida... ¡Qué desencanto.
Nacho Fernández del Castro, 19 de Septiembre de 2013

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