«...Femme
mariée, lo que quiere decir compostura, sonrisas, melancolía por la
infancia interrumpida, regazo ofrecido a otros, palabras inspiradas en la
ponderación y en la mesura. Esta es la finalidad del matrimonio: construir poco
a poco una casa íntima, hecha de minúsculas experiencias puestas en común, de
minúsculos episodios que los demás desconocen…Ésta será nuestra verdadera casa,
la casa que está dentro de esa otra más grande que pertenece a la pareja: la
que todo el mundo ve.»
(Grazia LIVI; Firenza, Italia,
1930. Lo sposo
impaziente –El esposo impaciente-, 2006
-2010 para la edición en castellano-.)
En
realidad, nuestros afectos se
construyen siempre sobre cimientos de experiencias
mínimas compartidas más allá de la mirada
pública, de aconteceres casi
insignificantes que se hacen comunes lejos de cualquier voluntad colectiva... Los afectos son siempre privados y decir que se comparten
significa simplemente que se coincide
en ellos con mayor o menor grado de conflicto.
Por eso, en el extremo, es tan difícil “compartir”
el afecto amoroso que sentimos por
alguien, aunque no nos cueste tanto (en realidad, casi nada) si se trata del amor a una ciudad, a un producto
cultural (aunque incluyamos a su artífice) o a un deporte... Tenemos celos ante
la mera posibilidad de que alguien pueda amar
a la persona que amamos (y, sobre todo, tememos que pueda ser correspondido),
pero podemos sentirnos hasta orgullosos de que nuestra ciudad sea la favorita
de mucha gente, de que nuestra novela preferida despierte pasiones masivas o de
que nuestro deporte más querido sea también el más popular.
Y, al final, lo que ocurre es que los gestos y vivencias que nos unen a nuestra ciudad, a nuestra obra de arte o
nuestro deporte amados son públicos y
notorios... En cambio, las señas y
andanzas que nos enlazan con la persona amada son privadas e invisibles para el
común de los mortales.
Así que nunca debemos dejar que nuestros afectos personales se vean mezclados con
lo aparente, con “lo que todo el
mundo ve”... Porque, en ese mismo momento, dejarán de ser tales. O sea, que
deberíamos evitar en lo posible que fuesen los poderes públicos quienes articulasen,
normalizasen y controlasen esos afectos personales.
Nacho Fernández del Castro,
22 de Septiembre de 2013
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