«Fue decepcionante
encontrarme con Izar Bajo a mis pies. Era como despertar de un bello sueño con
dolor de muelas, porque el lugar era triste, deprimente, como si jamás hubiera
sentido sobre él la caricia del sol.»
(Lucía BAQUEDANO AZCONA; Pamplona, Navarra, 18 de diciembre de 1938.
El pueblo sombrío, 2002.)
Los lugares
de la memoria siempre son engañosos
(especialmente, cuando la memoria es de la infancia)... Al final, siempre
resultan más pequeños, menos luminosos, menos abiertos, más tristes.
No
es ello razón, en cualquier caso, para que dejen de ser entrañables, para que
dejemos de sentirlos como propios... Al igual que las experiencias duras forjan
nuestro carácter, los rincones sombríos, por mucho que frustren nuestro
recuerdo, forman parte indisoluble de nuestra esencia, de nuestra forma de
enfrentarnos al mundo.
Comprobar
que lo que creíamos excelso es mediocre, que lo que recordábamos maravilloso es
vulgar, que lo que teníamos por cálido es casi gélido, nos hace valorar el presente y luchar por el futuro. Es, en suma, una
clave para la resistencia a la tentación del “todo tiempo pasado fue mejor”:
una verdadera invitación al decidido afán
de lucha desde la voluntad de que
en cada instante empiece todo porque,
pese a tantas trabas y oprobios actuales, mañana
todo es posible.
Nacho Fernández del Castro, 26 de Abril de 2012
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