«Ella es ese barco. Forma parte de esos despojos tirados en la costanera
hasta tal punto que uno no consigue saber dónde terminan éstos y dónde comienza
ella.»
(Álvaro MUTIS
JARAMILLO; Cundinamarca, Bogotá, Colombia, 25 de agosto de 1923.
Ilona
llega con la lluvia, 1987.)
Vivir es, en buena medida, fundirse
con los despojos que a uno le van creciendo alrededor... Las cosas proyectan su valor de uso, precisamente, en ese desgaste que da cuenta de su utilidad,
de su unión, ya indisoluble, con la esencia
de quien las ha usado. Por eso el valor
que damos a “nuestras cosas” nada tiene que ver con el valor de cambio, con su precio (ya lo decía Machado: “todo
necio confunde valor y precio”), pues acaban por formar parte de nosotros
mismos: son esa prolongación necesaria que suple las limitaciones y debilidades
de nuestro cuerpo, el fuego que Prometeo robó en el Olimpo para suplir las
carencias de los seres humanos.
¿De
y para qué sirve un procesador sin sus periféricos?... De y para lo mismo que un
labrador sin su azada, que una ciclista sin su bicicleta, que un barrendero sin
su escoba, que una intelectual sin sus libros, y, en general, que una persona
sin las cosas que le permiten desarrollar su existencia. De y para nada.
Al
final, los límites entre uno y “sus cosas” se difuminan tanto que nuestro yo acaba siendo reconocido y
reconocible, precisamente, por y en ellas: el tipo de objetos que utilizamos
para expresarnos, el tipo de ropa que usamos para vestirnos, el tipo de comida
con la que nos gusta alimentarnos, el tipo de lugares que queremos visitar, los
espacios en los que nos sentimos a gusto,... Al final, ¿somo, ante el mundo,
algo más que todo eso?.
Nacho Fernández del Castro, 28 de Abril de 2012
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