«Descubrí que mi obsesión de que
cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su
estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario,
todo un sistema de simulación inventado por mi para ocultar el desorden de mi
naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción
contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me
paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis
cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me
importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma
sino un signo del zodíaco...»
(Gabriel José de la Concordia GARCÍA
MÁRQUEZ, Premio Nobel de Literatura 1982; Aracataca,
Colombia,
6 de marzo de 1927. Memoria de mis putas tristes, 2004.)
Funcionamos tantas veces desde el disimulo de nuestros impulsos y tendencias
naturales (en especial, cuando resultan poco
convencionales o nada políticamente
correctas) que, al final, ya ni siquiera sabemos lo que de verdad nos
apetece, qué queremos hacer, cómo nos gustaría que fueran las cosas próximas o
lejanas... En definitiva, quiénes somos realmente.
Incluso, si
consideramos que una actitud o conducta espontánea puede ser socialmente
considerada como un grave defecto o vicio, solemos llegar a lo que el
psicoanálisis llamaría sobrecompensación...
Así que nos gusta mostrar nuestro talante más inequívocamente solidario para que nadie sepa de
nuestros egoísmos básicos, procuramos
hacer evidentemente ante todo el mundo nuestro profundo y continuado esfuerzo para ocultar nuestro natural indolente, queremos ser admirados por
nuestras virtudes públicas y privadas envolviendo en denso humo el caudal de
nuestros sórdidos defectos.
A todos, en fin, nos
gusta ser queridos más allá (o incluso en contra) de lo que somos y nos
sentimos...
Pero, en el fondo lo
sabemos, el universo de los afectos es tornadizo y caprichoso, fluye como el universo heraclitiano... Así que como nunca nos podremos bañar dos veces en el mismo río emocional
(pues las aguas del cariño serán distintas en cada momento), mejor haríamos en
procurar ser un poco más nosotros mismos...
Sin tantos artificios ni disimulos... Asumiendo, aunque sin
ostentación, nuestra propia roña.
Nacho Fernández del Castro,
26 de Noviembre de 2013
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