«Muchos psiquiatras piensan como Huxley: esas sustancias
(alucinógenas) no son más sino menos peligrosas que el alcohol. No es necesario
aceptar totalmente esta opinión, aunque a mí me parece que no está muy alejada
de la verdad, para reconocer que las autoridades las prohíben no tanto en
nombre de la salud publica como de la moral social. Son un desafío a las ideas
de actividad, utilidad, progreso, trabajo y demás nociones que justifican
nuestro diario ir y venir. El alcoholismo es una infracción a las reglas
sociales; todos lo toleran porque es una violación que las confirma. Su caso es
análogo al de la prostitución: ni el borracho ni la prostituta y su cliente
ponen en duda las reglas que quebrantan. Sus actos son un disturbio, una
alteración del orden, no una crítica. En cambio, el recurso a los alucinógenos
implica una negación de los valores sociales. Puede entenderse ahora la
verdadera razón de la condenación y de su severidad: la autoridad no obra como
si reprimiese una práctica reprobable o un delito sino una disidencia. Puesto
que es una disidencia que se propaga, la prohibición asume la forma de un combate
contra un contagio del espíritu, contra una opinión. La autoridad manifiesta un celo ideológico: persigue
una herejía, no un crimen.»
(Octavio PAZ
LOZANO; Ciudad de México, México, 31 de marzo de 1914 -19 de abril
de 1998;
Premio Cervantes 1981, Premio
Nobel de Literatura 1990, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y
Humanidades 1993 por su revista Vuelta.
Corriente alterna, 1967.)
Quienes nos
sentimos ofendidos al ver las evidentes desmesuras en el ensalzamiento póstumo de
la figura de Adolfo Suárez precisamente por aquéllos que en su momento lo
dejaron con el culo al aire (o sea,
precisamente por quienes estaban entonces en contra de esa Constitución que hoy
sacralizan para ocultar tras ella sus muchas vergüenzas)... Quienes nos
sentimos más escandalizados por unos rescates
(de bancos o de autopistas) legitimados con argumentos pseudoeconomicistas que sólo tratan de disipar tras su humareda la
violencia del principio efectivo de “privatización
de las ganancias, socialización de las pérdidas”, con el que los poderes formales (¿políticos?) protegen
permanentemente los intereses de los los
poderes materiales (¡económicos!), que
por las humaredas de unos cuantos neumáticos o unos cuantos contenedores de
basuras... Quienes nos sentimos, en fin, todavía asombrados ante tantos silencios y sumisiones derivados del miedo como respuesta social al oprobio
globalizado, pese a la imagen de algarada y ferocidad con la que los voceros mediáticos del poder tratan de diluir
y deslegitimar los mensajes de las incipientes protestas, sabemos que, en
cuanto participemos de una disidencia manifiesta
que pueda extenderse, seremos tratados no como criminales o delincuentes
(¡oiga, que esto es una democracia!)
sino como herejes.
Es la misma estrategia que Octavio Paz, hace
casi medio siglo, percibía en el tratamiento
institucional del recurso a los alucinógenos frente al recurso al alcohol o
al sexo de pago... Aquel se salía del sistema
cuestionando radicalmente sus convenciones,
éstos se reconocen como un desorden
que, lejos de cuestionarlo, confirma el orden
general... Aquél se niega a cualquier aportación a la utilidad o al progreso de
la sociedad (niega, en el fondo, las concepciones mismas de utilidad, productividad o progreso), éstos sólo suponen una leve
desviación de las mismas (que en ningún momento deja de contribuir al negocio, al mantenimiento de un flujo
constante de dinero).
Así que ya sabemos lo que nos espera... Ser
continuamente tratados, como antisistemas,
desde el rigor ideológico de una
suerte (léase desgracia) de derecho penal
de peligrosidad (véase el anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana auspiciada por el ministro Jorge Fernández
Díaz y el esclarecedor informe sobre su manifiesta inconstitucional de un
sorprendentemente unánime Consejo General del Poder Judicial) que no duda en
sacrificar todo tipo de derechos
individuales en nombre de la seguridad...
Y que, de paso, se emplee toda la industria
mediática para demonizarnos como herejes delirantes cuya peligrosidad
consiste, sobre todo, en la capacidad de sus ponzoñosas opiniones para contagiar
otros espíritus incautos. ¡Ojalá así fuera!.
Nacho Fernández del Castro, 30 de Marzo de 2014
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