domingo, 30 de marzo de 2014

Pensamiento del Día, 30-3-2014



«Muchos psiquiatras piensan como Huxley: esas sustancias (alucinógenas) no son más sino menos peligrosas que el alcohol. No es necesario aceptar totalmente esta opinión, aunque a mí me parece que no está muy alejada de la verdad, para reconocer que las autoridades las prohíben no tanto en nombre de la salud publica como de la moral social. Son un desafío a las ideas de actividad, utilidad, progreso, trabajo y demás nociones que justifican nuestro diario ir y venir. El alcoholismo es una infracción a las reglas sociales; todos lo toleran porque es una violación que las confirma. Su caso es análogo al de la prostitución: ni el borracho ni la prostituta y su cliente ponen en duda las reglas que quebrantan. Sus actos son un disturbio, una alteración del orden, no una crítica. En cambio, el recurso a los alucinógenos implica una negación de los valores sociales. Puede entenderse ahora la verdadera razón de la condenación y de su severidad: la autoridad no obra como si reprimiese una práctica reprobable o un delito sino una disidencia. Puesto que es una disidencia que se propaga, la prohibición asume la forma de un combate contra un contagio del espíritu, contra una opinión. La autoridad manifiesta un celo ideológico: persigue una herejía, no un crimen.»
 (Octavio PAZ LOZANO; Ciudad de México, México, 31 de marzo de 1914 -19 de abril de 1998;  
Premio Cervantes 1981, Premio Nobel de Literatura 1990, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 1993 por su revista Vuelta. Corriente alterna, 1967.)
Quienes nos sentimos ofendidos al ver las evidentes desmesuras en el ensalzamiento póstumo de la figura de Adolfo Suárez precisamente por aquéllos que en su momento lo dejaron con el culo al aire (o sea, precisamente por quienes estaban entonces en contra de esa Constitución que hoy sacralizan para ocultar tras ella sus muchas vergüenzas)... Quienes nos sentimos más escandalizados por unos rescates (de bancos o de autopistas) legitimados con argumentos pseudoeconomicistas que sólo tratan de disipar tras su humareda la violencia del principio efectivo de “privatización de las ganancias, socialización de las pérdidas”, con el que los poderes formales (¿políticos?) protegen permanentemente  los intereses de los los poderes materiales (¡económicos!), que por las humaredas de unos cuantos neumáticos o unos cuantos contenedores de basuras... Quienes nos sentimos, en fin, todavía asombrados ante tantos silencios y sumisiones derivados del miedo como respuesta social al oprobio globalizado, pese a la imagen de algarada y ferocidad con la que los voceros mediáticos del poder tratan de diluir y deslegitimar los mensajes de las incipientes protestas, sabemos que, en cuanto participemos de una disidencia manifiesta que pueda extenderse, seremos tratados no como criminales o delincuentes (¡oiga, que esto es una democracia!) sino como herejes.
Es la misma estrategia que Octavio Paz, hace casi medio siglo, percibía en el tratamiento institucional del recurso a los alucinógenos frente al recurso al alcohol o al sexo de pago... Aquel se salía del sistema cuestionando radicalmente sus convenciones, éstos se reconocen como un desorden que, lejos de cuestionarlo, confirma el orden general... Aquél se niega a cualquier aportación a la utilidad o al progreso de la sociedad (niega, en el fondo, las concepciones mismas de utilidad, productividad o progreso), éstos sólo suponen una leve desviación de las mismas (que en ningún momento deja de contribuir al negocio, al mantenimiento de un flujo constante de dinero).
Así que ya sabemos lo que nos espera... Ser continuamente tratados, como antisistemas, desde el rigor ideológico de una suerte (léase desgracia) de derecho penal de peligrosidad (véase el anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana auspiciada por el ministro Jorge Fernández Díaz y el esclarecedor informe sobre su manifiesta inconstitucional de un sorprendentemente unánime Consejo General del Poder Judicial) que no duda en sacrificar todo tipo de derechos individuales en nombre de la seguridad... Y que, de paso, se emplee toda la industria mediática para demonizarnos como herejes delirantes cuya peligrosidad consiste, sobre todo, en la capacidad de sus ponzoñosas opiniones para contagiar otros espíritus incautos. ¡Ojalá así fuera!.
Nacho Fernández del Castro, 30 de Marzo de 2014

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