«La política y la suerte de la raza humana son formadas por hombres
sin ideas y sin grandeza. Aquellos que tienen grandeza dentro de sí
mismos no hacen la política.»
(Albert CAMUS;
Mondovi, Argelia, 7 de noviembre de 1913 - Villeblevin, Francia, 4 de
enero de 1960.
Carnets, 1962.)
El tema no es precisamente nuevo... Camus,
entre otras muchas voces, lo señalaba con precisión en las páginas que dan
cuenta de su paso, tan breve como intenso, por este mundo: la política ha
perdido totalmente cualquier relación con el noble arte de analizar, articular y administrar el bien común en medio de
una canalla dedicada a vender su ejercicio teatral de representación al
mejor postor (siempre el mismo, ya se le denomine club de los poderosos, poder
real, amos del mundo o mercados) para salvaguardar con mejor o
peor, mayor o menor disimulo los intereses del pagador y los suyos propios
frente a los de esa mayoría silenciosa, un pueblo, la humanidad toda (cada vez
más atónita primero, más tarde indignada y quién sabe si, por fin, rebelde)...
Por
eso a nadie puede ni debe extrañar que toda persona integrada en la casta política resulte sospechosa... Al
fin y al cabo, la resultante del pésimo espectáculo de su teatro de sombras es siempre la misma... Fulanito o Menganita puede
ser que “no se lo lleven calentito”, pero el conjunto de la casta política “se lo lleva calentito
(en blanco y en negro)” por sus servicios de salvaguarda del patrimonio de los menos a costa de la precariedad vital de los más. Así que si Fulanito o Menganita no se enteran de a qué
están jugando, a qué sistema y a qué modelo de mundo sirven (como apoyo
explícito o como “leve crítica interna legitimadora”), es más un problema de
falta de entendederas que de inocencia, de incapacidad comprensiva que de buena
voluntad honrada.
En
suma, por la perversión consciente del propio concepto de representación
popular o por ignorancia de la función que realmente se desempeña, no hay grandeza moral ni intelectual
posibles en quien se dedica a la práctica
política tal como la conocemos. Quien se lo lleva calentito y quien no se lo
lleva, pero juega al triste juego de las
representaciones, son igualmente
miserables.
Nacho Fernández del Castro, 17 de Diciembre de 2012
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