«Afortunadamente en este libro no hay por qué echar un cuarto a espadas
en favor de la técnica, ni sentirse predicador científico, ni moralista
utilitario. Porque el contenido de los estudios que lo componen se refiere a un
estadio ya vetusto de la técnica misma, que es el que puede comprender un
humanista con poca preparación físico-matemática: la necesaria para entender lo
que es un arado, un molino de viento o una noria. Los ingeniosísimos
"inventos" de que aquí se trata constituirían el "atraso" o
el "antiprogreso" para los "progresistas de misa y olla" de
que hablaba antes y que en cada provincia son legión. Porque también es bueno
esto de que, en los últimos tiempos, toda la gente chapada a la antigua que nos
amargó la juventud por su conservadurismo teórico, haya abrazado la causa del
"Progreso", que consiste en afear y aún emporcar el país
sistemáticamente, para ganar unos cuartos.»
(Julio
CARO BAROJA; Madrid, 13 de
noviembre de 1914–Vera de Bidasoa, Navarra, 18 de agosto de 1995. Tecnología popular española, 1996.)
Es
sorprendente y hasta paradójico... Los viejos conservadores de “buena cuna” (esa cuna desde la que sus
antepasados, y hasta ellos mismos en cuanto tuvieron capacidad mimética suficiente y ocasión, nos insultaba y despreciaba
por anticonvencionales o, como ahora dicen, antisistema) abrazan ahora la ficción
del “progreso” (tecnológico, económico) para legitimar, por un lado, sus
insultos hacia quienes seguimos viendo el mundo de un modo parecido, bastante
ajeno a convenciones y normas hechas
para salvaguardar el interés del más
fuerte, y, por otro y sobre todo, para dar un “toque de postmodernidad” a
su afán usurero de rapiña que no duda
en destruir y convertir en basura cuanto de belleza natural y humana hay en su
entorno.
En sus bocas, manchadas por la hiel del
despotismo y la sangre de tanta buena gente que sufre (y muere) por sus actos y
decisiones, somos pensamiento cadudo y trasnochado.
Pero, claro, cuando las viejas fuerzas vivas que asentaron el poder de
los suyos llegan con peticiones y exigencias de “volver impositivamente a la
moral tradicional” se ven obligados al mayor (y más evidente) de los trucos de
mago de feria: hacer pasar por progreso
los recortes de libertades y derechos.
¿Hasta cuándo estaremos dispuestos a
consentir que lo que para ellos son simple pecado
(perdonable en un confesionario cualquiera o en el diván de un psicoanalista) lo
conviertan para quienes carecemos de cuna y fortuna en delito (penalizado por sus
leyes)?.
Nacho Fernández del Castro, 12 de Febrero de 2014
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