«Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.»
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.»
(Juan GELMAN;
Buenos Aires, Argentina, 3 de mayo de 1930 - México, D. F., México, 14 de
enero de 2014.
“Si me dieran a elegir, yo elegiría” en El juego en que andamos, 1959.)
La voz de Gelman,
tan montonera y antifascista como serenamente apasionada, lúcidamente sombría, supo
elevarse muy por encima de la condición de judío
errante de su sangre para asumir la figura de proscrito, por los paladines del terrorismo de Estado, en una personal diáspora por todo el mundo,
desde su Buenos Aires natal a Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y,
finalmente, México.
Supo ser dignidad
herida frente al oprobio de un presidente corrupto, Carlos Menem, presto a aprovechar el “indulto
a los montoneros” (incluido Gelman) para meter en el mismo saco a todos los
militares acusados de crímenes de lesa
humanidad... Supo, en fin, mantener el vivo el dolor por el asesinato de
sus hijos, Nora Eva y Marcelo Ariel, por la desaparición y asesinato de su
nuera embarazada, María Claudia, por el robo de su nieta... Supo enfrentarse,
desde su sabia y serena tristeza, al presidente uruguayo Julio María Sanguinetti que pretendía “lavarse
las manos” ante las evidencias de que su nieta había acabado en una familia de
militares uruguayos... Supo, incluso cuando la joven, bautizada como Andrea (la Andreíta
de sus versos postreros), decidió cambiar su nombre por el de María Macarena
para tomar los apellidos, Gelman García, de sus verdaderos padres, resistir con
decoro la tentación de un retorno ya imposible a una patria que ya no podía ser
la suya.
Y supo, sobre todo, ser esa voz líricamente
precisa, épicamente austera, hostil al
capitalismo, a cualquier contribución
a la riqueza oficial (más allá, incluso, de una cascada de premios
internacionales, que, como dijera irónicamente en la recepción del Premio Cervantes 2007, “le iban a obligar a comprar una egoteca”),
porque pertenecía a los seres humanos, inmensa mayoría, que sólo pueden pasear
sus contradicciones, su enfermiza
salud, su desdichada felicidad, su culpable inocencia, su impura pureza, su
odioso amor, su desesperada esperanza, bajo el cielo del mundo.
Porque, a fin de cuentas, eso, como un mandato
inexorable, fue la voluntad esforzada de su vida: jugarse en cada situación, en
cada acto, en cada verso, la muerte.,, ¿Quién lo hará ahora?.
Nacho Fernández del Castro, 2 de Febrero de 2014
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