martes, 5 de junio de 2012

Pensamiento del Día, 5-6-2012


«Para él, con sólo seis años, el sueño era un monstruo. Lo esperaba pacientemente todas las noches y le tendía una emboscada. Siempre lo pillaba desprevenido, con la guardia baja, aunque ya hacía mucho tiempo que había aprendido a esperarlo; la espera traía su propia clase de aterradora anticipación, lo cual empeoraba aún más la situación. El monstruo y él se trababan en una dura lucha, de la que el primero siempre salía victorioso, arrastrándolo hacia un mar de miedo y oscuridad.»
 
 (John DARNTON; New York City, Estados Unidos, 20 de Noviembre de 1941. “Prólogo” en  
Mind Catcher -Ánima-, 2002.)
La crisis, la dichosa crisis, comienza a ser como uno de esos monstruos de las pesadillas infantiles que vamos convirtiendo en un terror casi necesario, en una oscuridad ya “naturalizada” como parte de la atmósfera que nos envuelve.
Sabemos que nos agredirá a poco que nos descuidemos, sabemos que todos los días nos salpicará desde noticias lejanas o sufrimientos inmediatos... Pero, pese a la expectativa cotidiana que provoca, siempre nos sorprende, siempre acaba por saltar con algo nuevo y peor en el momento más inesperado...
Y es que, por mucho que el miedo oscuro (vago, impreciso, indefinido) haya acabado por convertirse en el mismo aire que respira esta sociedad, uno nunca se acostumbre del todo a respirar el miedo sin que sus pulmones y su conciencia se resientan... Uno puede afrontar sus temores concretos, pero, ante los difusos, sólo atina a recurrir al pánico; por eso son un mecanismo de control social mucho más efectivo.
Porque, sabemos que, como los malos humos, la extensión de ese miedo tiene evidentes causas antropogénicas nada ajenas al sistema que convierte en su tótem a esos mismos mercados financieros de tan sensibles primas de riesgo como insensibles ante las víctimas de su gran estafa planificada.
Así que no nos venga diciendo la casta política que “la crisis nos afecta a todos”... Quienes planificaron la crisis siguen a los mandos o se largan con pingües beneficios, quienes la pagamos sólo podemos seguir ahogándonos en el miedo mientras esperamos que las cosas (o la voracidad de los gestores) amainen un poco mientras tratamos de mantener un mínimo resto de dignidad disidente.
Nacho Fernández del Castro, 5 de Junio de 2012

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