«Con todo no me avengo como los alcatraces
a meter la cabeza bajo el ala infeliz,
igual que mis hermanos los osos montaraces,
ni abjuro de mis cumbres, ni abato la cerviz.
No soy la voz inútil del
éxodo y el llanto,
del que al perder Granada, llora como mujer.
Yo hubiera sido otro: don Miguel en Lepanto.
No comprendo la vida sin luchar y vencer.
Crecido en treinta guerras civiles y mundiales,
¿cómo queréis que sea yo un cordero pascual?.
¡Soy la hoguera y la pólvora sobre los vendavales
y un reflejo dramático del duelo universal.»
(Alfonso CAMÍN MEANA; La Peñuca, Gijón, Asturias, 2 de agosto de 1890-
Porceyo, Gijón, 12 de diciembre de 1982. Final de “Raíz” en Carteles y nuevos poemas, 1958.)
Mucha gente esconde hoy, con “la que está
cayendo”, la cabeza bajo el ala, como los alcatraces... De hecho, los
fisioterapeutas con más talante sociológico ya vaticinan que tanto esfuerzo por
“mirar para otro lado” sólo puede derivar en epidemia de tortícolis o de estrabismo,
según la musculatura del cuello participe o no en la maniobra.
Pocas
personas ya resisten en sus cumbres la envestida del miedo que provoca
sumisión...
Pero
la globalización hace, aquí y ahora,
imposible la huída y el llanto se confunde con tantas apariencias y representaciones como pueblan la sociedad del espectáculo. Patéticos hombres o mujeres, no nos
jugamos ya sólo Granada, sino el mundo
entero, el presente y el futuro (y hasta el pasado, pues la cosa amenaza con “dejarnos sin memoria”).
Por
eso es tan necesaria la lucha por el bien
común, por todo cuanto sentimos universal
precisamente porque es (o debiera ser) patrimonio de todos y cada uno de
los seres humanos. Porque todos y
cada uno de los seres humanos son un yo
posible... Y, sobre todo, un no-yo
plausible.
Nacho Fernández del Castro, 30 de Octubre de 2012
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