«—Basta que haya pocas personas si éstas nos agradan.
La vecina hizo un signo de aquiescencia bajando modestamente
los hermosos ojos. Mario quedó tan encantado del éxito de su frase que,
excitado por él, supo hallar en poco tiempo otras dos o tres no menos felices.
Ambos quedaron en breve tan abstraídos de los ruidos
mundanales que sonaban a su alrededor como si se hallasen en las profundidades
de una selva virgen. La soledad que antes les parecía aterradora hallábanla
ahora gratísima y gozaban cambiando frases de admirable sentido, como la
primera pareja creada por Dios en los jardines del Paraíso.
No fue un ángel quien vino a arrojarles de él, sino el propio
creador de la mitad de la pareja, esto es, D. Pantaleón Sánchez, papá de las
dos niñas.»
(Armando PALACIO VALDÉS; Entralgo, Laviana, Asturias, 4
de octubre de 1853 - Madrid, 29 de enero de 1938.
Capítulo II de El origen del pensamiento, 1893.)
A veces las palabras, si son afortunadas, pueden cambiar nuestro mundo inmediato... Es decir, el mundo que más nos interesa, el que cierra a nuestro alrededor un
“cinturón de amable seguridad”, una
suerte de paraíso habitado tan sólo
por las pocas personas que verdaderamente nos agradan, un cálido espacio que nos protege
de la hostilidad y los hielos del mundo global.
El mundanal ruido,
con sus estrépitos insoportables, se ve frenado por la capacidad abstractiva
de ese mágico lugar, creando instantes de gozo compartido que, con
frecuencia, nos transportan a una Arcadia prístina...
Por desgracia, siempre
aparecerá algún paterfamilias con aspiraciones de dios omnipotente
(o de simple coordinador de Comunicación del partido en el gobierno, como
Rafael Hernando) a cortarnos el rollo (o a llamar “pijo ácrata”,
en un ejemplo preclaro de comunicación democrática y respeto a la
maltrecha separación de los poderes del Estado, a un juez de la Audiencia Nacional,
como Santiago Pedraz, que se permite afear el comportamiento del gobierno al
intentar criminalizar la movilización del 25 de Septiembre)...
En fin, bien sabemos y
podemos aceptar, incluso, que Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu,
está igual de muerto que su teoría de la separación
de poderes... Pero, al menos, hoy que hace ciento cincuenta y nueve años
del nacimiento en Entralgo de Palacio Valdés, deberíamos, como el auto del juez
Pedraz, resistirnos a seguir cediendo
en derechos civiles (como el de manifestación)... Aunque sólo sea para
intentar reconstruir sobre ellos, una y otra vez, la posibilidad del gozo compartido, de la aldea perdida, de nuestros paraísos personales.
Nacho Fernández del Castro, 4 de Octubre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario