domingo, 7 de octubre de 2012

Pensamiento del Día, 7-10-2012



«...Seguía mirándola, y en su rostro se reflejaba algo así como una pena, como un sentimiento de culpabilidad por no ser más que eso, un robot. Sintió de repente un choque en su interior. Y se preguntó si lo era en realidad, si era un robot...»
 
 (Pedro Domingo Mutiñó, conocido literariamente por el pseudónimo de DOMINGO SANTOS; Barcelona, 1941. Gabriel, Historia de un robot, 1962.)
La voluntad de razón unitaria (neoliberal) esta, aquí y ahora, sobrevalorada... O al menos falta de adecuadas respuestas.
Es curioso que, cuando las filosofías de la sospecha han logrado poner en solfa los distintos intentos de sustentar una razón unitaria en la modernidad, haya quedado el camino expedito para que el liberalismo rampante más smithiano (nada matizado por la tolerante bonhomía de Hume o por los destellos solidarios del utilitarismo de Stuart Mill o del pragmatismo de Dewey), es decir, centrado obsesivamente en el egoísmo como principio básico del desarrollo de las sociedades, sentase sus reales.
Es curioso que mecanismos simplistas y absolutamente metafísicos del devenir de la economía y la sociedad, como la mano negra del mercado o las irrealizables condiciones de la competencia perfecta, sean hoy aceptados como un totem sin apenas discusión pública (y muy escasa disidencia privada). Todos sabemos, lo vivimos cada día, que la negritud de los mercados no está tanto en su mano, sino en sus intenciones (un campo de estudio, en todo caso, más sociológico y psicológico que económico)... También sentimos, cada vez que entramos en una gran superficie al uso, la completa imposibilidad que como consumidores tenemos del más mínimo conocimiento sobre las verdaderas relaciones entre la calidad y el precio de los productos que se nos ofrecen.
Pero seguimos tragando... Y dejando que, bajo tanta hojarasca metafísica, la política (la verdadera política como arte de articular la convivencia para alcanzar el mayor bien común en una sociedad) sucumba bajo una forma de interpretar la economía como realización (egoísta) de los intereses de los poderosos.
Por lo menos, en la timocracia clásica los muy ricos se atrevían a gobernar directamente... Pero aquí y ahora les resulta más cómodo actuar tras el telón de unas pseudodemocracias en las que sus testaferros políticos les hacen el juego. Por eso vemos a quienes ocupan los ministerios de turno (y sus colegas de casta) hablarnos repetitivamente, con fórmulas ritualizadas y ritmos sincopados, como títeres robóticos que son... ¿Cuántos serán aún, en algún momento, capaces de sentir, ante el dolor que provocan en tantas personas, una mínima culpabilidad por ser lo que son y hacer lo que hacen?... ¿Y habrá alguien, entre ellos, capaz todavía de dudar, incluso, ante el recuerdo de los viejos días en los que también eran seres humanos y no marionetas robotizadas?.
Nacho Fernández del Castro, 7 de Octubre de 2012

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