«Obra de tal manera que tu existencia (en exilio o éxodo) se
ajuste a tu propia condición de habitante de la frontera.»
(Eugenio TRÍAS
SAGNIER; Barcelona, 31 de agosto de 1942 –10 de febrero de 2013. Versión del imperativo categórico para un tiempo
en el que el ser humano se hace consciente de estar tan lejos de los animales
como de los ángeles, en La razón
fronteriza, 1999.)
En realidad, cuando nos movemos lejos del egoísmo pertinaz y del gregarismo sumiso, nos convertimos
inevitablemente en habitantes de la
frontera... Nos movemos en ese espacio fluctuante y confuso a veces que es
el límite entre nuestro ser y su sombra, entre un yo que opera en el mundo
como entidad autónoma y las manifestaciones de ese yo en el mundo
derivadas de sus relaciones con un no-yo
que ilumina u oscurece, magnifica o
minimiza, reconoce o anula sus huellas, sus actos, su voluntad de ser...
Cumplir nuestro deber para con uno mismo y el mundo es,
pues, luchar con denuedo tanto contra dos tentaciones
extremas: la mitificación del yo que
lo exalta como única máxima de la acción
y la mansa aceptación de “lo que hay”
como un todo imponderable al que a
uno sólo le cabe sumarse.
Curiosamente,
sucumbir a ambas tentaciones tiene consecuencias
colectivas similares partiendo de ánimos
personales opuestos... El optimismo
de las mitificaciones del yo derivará
en una proyección social del egoísmo individualista como único principio de conducta, que es el fundamento práctico del liberalismo (y de su sacralización del mercado como “oscuro” optimizador del uso de los recursos y
distribución de los bienes). El pesimismo
de la sumisión al estado de cosas conlleva,
en la práctica, la aceptación del imperio
de la ley del más fuerte como un mal inevitable (por “natural”) en el que
habrá que aprender a sobrevivir buscando las alianzas más propicias. En fin, en
ambos casos la derivación o aceptación de un “todo” muy cercano a las formas de la opresión globalizada de nuestro tiempo: quie es optimista aspira a ser parte de ese todo, quien es pesimista
se conforma con mamar de ese todo.
Pero
la consciencia de nuestra inevitable condición de habitantes de la frontera,
de seres del límite, nos llevará a obrar siempre, frente a ese todo y a nuestro propio yo, como si nada estuviese dado, como si
nada nos fuese impuesto, en un diálogo
permanente entre nuestra voluntad de
ser y las condiciones concretas y
materiales del existir.
Nacho Fernández del Castro, 13 de Febrero de 2013
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