«Las gentes humilladas son reconocibles al primer golpe de vista.
Tenemos la mirada hastiada y ciceroniana de quienes han visto hundirse el
universo sin que suene un solo disparo. La antigua tierra es ahora una guía
telefónica, a saber, un libro que no dice absolutamente nada pero facilita una charlatanería
cómica. Y muy cara, carísima.»
(Félix de AZÚA; Barcelona, 30
de abril de 1944. Diario de un
hombre humillado, 1987.)
Crecen en el mundo las huestes humilladas, incapaces en su hastío de hacer nada ante una
realidad que se quiebra a su alrededor en medio de una paz aparente... Paz de los cementerios que aplasta a una ciudadanía
silente y sumisa, inerte y confusa.
Todos somos, de uno u otro modo, humillados: condenados a la
insignificancia por la conversión de cada acto en espectáculo, arrumbados a las cunetas de la historia por la
obediencia a tantas direcciones forzosas,
sumidos en una charlatanería vacua y absurda como lúgubre sucedáneo del diálogo... Y obligados a pagar un alto
precio por esa insignificancia, por esos sentidos obligatorios, por ese
parloteo casi ridículo. ¡Unos burdos espejismos
distractores muy caros!.
Por
eso resulta tan urgente convertir nuestra humillación
en indignación... Y hacer que se oiga
como grito, porque en él se abrirá ya
paso la verdad de una alternativa frente a todo lo que nos humilla. Pero que no
nos pidan que rediseñemos, aquí y ahora, de forma completa, el mañana. Eso no nos lo pueden pedir
precisamente quienes, con empeño digno de mejor causa, nos niegan una y otra
vez ese mañana.
Y
además, en definitiva, sólo habrá un verdadero
mañana para la humanidad si somos capaces de articular los cauces para construirlo colectivamente, más allá de
los intereses de los amos del mundo.
Nacho Fernández del Castro, 13 de Mayo de 2012
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