«Cuando cumplió 50 años, decidió
celebrarlo con los amigos de cuando tenía 25. Eduardo, el bailarín incansable;
Federico, el seductor; Arsenio, el infatigable contador de chistes; Juan
Carlos, el prodigioso bebedor de cerveza. La idea era rememorar tiempos felices
y vinieron todos, pero los recuerdos habían ido quedando a pedazos en el
itinerario de los años. Además, el bailarín tenía reuma, y el seductor miraba
el reloj con angustia, deseoso de irse a casa, y el contador de chistes se los
había olvidado todos, enterrada su alegría bajo los escombros de una jubilación
mísera, y el bebedor de cerveza sólo tomaba Coca Cola, por su hígado. Cuando se
fueron todos, se dijo desconsolado: “Los 50 años no se cumplen. Se nos vienen
encima”.»
(Mario HALLEY
MORA; Coronel Oviedo,
Paraguay,, 25 de septiembre de 1926 -
Asunción, 28 de enero de 2003. “50
años” en Cuentos, microcuentos y anticuentos,
1987.)
El paso de cada década de nuestra vida está presidido
por la sospecha y el recelo... La primera nos anuncia el fin de la infancia propiamente dicha; la
segunda nos sitúa ante la imposibilidad
de mantener ya la alegre irresponsabilidad adolescente; la tercera nos
obliga a asumir directamente
responsabilidades; la cuarta fuerza los primeros cálculos, un tanto turbios, del debe y el haber de nuestra biografía...
Pero la quinta, ¡esa es directamente peligrosa!.
Ella se anuncia con los primeros dolores reumáticos
y la gran amenaza cardiovascular, consolida los problemas orgánicos que rompen definitivamente con las antiguas
costumbres de la desinhibición más o menos disoluta... Y, en esta quiebra del ayer convertido en retazos inconexos de recuerdos sin retorno,
el deber y, sobre todo, las convenciones sociales van difuminando la vieja y, a veces, irreflexiva
alegría.
Por eso esa quinta década no es un mero tránsito, una inercia del personal devenir, sino un heroico ejercicio de resistencia ante el alud de la conciencia del tiempo que se nos ha caído encima...
Al menos, siempre podrá alentarnos en el esfuerzo la
esperanza de que, una vez superada,
se abran tiempos nuevos, tiempos en los que esas convenciones pierdan todo su sentido y autoridad,
tiempos en los que los dolores se hayan hecho ya nuestros dolores, tiempos en los que la ironía y el sarcasmo puedan ir ocupando el lugar de la alegría
juvenil... Tiempos, en fin, más allá del
bien y del mal.
Nacho Fernández del Castro, 14 de Mayo de 2012
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