«...Es inútil engañarse. Pasa un
día y otro y una semana y otra y un año y todos los días son iguales y nunca
cambia nada. Hoy un cóctel, mañana una cita, el domingo la playa, y vas
distrayéndote, pero todos los días son iguales. Comer, cenar, dormir, comer,
cenar, dormir. Y cuando te das cuenta y quieres hacer algo, ya es demasiado
tarde. Por eso es mejor no darse cuenta; porque entonces ya es tarde...»
(Luis GOYTISOLO
GAY; Barcelona, 17 de marzo de 1935.
Comentario de Julia a Antonio en
Las mismas palabras, 1962.)
Parece que a todo se acostumbra uno... Al paro, a la precariedad laboral, a la crisis.
a la recesión, a la pérdida de derechos... A que quienes
mandan nos comiencen a señalar como improductivos
porque tomamos un cafelito o leemos el periódico en los descansos regulados dentro de nuestra jornada, se irriten ante nuestra desvergüenza por no aceptar una
oferta de trabajo (precario) en Laponia, o se dediquen a afearnos la prolongación
de nuestra vida biológica cuando ya
ha finalizado nuestra vida laboral...
Sí,
a todo se acostumbra uno... Acaso porque, si no nos acostumbrásemos, deberíamos
tratar de reaccionar, hacer algo para cambiar realmente las cosas, aún cuando
pudiéramos intuir que ya era demasiado tarde. Si intentamos hacer saltar las
vanas distracciones que marcan las rutinas de la vida de cada cual, la inercia sumisa resultaría ya imposible. Sin
el ocio alienante y la pandemia de ombligüismo, no cabría ya el
autoengaño de pensar que, después de
todo, no es para tanto y el mundo no está
tan mal. Cuando lo necesario se
antepone a las consideraciones sobre lo prematuro
o tardío de la acción, ésta se torna inevitable. Pero, ¿hasta cuándo preferiremos seguir,
sintiendo el dolor propio y viendo el ajeno, como si no nos diésemos cuenta de nada?.
Nacho Fernández del Castro, 4 de Mayo de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario