«Al hacer uso [de las posesiones materiales], el hombre debe tener cuidado de protegerse frente a la tiranía [de ellas]. Si su debilidad lo empequeñece hasta poder ajustarse al tamaño de su disfraz exterior, comienza un proceso de suicidio gradual por encogimiento del alma.»
(Sir
Rabindranath TAGORE; Jorasanko, Calcuta, Bengala Occidental, 7 de mayo de 1861
–
Santiniketan, 7 de agosto de 1941. My Reminiscences –Mis Reminiscencias-, 1917.)
Más allá de cualquier desliz espiritualista, no deja de ser patente que
cuando las cosas son consideradas más
por su valor de cambio que por el valor de uso, comienzan a convertirse en
nuestras tiranas... En efecto, cuando
comenzamos a tener cosas no por el
hecho de que nos son útiles y nos hacen
la vida más grata, sino porque conforman otro yo material (aunque aparente)
ligado a la configuración de esos objetos
como signo de identidad, estamos ya
en el meollo de la alienación contemporánea,
ligada al consumismo.
Y,
así, aceptamos que no somos más que lo que vestimos o lo que ocupa nuestros
ocios, el coche del que presumimos o los restaurantes que frecuentamos... Es un
dislate y un oprobio.
Un
dislate porque a base de querer “aparecer”
socialmente como refinados
degustadores de determinadas cosas que nos identifican, esas cosas acaban
necesariamente reduciéndonos e ellas mismas.
Un
oprobio porque, entretenidos en buscar nuestra propia identidad de consumo lo más selecta posible, olvidamos que la
inmensa mayoría de las personas sólo podrán consumir lo que sus limitados
recursos les dejan... Y no, no estoy hablando sólo de esas lejanas “gentes del Sur”, de los países económicamente subdesarrollados y
desarrollantes en los que la propia
vida es una crisis que sólo acaba con la muerte (siempre prematura), sino
también de tantos seres humanos, la mayoría, que nos cruzamos cada día en las
calles ufanas de nuestro Norte, de
nuestros países económicamente
desarrollados y subdesarrollantes en los que la crisis sólo parece un mal fario del que casi todo el mundo aspira a
librarse para entregarse, de nuevo alegremente, a su propia identidad de consumo.
Nacho Fernández del Castro, 21 de Mayo de 2012
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