«Al fin y al cabo, la literatura
no es más que un tipo que está en su casa y se pone a escribir en pijama. Este
individuo obstinado escribe y escribe, sin parar, hasta que consigue terminar
un libro. Después otro objeto lo imprime, otro lo distribuye y, al final del
recorrido, siempre aparece otro, también en su casa, que se pone a leer sin
zapatos, con los pies encima de la mesa. Esto es el fenómeno literario. Pare
usted de contar. Tipos cansados, con ojeras, que escriben en pijama. Mujeres
adormiladas en un vagón de tren. Hombres que se descalzan para leer más
cómodos. Niños absortos en un rincón del patio durante el recreo.»
(Rafael REIG CARRIEDO; Cangas de Onís, Asturias, 16 de septiembre de 1963.
Manual de literatura para caníbales, 2006.)
Acabáramos... O sea que era eso... Lo bello y lo sublime, que tanto preocupara
y ocupara a la filosofía romántica, no es más que la conexión que media entre dos tipos en pijama (o en las variantes indumentarias
de la comodidad subjetiva que el
sexo, la condición, el momento, la sociedad y las circunstancias de quienes
abren y cierran el circuito requieran).
Rafael
Reig, con su infinita capacidad para desmantelar lugares comunes y tornar en cotidianos y pedestres los mitos, nos ha hecho evidente la esencia psicosocial
del fenómeno literario.
Ahora
podemos empezar a preguntarnos cómo y dónde escribiría sus Cien años de soledad (1967)
Gabriel García Márquez o sus Memorias de una superviviente (Memoirs of a Survivor, 1974) Doris
Lessing (o cómo y dónde escribiría el propio Rafael Reig su Manual
de literatura para caníbales)... Y podemos intentar recordar dónde y cómo
surcamos sus páginas por primera vez.
¿Cómo y dónde escribirán quienes se dan a los bestsellers, como J. K. Rowling o Dan Brown, Ken Follet o Danielle Steel?... ¿Dónde y cómo los devorarán quienes los leen?.
Pero, claro, en esa conexión aparecen otras muchas cosas: empresas editoriales grandes y pequeñas que deciden lo que vale o
no en función de sus intereses y expectativas
de mercado, imprentas que convierten en objeto
público (libro) lo que fueron cuartillas o cuadernos personales, librerías
que buscan clientela adecuada para sus
productos (y viceversa) o grandes superficies que llenan de libros un
espacio como si se tratase de una terminal
de carga...
Y, pese a la complejidad del asunto y las
infinitas posibilidades de que la conexión
se interrumpa en algún punto, con relativa frecuencia seguimos participando en
ese embrujo gozoso que, al fin y al
cabo, une dos tipos en pijama.
No deja de ser maravilloso, en medio de la
apariencia y la impostura que caracterizan la sociedad
del espectáculo en los tiempos del ascenso
de la insignificancia, que ello aún sea posible... ¿No?-
Nacho Fernández del Castro, 5 de Mayo de 2013
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