«Cuando el diablo engañoso supo
que el hombre, por inspiración de Dios, había empezado a cantar […], se sintió
aterrorizado y atormentado y se dio a reflexionar y a averiguar […] cómo podría
en adelante no sólo multiplicar en el corazón de los hombres las sugerencias
malvadas y pensamientos inmundos o diversas distracciones, sino incluso en el
corazón de la Iglesia,
a través de disensiones y escándalos o mediante órdenes injustas, perturbando o
impidiendo la celebración y la belleza de la divina alabanza y de los himnos
espirituales. Por eso, vosotros y todos los prelados debéis reflexionar con
extrema vigilancia, y antes de cerrar con vuestra sentencia la boca de alguien
que en la Iglesia
canta las alabanzas de Dios al suspenderlo y prohibirle recibir los
sacramentos, antes de hacer todo eso, debéis examinar con cuidado las causas
por las que lo hacéis, pensando sobre ellas con la mayor atención.»
(HILDEGARDA DE BINGEN; Bermersheim vor der Höhe, junto a Alzey, Rheinhessen,
Renania-Palatinado, Sacro Imperio Romano Germánico –hoy Alemania-, 16 de
septiembre de 1098 – Monasterio de Rupertsberg, Bingen, 17 de septiembre de
1179. Extracto de la Carta en respuesta a las acusaciones por enterrar
y negarse a exhumar a un
excomulgado en el cementerio de su convento, Epist. XXIII, 1179.)
Decían
quienes en el Mayo del 68 parisino se
dedicaban a ilustrar (en todos los
sentidos) muros, como los de la Sorbona, "Prohibido prohibir. La libertad
comienza por una prohibición"... Y, en efecto, quien se siente tentado de prohibir y tiene el poder para hacerlo, debiera antes
tentarse bien las verdaderas intenciones
que animan tal proscripción, para
examinar cuidadosamente a quién beneficia y bajo qué dictados se trata de
arbitrar el impedimento.
Seguramente, así aclararían, al menos, las
claves de sus vasallajes y evitarían, en buena medida, seguros de quienes son
sus amos, cualquier inclinación al remordimiento.
Eso ayudaría mucho a reconstruir el imaginario colectivo de la igualdad,
frente al discurso único del mercado y la
competencia... Porque, al fin y al cabo, como también decían los muros de la Facultad parisina de
Ciencias Políticas, "Nuestra
esperanza sólo puede venir de los sin esperanza". Mirando a quienes
desde sus tribunas y oráculos nos piden, aquí y ahora, que tengamos esperanza, ¡es un auténtico consuelo!.
Nacho Fernández del Castro, 9 de Mayo de 2013
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