«Uno se despide
Insensiblemente de pequeñas cosas...
Lo mismo que un árbol
Que, en tiempo de otoño, se queda sin hojas.
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas,
Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida
Y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas.
Por eso, muchacha, no partas ahora soñando el regreso,
Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.
Demórate aquí, en la luz solar de este mediodía
Donde encontraras, con el pan al sol, la mesa tendida.
Por eso, muchacha, no partas ahora soñando el regreso,
Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida...»
Insensiblemente de pequeñas cosas...
Lo mismo que un árbol
Que, en tiempo de otoño, se queda sin hojas.
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas,
Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida
Y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas.
Por eso, muchacha, no partas ahora soñando el regreso,
Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.
Demórate aquí, en la luz solar de este mediodía
Donde encontraras, con el pan al sol, la mesa tendida.
Por eso, muchacha, no partas ahora soñando el regreso,
Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida...»
(Isabel Vargas
Lizano, conocida
artísticamente como Chavela VARGAS;
San Joaquín de Flores, Costa Rica, 17 de abril de 1919 - Cuernavaca, México, 5
de agosto de 2012. Letra de “Las simples cosas”.)
El silencio agosteño de este blog se ha visto salpicado, es
inevitable, por silencios más relevantes y tristes. Chavela Vargas, Robert
Hughes, Sancho Gracia, Paco Fernández Buey o Neil Armstrong han callado para
siempre, aunque nos dejen sus hechos,
sus cantos, sus personajes, sus ideas, en
definitiva, su particular forma de tornarse más en hitos que en mitos, de
constituirse en representación necesaria
en tiempos de apariencias insignificantes,
de mostrar con su peculiar hacer formas
diversas del desgarro en este mundo atribulado. Simples cosas que nos ayudaban
a vivir y que, aquí y ahora, sin su presencia viva, nos dejan un poco más desamparados.
Probablemente nadie como Chavela Vargas supo interpretar con su voz, sobre un
escenario o ante una botella de tequila compartida con Frida Kahlo y Diego
Rivera, ese desgarro vital, malhadado,
casi metafísico de nuestro tiempo.
Sabia, con la sabiduría
de tantas resistencias acumuladas por
sus gentes, ella sabía que el único refugio ante la desolación que nos envuelve, que acecha en todos los rincones
(sobre todo, claro, en los Consejos de Administración de las grandes transnacionales,
en los organismos –des-reguladores del nuevo
orden económico mundial o en los Consejos de Ministros de los países del “Eje
del Bien”), estaba precisamente en las cosas
simples, tan simples como las hojas de un árbol o el amor... Y por eso quiso hacer de su canto una de esas simples cosas
absolutamente imprescindibles para
seguir respirando.
Pero
ella sabía también que esas cosas simples, como las hojas de un árbol en el
otoño o el amor en la distancia de una despedida, son devoradas sin remedio por
el tiempo.
Pese
a todo, debemos volver siempre al legado de su canto, de su desgarro, de su
desaliento para que, al menos la maravillosa simple cosa que ella era, siga
ayudándonos a resistir, a respirar, a luchar... A amar la vida.
Nacho
Fernández del Castro,
1 de Septiembre de 2012
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