«[...] Que aquella causa
aparezca perdida,
nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te
aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias porque me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.»
por el ejemplo. Gracias porque me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.»
(Luis CERNUDA
BIDÓN; Sevilla, España, 21 de septiembre de 1902 – México, D.F.,
México,
5 de noviembre de 1963. Estrofas de “1936” del poemario Desolación de la Quimera, 1962.)
Derrotados perennes, seguimos con esa noble voluntad que reivindica siempre la justicia, la igualdad, la
libertad o la solidaridad universales... Así, con minúscula cotidianidad totalmente ajena a las mayúsculas de los grandes discursos
vacíos, de los huecos preámbulos de todas las Constituciones
nacionales, de las ufanas
declaraciones y tratados internacionales, del fracaso escolar anunciado de toda educación en valores, cívica y constitucional, para la ciudadanía y los
derechos humanos... A todos esos
ecos altisonantes, en fin, de los que tanto gustan quienes, dando esas luchas por perdidas, mantienen las palabras en su boca como flatus vocis útiles para justificarse, para legitimarse, para alcanzar algún beneficio propio (nada universal).
Desde
luego, son multitud quienes, acogidos a eso que llaman “el signo de los tiempos”, traicionan cualquier nobleza, cualquier bello ideal, en aras del lucro y el estatus personales... Pero aún hay quien no lo hace,
quien se agarra a sus propias entrañas para resistir
y disentir de “lo que hay”.
Con
eso basta o debiera bastar... Su ser
y su actuar son testigos irrefutables de que “lo
que hay” pudiera (y debiera) ser de
otra manera.
Nacho Fernández del Castro, 15 de Septiembre de 2012
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