«Quizás exista también un instinto de suministro de cuidados
al pequeño una vez nacido, pero un instinto de gestación sería superfluo; o,
¿es que la naturaleza podría oponerse al control del hombre sobre la
reproducción?. [...] El caso es que las mujeres no tienen ninguna obligación
reproductiva concreta para con la especie. Si se muestran definitivamente
reacias, será necesario desarrollar a toda prisa los métodos artificiales o, en
caso extremo, proporcionar compensaciones satisfactorias… que harán que la
gestación merezca pena.»
(Shulamith Bath Shmuel Ben Ari Feuerstein, conocida como Shulamith FIRESTONE; Otawa, Canadá,
7 de enero de 1945 – New York, Estados Unidos, 28 de agosto de 2012.
The Dialectic of Sex: The Case for Feminist Revolution –La Dialéctica del Sexo. En defensa de la Revolución Feminista-, 1970 -1976 para la edición en castellano-.)
Vivimos en un tiempo confuso en el que los
viejos ecos de la razón genética
comienzan a ser cuestionados... Cobra aquí y ahora, por ello, mayor significado
el último de los silencios agosteños que vamos a abordar, el de Shulamith Firestone,
cuya relectura del Engels de El origen
de la familia, la propiedad privada y el Estado: a la luz de las
investigaciones de Lewis H. Morgan (1884) a través de los ojos de Simone
de Beauvoir la llevó a concluir que la maternidad definida como “la servidumbre reproductiva determinada por
la biología” es la causa principal de la opresión de la mujer y, por tanto, la familia, como estructura
que articula y perpetúa las práctica
social derivada de tal concepción, el obstáculo que debe ser eliminado para
una auténtica y completa liberación de la
mujer.
Las mujeres no pueden, en tal sentido, asumir deber reproductivo alguno con respecto a la especie, pues la razón humana debe ser capaz de crear medios artificiales adecuados para
cubrir tal necesidad de perpetuación biológica.
Y, entre tanto, la lucha de las mujeres debe forzar a la sociedad para que esta
articule las condiciones de posibilidad que hagan que el engendrar y gestar un
nuevo ser merezca objetivamente (materialmente) la pena para la gestante.
Por supuesto, quedaría fuera de
discusión el tema de la crianza, que
ha de ser siempre confiada al Estado como único garante de un verdadero marco de igualdad en el que las niñas y
los niños (la infancia como concepto,
como la propia familia, es otro mito burgués) puedan desarrollar un auténtico
amor entre iguales en pequeñas
comunidades ajenas a la institución
escolar.
Tales posiciones originarias del feminismo radical, aparte de poner en
entredicho valores como la libertad o
la pluralidad, capaces de matizar (e
incluso enriquecer dialécticamente,
hacer menos lineal, más compleja) la deseable igualdad, se deslizan peligrosamente por el tecnocentrismo y el optimismo
tecnológico que caracterizaban la concepción de la historia del propio
Marx... Acaso sea cierto que las nuevas tecnologías productivas disponibles hicieron
más por la caída del esclavismo que cualquier Espartaco o por la desaparición
del régimen feudal que cualquier revolucionario liberal, pero, mientras
llegaron, muchas esclavas y esclavos, muchas siervas y siervos de la gleba
sufrieron y murieron esperando que algo o alguien los liberase de su penoso
destino... Es decir, lo indudable es que las necesidades de los colectivos oprimidos no provocan ni
aceleran la investigación tecnológica
relevante... Y, por otra parte, la tecnología puntera existente en cada
momento histórico estará siempre en
manos de los correspondientes amos del
mundo: ¿cabe confianza u optimismo alguno con respecto a su uso liberador?.
¿Cabe, por ejemplo, confianza alguna
en el desarrollo de las existentes tecnologías
reproductivas y de la robótica
para liberar a las mujeres de su carga
genética con respecto a la gestación
y crianza del futuro de la especie?. ¿Es ello preferible a la apuesta por
la liberación de buena parte de esa carga en los hombres de los varones?.
Nacho Fernández del Castro, 6 de Septiembre de 2012
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