«El líder camina con paso de
pato.
No es que sufra callo
ni estrecho el zapato,
es que así es su andar
y con él desfila el primero de mayo
y en las noches entra a su dulce hogar.
Al líder le sobra dinero; cuotas
y otras prestaciones del trabajador,
le brindan queridas, maricas, madrotas,
vicios de banquero, goces de hambreador.
La vida del líder es sólo un prurito
contumaz y terco de actos-de-adhesión:
de guiar su manada servil y obediente
y escuchar el grito:
”Gracias... gracias... gracias...
Señor Presidente”,
traseros en alto, en la procesión.»
(Renato LEDUC LÓPEZ; Tlalpan,
Ciudad de México, México, 16 de noviembre de 1895- Cidudad de México,
1 de
octubre de 1986. “El Líder” en Catorce poemas burocráticos y un corrido
reaccionario, 1962.)
Oímos muchas veces (escucharlo casi nunca es necesario ni conveniente) a intelectuales orgánicos, opinadores ortodoxos, tertulianos bien pensantes y otras voces de la reserva ideológica del sistema, clamar
por un líder... Un líder, suelen decir, “capaz de aglutinar
las voluntades y el esfuerzo de todos en un afán
común, de hacer que todos nos mostremos dispuestos a remar en la misma dirección (la que él –raramente estas mentes
prodigiosas admiten siquiera la posibilidad de que el impulso de tal logro
pueda ser femenino- nos señale, se
supone)”.
Pero,
en fin, sabemos, porque la Historia y sus historias resultan muy
clarificadoras al respecto, que los líderes,
de tanto desfilar para recibir parabienes
y honores merecidísimos, siempre acaban por adoptar un paso de pato entre otras degradaciones de la cadencia bípeda...
Sabemos también que, más allá de su posible talante
austero original, siempre acaban por recibir (y esparcir convenientemente
entre quienes los ensalzan a corta distancia) parte de los plácemes públicos en
forma de billetes de curso legal y lustrosos bienes... Sabemos que esos
oropeles y prebendas salen irremediablemente de los lomos y sudores de los currantes, y que, con frecuencia, acaban
sirviendo para satisfacer vicios poco
confesables de la líbido, el dominio y la chequera... Sabemos que siempre acaban por sucumbir al gusto por
los actos de adhesión inquebrantable...
Así
que, ¿para qué demonios necesitamos líderes?... ¿Acaso las “inmensas mayorías”
tenemos un gusto irreprimible por mostrar nuestros sumisos traseros en alto en
cualquier procesión patriótica o exaltación gozosa de “personalidades
irrepetibles”?... A ver si va a ser también una cosa genética.
Nacho Fernández del Castro, 29 de Septiembre de 2012
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