jueves, 27 de septiembre de 2012

Pensamiento del Día, 27-9-2012



«Puedo equivocarme, pero el muro contra muro, hoy en día, sirve de poco. En los tiempos de la Revolución industrial, destruir las máquinas no llevaba muy lejos: el problema era más bien imaginar un nuevo y civilizado mundo del trabajo, e intentar hacerlo realidad. Hoy la situación no parece muy distinta. Es intuyendo un nuevo mundo como se puede soportar el impacto con la globalización: limitarse a defender lo viejo, ¿a qué puede llevarnos?.
Por esto se me ocurre pensar que la idea de una globalización “limpia” tiene que pasar, necesariamente, a través de una especie de revolución cultural, que necesite que el mundo acepte pensar en el futuro, sin prejuicios, y esté dispuesto a dejar de defender un presente que ya no existe. No creo que, si existe una globalización “buena”, ésta puedan realizarla cerebros que destruyen McDonald’s o sólo ven pelí­culas francesas. Pienso en algo distinto. Pienso en gente convencida de que la globalización, tal y como nos la están vendiendo, no es un sueño equivocado: es un sueño pequeño. Quieto. Bloqueado. Es un sueño en gris, porque procede directamente del imaginario de ejecutivos y banqueros. En cierto sentido, se trataría de empezar a soñar ese sueño en lugar de ellos, y de hacerlo realidad. Es una cuestión de fantasía, de tenacidad y de rabia. Es tal vez la misión que nos aguarda.»
 (Alessandro BARICCO; Turín; 25 de enero de 1958. Next: Piccolo libro sulla globalizzazione e sul mondo che verrà –Next: Sobre la globalización y el mundo que viene -, 2001 -2002 para la versión castellana-.)
En un mundo en el que más de la mitad de las cien mayores economías (por Producto Interior Bruto) son corporaciones transnacionales y no países, el Estado-nación, ese invento de la modernidad concebido como unidad administrativa de la convivencia con poderes, entre otras cosas, para ejercer el monopolio de la violencia en su territorio, agoniza... Y, en su agonía, sólo acierta a ponerse al servicio de ese nuevo poder económico empresarial como un legitimador, traduciendo pseudopolíticamente (en forma de legislación ad hoc), mediante los viejos mecanismos formales parlamentarios, los intereses particulares de los consejos de administración corporativos, eso que tantas veces llamamos, nebulosamente, “mercados”.
De momento, la cosa tira, porque, mientras el Estado-nación se va extinguiendo, mucha gente puede mantener rinconcitos de poder y notoriedad social integrándose en la casta política para ejercer como testaferros de sus verdaderos representados, el poder económico transnacional, mientras ante el pueblo, sus votantes, realizan una simple representación de muy baja calidad artística en el Gran Teatro del Parlamento correspondiente y otras instituciones moribundas.
Así que resultan especialmente patéticas esa defensas airadas y patrióticas de esas instituciones inerciales y transformadas en una mera farsa al servicio del entretenimiento del pueblo para beneficio de los poderosos... Y resulta patético muy especialmente cuando sabemos que forma parte del propio espectáculo por venir de personas (intelectuales y otras flores de tertulia) a las que se debe suponer suficientemente enteradas de lo que pasa y a lo que se juega.
No tiene ningún sentido, pues, oponer grandes gestos ni rasgarse las vestiduras ante este ocaso del Estado-nación, pero dos de las cosas que aún le cabe hacer al pueblo son, por un lado, denunciar claramente esta teatralización de la política (con una tramoya y unos apuntadores, para colmo, cada vez más descaradamente visibles y ufanos) y, por otro, defender a ultranza las “gotas de bienestar público (salud, educación, pensiones, etc.)” que el capitalismo maduro hubo de ir salpicando en favor de la cohesión social y la disminución del conflicto.
Con respecto a la primera cuestión es totalmente digno de reconocimiento el demonizado aliento del 25 de Septiembre en su intento simbólico de rodear el Congreso... Con respecto a la segunda cuestión sigue siendo necesario apuntalar los sindicatos minoritarios que todavía ejercen su representación directamente en los centros de trabajo o la escuela y el sistema de salud público como única garantía de universalidad e igualdad de oportunidades.
Dos ejercicios en los que acumular la tenacidad y la rabia suficientes para poder desarrollar la fantasía y la imaginación racionalmente suficientes para alentar otro mundo posible, una globalización realmente humana en la que la desaparición de las fronteras signifique, ante todo, que las personas están siempre por encima y por delante del dinero.  
Nacho Fernández del Castro, 27 de Septiembre de 2012

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