miércoles, 12 de febrero de 2020

EL CENTRO MUNICIPAL INTEGRADO DEL LLANO CONTINÚA CON LA PROGRAMACIÓN DEL PRIMER SEMESTRE DE 2020 DE SU FORO DE FILOSOFÍA POPULAR (18 DE FEBRERO) CON UNA REFLEXIÓN SOBRE LA FILOSOFÍA ANTE LAS “ENFERMEDADES MALDITAS” AQUÍ Y AHORA (ENTRE LA ESPERANZA MÉDICA, LAS RESTRICCIONES ECONÓMICAS Y LAS SUPERCHERÍAS)


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El Centro Municipal Integrado de El Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón) desarrollará el Martes, 18 de Febrero de 2020, a las 19’30 horas,  la sesión mensual del Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora” para proseguir su programación del Primer Semestre de 2020 abordando el tema «La Filosofía ante las “enfermedades malditas” aquí y ahora: Entre la esperanza médica, las restricciones económicas y las supercherías»... 
Resultado de imagen de El Roto sobre salud y sanidadLa sesión se plantea como reflexión general y concreta que debe partir necesariamente del hecho de que la inmensa mayoría de la humanidad (el llamado Sur o, más bien, los países “económicamente subdesarrollados y desarrollantes”) padece enfermedades infecciosas (que frecuentemente adquieren proporciones de epidemia) sin la posibilidad de acceder a medicamentos fácilmente accesibles para la minoría privilegiada del mundo rico (el llamado Norte o, más propiamente, los países “económicamente desarrollados y subdesarrollantes”)… Mientras tanto, la industria farmacológica transnacional invierte ingentes cantidades de dinero en investigación puramente cosmética (con frecuente uso de principios activos que podrían paliar muchas de las “enfermedades de la pobreza”) y en la renovación de patentes con añadidos puramente instrumentales (sin cambio de principios activos) para perpetuar el beneficio… Y, claro, también en la investigación sobre algunas “enfermedades malditas” (por causar un temor que las convierte poco menos que en innombrables), como el cáncer que, dada la prolongación de la esperanza de vida y la proliferación de factores de riesgo (desde los contaminantes hasta la mala alimentación en medio de un ritmo vital acelerado que generaliza el estrés en una situación de “neurosis experimental generalizada”) en el mundo rico, sacude con virulencia sus poblaciones… En este sentido, la Organización Mundial de la Salud, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) y la Unión Internacional Contra el Cáncer (UICC) celebran el 4 de febrero de cada año como el Día Mundial contra el Cáncer, con el objetivo de aumentar la concienciación y movilizar a las sociedades para avanzar en la prevención y control de esta enfermedad. Y, en concreto, la Organización Mundial de la Salud ha planteado la celebración del año 2019 bajo el lema «Crea un futuro sin cáncer cervicouterino: El momento de actuar es ahora»: “La comunidad mundial celebra el Día Mundial contra el Cáncer este 4 de febrero con un llamamiento a actuar ahora para crear un futuro sin cáncer. Este año, la OPS enfoca la campaña en el cáncer cervicouterino, que puede prevenirse mediante vacunación contra el VPH, tamizaje y tratamiento de las lesiones precancerosas; y puede ser curado si es detectado temprano y tratado adecuadamente… El cáncer cervicouterino es el tercero más común entre las mujeres de América Latina y el Caribe. Cada año, más de 72,000 mujeres son diagnosticadas y más de 34,000 fallecen por cáncer cervicouterino en la Región de las Américas… La vacunación contra el virus del papiloma humano (VPH) puede reducir significativamente el riesgo de cáncer cervicouterino. La OPS recomienda vacunar a las niñas de 9 a 14 años, cuando la vacuna es más efectiva. Las vacunas de VPH están disponibles en 35 países y territorios de las Américas, pero las tasas de cobertura con las dos dosis aún no alcanzan el 80% de las niñas. Junto con la vacunación, el tamizaje, el diagnóstico temprano y el tratamiento de las lesiones precancerosas pueden prevenir nuevos casos y muertes… La Organización Mundial de la Salud ha priorizado la eliminación del cáncer cervicouterino como problema de salud pública. En las Américas, los ministros de salud aprobaron un plan de acción regional dirigido a reducir en un 30% los nuevos casos y muertes por cáncer cervicouterino para 2030… Con el fin de sensibilizar al público, la OPS lanzó la campaña «Es hora de poner fin al cáncer cervicouterino». Esta campaña es especialmente relevante para mujeres, padres y madres, y profesores, ya que proporciona información sobre el cáncer cervicouterino y lo que pueden hacer para prevenirlo.”
Resultado de imagen de El Roto sobre salud y sanidadEn fin, por otro lado, el ser humano es el único animal que huye de su cuerpo, tal y como muestra, por ejemplo, Santiago Alba Rico en su Ser o no ser (un cuerpo) –Barcelona, Seix Barral, 2017-: en efecto, una buena parte de las cosas que hacemos en nuestra vida van dirigidas al precario intento de huida de nuestro cuerpo mortal (desde las dietas hasta el inmersión, casi desesperada a veces, en la cosmética y la moda indumentaria; desde el intento de sobrecompensación en las diversas disciplinas de culto al cuerpo hasta el paroxismo de la gastronomía y la concepción de “lo saludable”;…) y, por eso, las envolvemos en una logomaquia entre metafísica y mística de fingimiento y ocultación (como es tan frecuente en el caso del cáncer y de lo que sacan provecho buen número de conspiranoicos, gurús y curanderos de distinto pelaje)… La turbulenta adolescencia propia de la cultura occidental (tan distinta de la de otras culturas, como señalara ya en 1928 Margaret Mead en su Adolescencia, sexo y cultura en Samoa) nos hace conscientes de nuestro cuerpo, y “nos obliga a “contraerlo” como si de un mal incurable se tratase; un mal con el que, en episodios más o menos agudos, contando con más o menos paliativos, tendremos que cargar ya toda la vida. Así que hemos creado sociedades (económicamente desarrolladas y subdesarrollantes de las que no lo están) que gastan buena parte de su capital cultural (y financiero) en la creación de un imaginario de negación de la corporeidad como esencia humana (que, con frecuencia, sirve para legitimar restricciones económicas en materia de sanidad pública: “quien quiera situar su cuerpo en un primer plano o hacer con él lo que quiera, que se lo pague… Junto a las consecuencias”). Y es que esa estrategia de ocultación que, ligada por el poder a las emociones de repugnancia y vergüenza, no es sino una estrategia defensiva frente a los arteros usos como elemento de exclusión social (desde un imaginario de lo límpido que los condena a lo inmundo) y geográfica (desde procesos de reclusión pública o privada) de colectivos que no participan de ella, que no participan de la huida de su cuerpo, sus degeneraciones y sus excrecencias… Esto, que es recogido y desarrollado lúcidamente por Martha Nussbaum (El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley, 2004 –con edición castellana en Katz, 2006-), muestra que la repugnancia ha sido utilizada a lo largo de la historia como un poderoso instrumento al servicio de los esfuerzos sociales dirigidos a la exclusión de grupos y personas: nuestro impulso hacia la ruptura con nuestra condición corpórea (animal) es tan intenso que ya no nos basta con proscribir heces, cucarachas y animales rastreros o viscosos; necesitamos un grupo de humanos para unirnos contra ellos, un “los otros” que demonizar (como tan evidentemente ocurre con el VIH/SIDA (o buena parte de las enfermedades psiquiátricas); como, incluyendo la condescendencia paternalista de una mirada conmiserativa, ocurre en tantas manifestaciones personales del cáncer), una alteridad que podamos cargar de perversiones y/o máculas para situarla en el límite entre lo humano y lo asimilable como vilmente (aunque fuere de forma involuntaria) animal… Y es que ha de ser posible pensar, incluso, en la repugnancia y el asco que puede llegar a provocarnos (véase la certera y prolija Anatomía del asco, 1997, que nos ofrece William Ian Miller –con edición castellana en Taurus, 1998-) para enfrentarnos al hecho de que buena parte de la historia de las ideas de estos últimos doscientos años se ha construido sobre la consagración de la idea de lo límpido como poderoso principio civilizatorio y garante de la consolidación de la modernidad frente a la barbarie. Así lo ha hecho desde un imaginario del higienismo en el que las excrecencias del cuerpo (materiales y simbólicas) constituyen el núcleo generador de prácticas condenadas por prejuicios y temores al secretismo y la ocultación…  Toda cultura, toda sociedad, todo pueblo a lo largo de la historia y en cualquier lugar del planeta se ha ocupado del cuerpo, de sus cuidados y conflictos relativos a la sexualidad, la manifestación de emociones,  la higiene, la moralidad, la dietética, la indumentaria o las diversas prácticas para su mantenimiento, pero lo ha hecho con la voluntad de generar un estado de cosas al servicio de esa instrumentalización normativa excluyente de grupos humanos (porque “huelen mal”, “son sucios”, “no se lavan”; en suma porque “son infectos”), en una suerte (o desgracia) de orden desordenado que debe ser sometido a crítica… Porque, si dejamos de preguntar (y preguntarnos) por lo incuestionable, acabará por multiplicarse “lo que no admite cuestionamiento”… Y es así que el “pensar” y el “decir” no puede partir sino del asombrado interés por temas cotidianos capaces de despertar un legítimo y desinteresado amor a la verdad… ¿Puede, por ello, nestro pensar y saber mostrarse ajeno al déficit de satisfacción de las necesidades básicas de tantos seres humanos que malviven estigmatizados y repugnados en “lugares inmundos” –lugares a los que se condena también los “saberes residuales”, verdaderas excrecencias del pensamiento en un mundo gobernado por la límpida utilidad y el beneficio inmediato-?. ¿Debemos, por ejemplo, acatar una lengua, escrita y hablada, “higienizada por lo políticamente correcto” para evitar cualquier posible “contagio indeseable” por la presencia de lo inmundo?. Porque allí donde los cuerpos disciplinados hasta el disparate del bodybuilding se consideran “impecables”, la demonización de sus sudores, de lo excrementicio, de la basura, de lo sucio, de lo infecto es un instrumento valioso para quienes pretenden controlar esos cuerpos y sus comportamientos… Fueron primero ideas como la de “pureza excelsa” las que,  coligándose con otras como las de “virginidad” o con la condición de “inmaculado” en la voluntad de instituciones “rectoras de cuerpos y almas” (como la Iglesia o la Escuela), convirtieron la idea de “mancha”, de “mácula”, en un núcleo trascendental de estigmatización que, al fundir en su deshonra a las “gentes anormales” con las “moralmente sucias”, hace aflorar el espacio, simbólico y real (pongamos, por ejemplo, el “gran encierro” foucaultiano), que reúne a “los inmundos corpóreos”, y, paradójicamente,  ese “lugar propicio a los que están fuera del mundo” (parafraseando el verso de Ángel González), en sus periferias (o en sus centros rotos, ocultos, invisibles para la normalidad higienizada), no puede ser otro que el lugar casi secreto (a ojos de la voz bien pensante que define y tiene ocasión para imponer esa normalidad) en el que se funden y confunden basuras, nativos, campesinos, emigrantes, clandestinos y desahuciados de todo tipo, desechos varios y todo tipo de residuos y excedentes… Son los límites de nuestras ciudades (internos, a veces) donde habitan nuestros peores temores de “ciudadanía normalizada”, de “seres de este mundo”. Por eso se sitúan barreras entre un “nosotros”, limpios urbanitas (benditamente sanos), y un “ellos”, habitantes de lo inmundo (malditamente enfermos), apenas un velo que nos aporta un poco de seguridad y cierta confianza… Porque lo corpóreo debe ser condenado a la negación simbólica, al ocultamiento precario bajo las raídas alfombras sociales de lo inmundo. Pero, a fin de cuentas, la certeza más evidente de nuestra vida es que un día la perderemos, que en algún momento, antes de cien años, vamos a morir y que nuestro cuerpo corrupto desaparecerá en asqueroso y repugnante fango; es decir, el mero hecho de nuestra corporeidad  nos remite inexcusablemente a lo infame. Así que, como nuestro orgullo choca con su condición mortal y limitada por ese escatológicamente bíblico (con ecos de bolero de Los Panchos) “retorno al lodo”, en nuestra cotidianidad se suceden dudas e ilusiones en un ejercicio de humano (y filosófico) asombro que nos sitúa ante nuestra verdadera esencia; porque ha de ser esa conciencia de repugnancia y vergüenza inevitables la que nos permite superar el aséptico mito de “lo límpido” (que impone cosmovisiones en las que todo está claro, es perfectamente lógico y permanece “en el sitio que le corresponde”, siempre sano)... Para seguir interrogándonos, reevaluando nuestra relación con las cosas, reorganizando lo que nos rodea, matizando las convenciones y buscando puertos de amarre persuadidos de que siempre serán precarios.
Resultado de imagen de El Roto sobre salud y sanidadEn suma, cualquier ser humano, en función del lugar del planeta donde nazca, puede estar seguro de encontrarse ajeno a enfermedades como el paludismo o la tuberculosis (o, en el peor de los casos, si por su afán aventurero las llegase a contraer, sabe que podrá disponer de drogas eficaces contra ellas), aunque tendrá altas probabilidades de acabar su larga vida con algún tipo de cáncer (o superando varios, ya que buena parte de ellos han ido adquiriendo la condición de enfermedad curable, o, al menos, cronificable, investigación masiva por medio)… O, por el contrario, sabremos de antemano que está casi irremediablemente condenado a padecer alguna de esas enfermedades de la miseria y, en todo caso, a una vida breve y pródiga en penurias. ¿Cómo podemos mantener siquiera el significado del concepto de “humanidad” en esta situación?... ¿Cómo podemos (como pueden las instituciones internacionales, los países poderosos, etc.) aceptar la inercia de esta “condena sin causa” que pesa sobre los más a costa de la ufana opulencia de los menos?... ¿Cómo puede tolerarse que los intereses económicos de las multinacionales farmacéuticas apuesten en serio por la investigación sólo con respecto a aquellas enfermedades que también se extienden al “mundo rico” (el cáncer, el VIH/SIDA, la esquizofrenia o, incluso, el dengue), preteriendo los esfuerzos frente a las enfermedades erradicadas de los contextos socioeconómicos desarrollados (como la tuberculosis o la malaria)?... ¿Cómo pueden supuestos “líderes espirituales” invocar principios supramundanos o curanderos sin conciencia propugnar pseudotratamientos para sostener la negativa a medidas profilácticas elementales o el uso de las terapias basadas en la evidencia científica en la lucha contra alguna de esas enfermedades?... Todo este cuestionamiento, evidentemente, no puede conformarse con su forma de lánguida queja; debe insertarse en el análisis crítico de los grandes discursos del “pragmatismo bienintencionado”, especialmente los ocho Objetivos del Milenio auspiciados por Naciones Unidas, ya fracasados en gran parte y sustituidos por los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (que incluyen, entre otros, el fin de la pobreza, el hambre cero en todo el planeta, la universalización de la salud y el bienestar, la universalización del acceso a agua limpia y de los saneamientos, o la reducción de las desigualdades); porque de la evolución de las políticas y prácticas derivadas de ellos dependerá una articulación más precisa de las líneas de fuerza (ideas, políticas, acciones colectivas y comportamientos individuales) más coherentes con una verdadera ciudadanía planetaria.
Resultado de imagen de El Roto sobre salud y sanidadY es que la duda, esa piedra angular de la modernidad cartesiana, sigue siendo, más allá de la pasión poética de Gabril Celaya (“La poesía es un arma cargada de futuro”, en Cantos íberos, 1955), nuestra verdadera “arma cargada de futuro” y, por ello, debemos preguntarnos (como decía Bakunin, «quien no duda, no avanza»): ¿seríamos mejores seres humanos si entramos en conflicto con las convenciones más establecidas que separan lo “normal” de lo “inmundo” (incluyendo las “enfermedades malditas”)?, ¿cabe exigir en todo lugar y tiempo que, más allá de correcciones políticas, la asunción de la propia corporeidad, infecta y escatológica, susceptible de procesos degenerativos, ha de ser punto de partida de cualquier acción política (a fin de cuentas, corporeizar el tópico agustiniano, «hombre [corpóreo] soy y nada de lo que es humano me es ajeno», sería ya un principio revolucionario)?.  Porque sin reconocer y valorar el propio cuerpo como esencia, ¿cómo recuperar un horizonte de cuidados comunes, cómo revalorizar (estoicamente) el sentido del nacimiento, la enfermedad (por muy maldita que sea) y la muerte?.
Resultado de imagen de Forges sobre salud y sanidadTodo ello será desarrollado por el propio coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro, que, como siempre, facilitará a las personas participantes un dossier con documentación sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés). Tras su intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre todas las personas presentes. La sesión  tendrá lugar en el Aula 3 de la Segunda Planta, con asistencia libre.

viernes, 24 de enero de 2020

EL CENTRO MUNICIPAL INTEGRADO DEL LLANO ABRE LA PROGRAMACIÓN DEL PRIMER SEMESTRE DE 2020 DE SU FORO DE FILOSOFÍA POPULAR (28 DE ENERO) CON UNA REFLEXIÓN “INTERNA” SOBRE LA FILOSOFÍA COMO “LUJO INNECESARIO” AQUÍ Y AHORA (¿A QUIÉN LE INTERESA “LIBRARNOS DE LA FUNESTA MANÍA DE PENSAR”?)


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El Centro Municipal Integrado de El Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón) desarrollará el Martes, 28 de Enero de 2020, a las 19’30 horas,  la sesión mensual del Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora” para abrir su programación del Primer Semestre de 2020 abordando el tema «La Filosofía como “lujo innecesario” aquí y ahora: ¿A quién le interesa “librarnos de la funesta manía de pensar”?»... La sesión se plantea como reflexión general y concreta que, partiendo de la reciente voluntad política manifestada, en mayo de 2019, por el ultraconservador y exmilitar presidente brasileño Jair Messias Bolsonaro de cerrar la facultad de Filosofía, dado que “realizar estudios filosóficos es un lujo innecesario”, pues de nada sirve para abrir mercados, combatir enfermedades, construir puentes y calzadas, o cualquier cosa mínimamente seria (léase “útil”) similar… Y es que eso de tratar del «ser» (y la «nada»), la «verdad» (tan contraria a las útiles «fake news»), la «bondad» (que resulta tan poco válida para la imprescindible «cultura emprendedora y competitiva») o la «justicia» (que sólo ha de servir para «conservar el orden establecido»), por no servir no sirve en definitiva para nada y mucho menos para convertirse en un político sabio, bueno y justo… ¿Nihilismo radical nietzcheano o mera estulticia?. No es nuevo, en cualquier caso, el rechazo frontal de la filosofía por ser un saber irrelevante (o, incluso, un estorbo)… Ya su nacimiento tiene el preámbulo de los atenienses condenando a muerte a Sócrates por “pervertir la juventud” ¡enseñándoles a filosofar!... Después llegaría el fideísmo de la Patrística, con Tertuliano, por ejemplo, afirmando en su De Carne Christi 5 que “…el Hijo de Dios murió; de todas maneras debe ser creído, porque es absurdo; siguiendo a fin de cuentas la tradición bíblica: ... Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad”, dice el propio Jesucristo –Lucas 10:21-; y afirma Pablo de Tarso que Ya que Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen... Pues la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana...”  -Corintios 1: 21, 25-… O los almohades que trajeron el fanatismo islámico más integrista a Al-Ándalus condenando a Averroes al destierro en Lucena y Cabra y prohibiendo sus obras… O los entusiasmos absolutistas frente al impulso ilustrado de aquel rector de la Universidad Complutense, todavía en Alcalá, que proclamara, ante el recuperado monarca Fernando VII, aquello de “¡líbrenos Dios de la funesta manía de pensar!”, que tanta carta de naturaleza cobrara, por otra parte, en las soflamas fascistas de ciertos generales franquistas, como José Millán-Astray, fundador de la Legión, gritando, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936 (Día de la Raza), “¡Muera la inteligencia!, ¿viva la muerte!” al restablecido rector vitalicio de Salamanca Miguel de Unamuno (que respondería con su famoso “Venceréis, pero no convenceréis”, tal como muestra la película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra, 2019, ahora en cartelera)…
Resultado de imagen de El Roto y la FilosofíaHay en estas manifestaciones, y muy especialmente en la posición actual de Bolsonaro, de desprecio (y hasta odio) hacia la filosofía evidentes matices de mera ignorancia combinados con integrismo ideológico (considerada aquí la ideología en su sentido de “visión deformada –por los propios intereses- de la realidad”) política… Pero, más allá de una fácil catalogación ultrafideísta y fascista de los actuales ataques a la filosofía (recordemos que tanto el Islam, bajo el principio de “la dobel verdad”, como el catolicismo, con la progresiva armonización de fe y razón que culminaría el aristotelismo tomista –aunque la navaja de Ockham la pusiese en problemas-, fueron capaces de hacer un uso instrumental de la tradición filosófica grecolatina; y que estados inequívocamente fascistas hicieron buen uso de ciertas filosofías para, pervirtiéndolas, legitimarse ideológicamente –pensemos en el uso de Nietzsche por el nazismo o el papel jugado en el “lavado de cara” tardofranquista por Gonzalo Fernández de la Mora o Julián Marías-), en ellos late la mezcla del positivismo pragmático y el puritanismo que han caracterizado la cultura anglosajona y que se extiende, evangelicalismo mediante (especialmente interesante puede resultar, en este sentido, la película Jugando en los campos del Señor, 1991, de Héctor Babenco), por toda Latinoamérica (siendo en Brasil la guía explícita de de autoridad e influencia moral de la política de Bolsonaro). A fin de cuentas, el protestantismo, en general (a diferencia del catolicismo o el islamismo, tan proclives finalmente a la Teología), nunca ha abandonado la postura fideísta, rechazando la razón como sustento religioso: la buena actitud moral evangélica es la dada en la primitiva “fe del carbonero”, en la gente sencilla que dedica sus horas a trabajar lo más y mejor posible, amar mucho (pero sin grandes demostraciones públicas) a los suyos y resolver el resto de sus necesidades espirituales en el templo sin intermediarios (sola scriptura, sola fide, sola gratia, solus Christus, soli Deo Gloria)… Así que todo ha de ser «ora et labora» lo es todo y cualquier ansia de conocimiento racional (como el amor a la sabiduría) es sólo vana curiositas, inútil tentación de cotilleo (ya decía el propio Lutero que la razón es la prostituta del diablo, y de ahí la obsesión evangélica con el Antiguo Testamento, con interpretación fiel del origen del mal en la prueba del fruto del árbol de la sabiduría)… Una base espléndida para el desarrollo de la sociedad burguesa y el impulso capitalista, como pronto señalaría Max Weber (Die protestantische Ethik und der 'Geist' des Kapitalismus, 1905 –La ética protestante y el espíritu del capitalismo, con dición en castellano, por ejemplo, en Fondo de Cultura Económica, 2003-). Y una explicación, de paso, del gran desarrollo del capitalismo y la ausencia casi total de educación filosófica en buena parte de los países del ámbito anglosajón. Y es que, si la trascendencia divina es absolutamente incognoscible para la humano razón –Lutero dixit–, todo cuanto preocupa a la filosofía (el principio y fin de las cosas, el sentido de la vida, el criterio último de verdad, la genealogía y función de los valores…) también será, por  trascendente, incognoscible… Así que, ¿para qué perder el tiempo (y el dinero público y privado) estudiándolo? (nótese que el argumento es manifiestamente prekantiano al confundir lo transcendental, que indaga las condiciones de posibilidad del conocimiento humano, con lo transcendente, que está más allá de la experiencia humana posible; pero, claro, Kant era un filósofo). Lo cierto es que la concepción evangelicalista del mundo no solo es filosóficamente más que cuestionable (como toda metafísica mística lo es), sino también socialmente peligrosa al dejar en manos de instancias irracionales (libros sagrados, telepredicadores, gurús de la espiritualidad, interpretación subjetiva...) más allá del propio sentido de la vida (lo cual ya es bastante exceso), el arbitrio de los principios y valores que son fundamento de la convivencia, la vida pública y el quehacer político. Y lo más grave es que esta forma de entender el mundo se extiende, legitimación de posicionamientos políticos ultras por medio, por todo el planeta a la velocidad de los clicks que difunden fake news (o sea, con mucha más fuerza y rapidez que fundamentalismos más tradicionales y rudos, como el islámico)… Llegando ya a la vieja Europa continental, como se puede ver en las últimas (y acaso más en las próximas) reformas educativas, cuyo «espíritu» considera la filosofía (u  malsano afán por cuestionarlo todo, la funesta manía de pensar en suma), como cualquier labor no directamente vinculada a la cultura del emprendimiento con eficacia productiva, como todo acto incapaz de plasmarse en nada susceptible de negocio, es algo yermo y hasta corruptor. Así que las enseñanzas comunes habrán de contemplar, como mucho, un complemento a los saberes científico-técnicos, una suerte (o desgracia) de amalgama de religión y psicología práctica  para una llamada educación emocional (aunque las emociones son precisamente lo que no se educa) y una formación en valores (para la ciudadanía de orden y las buenas costumbres). ¿Para qué más? El ora et labora se proyecta hoy en un emprende/produce y consume (y hazlo con eficacia y sin resistencias porque esa es tu recompensa y tu responsabilidad)… Bolsonaro es el profeta.
Resultado de imagen de El Roto y la FilosofíaY es que, a fin de cuentas, vivimos inequívocamente un tiempo mediático y simbólico donde lo aparente oculta y silencia lo esencial, la hora del ascenso de la insignificancia, que diría Cornelius Castoriadis (ver El ascenso de la insignificancia. Encrucijadas del laberinto IV, 1996 –edición castellana de 1998 en Cátedra-), en la que pensar resulta un estorbo. Pero la reflexión sobre este hecho no puede quedar en el mero diagnóstico, porque la filosofía ha sido constante y crecientemente acosada, como síntoma, también desde el principio de nuestra democracia monárquica (¿qué diría Aristóteles de este paradójico contubernio dentro de su tipología de los sistemas de gobierno?) por las administraciones educativas de todo partido y condición, ¡y son seis ya las Leyes Orgánicas estatales (LODE; LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE y LOMCE) las que, unidas a multitud de Órdenes y Decretos, así como a innumerables disposiciones autonómicas de distinto rango, han jalonado, en nuestra maltrecha democracia, este “ataque a la filosofía” en la formación de la ciudadanía!... En efecto, el proceso que lleva de la Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación (1985)  de José María Maravall a la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (1990) de Javier Solana Madariaga, auspiciaba su disolución, en la educación común obligatoria, como “ética ciudadana” en una transversalidad positivizada (léase “diseminada”) en las distintas materias curriculares (a la vez que se iban arrumbando las materias del Bachillerato hacia la optatividad)… Luego la Ley Orgánica de Participación, Evaluación  y Gobierno de los Centros Docentes (1995) de Gustavo Suárez Pertierra, lo aclararía un poco más, al definir esa transversalidad ética como una Educación en Valores que la sociedad demanda de la escuela para que “la juventud sepa a qué atenerse”  (no en vano el ministro, antes y después de tomar el mando en las aulas, lo ejercería en los cuarteles a través de sus cargos en el Ministerio de Defensa)  Curiosamente, ante este acoso socialista a la filosofía, la llegada de los populares al poder trajo el llamado Decreto de Humanidades, que entre otras cosas devolvía a la Historia de la Filosofía su carácter común y obligatorio para todos los Bachilleratos, en una muestra más de la “exageración de la diferencia” que caracteriza la lucha bipartidista por el poder como representación propia de las democracias elitistas… La  Ley Orgánica de Calidad de la Educación (2002) de Pilar del Castillo confirmaría este punto… Hasta que el talante y los guiños de José Luís Rodríguez Zapatero trajeran la Ley Orgánica  de Educación (2006), cuya torpe tramitación costara el puesto a la ministra María Jesús San Segundo nada más ser aprobada, para buscar de nuevo una “positivización normativa” de las materias filosóficas insertándolas en una Educación para la Ciudadanía (pasan a ser Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, Educación Ético-Civica –con tres horas semanales en total a lo largo de la educación común obligatoria-, Filosofía y Ciudadanía)  que nuevamente las alejaba de toda contribución a la autonomía crítica a favor del “saber a qué atenerse” vinculado a lo políticamente correcto. Y, claro, la Ley Organica para la Mejora de la Calidad Educativa (2013) de José Ignacio Wert, que la relega casi totalmente de los contenidos prescriptivos generales (dejándola, en el mejor de los casos, al albur de las decisiones de las administraciones autonómicas en su porcentaje competencial) a favor de lo que llama cultura del emprendimiento (no en vano el término “pirata” nos llega, a través del latín, del término griego πειρατης (peirates), formado a partir del verbo πειραω (peiraoo), que significa «esforzarse», «tratar de», «intentar la fortuna en las aventuras», y el sufijo -της (-tes), que significa «agente»; o sea, en su origen el “pirata” es un «agente que intenta la fortuna en las venturas», un verdadero y auténtico «emprendedor»).
Resultado de imagen de El Roto y la FilosofíaAsí que si la administración educativa de nuestra llamada democracia ha ido enterrando cualquier atención (y, por supuesto, promoción) de lo filosófico, de la funesta manía de pensar, bajo las apariencias (camufladas como “necesidades sociales”) que ayudarán a saber a qué atenerse a la ufana piratería emprendedora,  ¿qué nos es dado esperar (cuando, por ejemplo, asistimos al espectáculo de administraciones educativas autonómicas socialistas que se apresuran a enarbolar la supuesta “defensa de la Filosofía” contra la Ley Wert, cuando fueron sus administraciones estatales las que hicieron los mayores ataques de nuestra reciente historia contra el papel de la Filosofía en la educación común)?, ¿pueden atisbarse siquiera algunas respuestas de resistencia, disidencia y reconstrucción que nos permitan reelaborar socialmente el fomento de un pensamiento crítico capar de enfrentarse a esa dictadura de lo banal capaz de diversificar y extender sin límites las formas de sumisión simbólicas y reales?... Porque se trata, ni más ni menos, que de promocionar la necesidad humana esencial de conocer el mundo (el impulso hacia el saber que nos permite interpretarlo mejor, mal que les pese a Bolsonaro y sus gurús evangélicos) como base para un inevitable (si no queremos convertirnos en “imbéciles morales” faltos de toda sindéresis, que diría Aristóteles) compromiso ético que derive en acción política colectiva para mejorar esa realidad en aras del bien común. O sea, y en esa clave política, ¿cómo intentar dotar a la ciudadanía de los instrumentos e impulsos que la lleven a exigir su participación efectiva en la toma de decisiones que son relevantes para su vida (individual y colectiva)?, ¿cómo recuperar, aquí y ahora, un demos que, más allá del maltrecho concepto (y las indignas prácticas) de la representación popular mediada por los partidos políticos, sea capaz de reconstruir su papel como agente activo de los asuntos públicos, más allá de los falaces cantos de sirena de su promoción instrumental como agentes de la piratería emprendedora?... Evidentemente el movimiento de los indignados (según el título que recibiera del librito-llamada, Indignez-vous! -¡Indignaos!-, de Stéphane Hessel de 2010) que, especialmente en los años 2011 y 2012, mostró el hartazgo popular extendiéndose por las calles y plazas de todo el mundo,  desde el 15M y la ocupación de la madrileña Plaza de Sol (junto a las más emblemáticas de cientos de ciudades españolas) hasta Occupy Wall Street, , pasando por las cuarenta mil personas que el 29 de mayo de 2011 llenaron con sus quejas la Plaza Syntagma de Atenas, fue la sacudida que situó en primer plano la gran corrupción política, no la del dinero público malversado y robado que estaba en los medios, sino la del robo de la propia democracia a través de sufragios ritualizados para alternar en el poder formal, en una representación de teatro de sombras, partidos políticos que actuarían (encubiertos por el patológico síntoma de la “exageración de las diferencias”) como solidarios testaferrros de los intereses del verdadero poder, el económico, imponiendo su pensamiento único (mediante sus industrias de control simbólico ligadas a la “cultura oficial”, pero también de las porras y las togas cuando fuere necesario) frente a cualquier tentación de pensamiento crítico divergente, frente a cualquier tentación filosófica en definitiva. Porque aquel grito de “¡No nos representan!” situó en el debate público la crisis de las democracias representativas en un mundo globalizado que desplaza los centros de toma de decisión política desde las instituciones gubernamentales de los Estados hacia los Consejos de Administración de las grandes empresas transnacionales y supuso, sobre todo, una verdadera deslegitimación filosófica (mundana) de unas instituciones pseudodemocráticas y, con ello, de sus instrumentos de dominio (desde los medios de comunicación social comprados por el propio poder económico –para construir cosmovisiones e imaginarios colectivos que “naturalicen”, antifilosóficamente, el estado de cosas y criminalicen cualquier alternativa, filosófica- hasta el uso de las porras y las togas al servicio de normas como la Ley de Seguridad Ciudadana española, todavía no derogada, que condenan y castigan toda disidencia y/o resistencia ante lo considerado “políticamente correcto”)...
Resultado de imagen de El Roto y la FilosofíaAsí que, ¿cómo tornar, en suma, en este contexto (y frente a tantos que desde tertulias o cátedras pervierten y prostituyen la filosofía al servicio de los imaginarios hegemónicos de lo establecido), “la funesta manía de pensar” en “un arma cargada de futuro” (que diría Gabriel Celaya)?.
Resultado de imagen de El Roto y la FilosofíaTodo ello será desarrollado por el propio coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro, que, como siempre, facilitará a las personas participantes un dossier con documentación sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés). Tras su intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre todas las personas presentes. La sesión  tendrá lugar en el Aula 3 de la Segunda Planta, con asistencia libre.