
El
Centro Municipal Integrado de El
Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón), en su sesión del mes de Diciembre-2019 (Martes, 17, a las 19’30
horas), del Foro Filosófico
Popular “Pensando aquí y ahora”
abordará el tema «La filosofía ante la corrupción sistémica aquí
y ahora: ¿“Entre pillos anda el juego”?». La sesión se plantea como reflexión general y concreta
que, inevitablemente debe partir de la vivencia inequívoca, presente cada día en
todos los medios de comunicación social,
de un cierto “hedor a corrupción política” al que, por
desgracia, parece que nos vamos acostumbrando (Gurtel, Púnica, Marea, ERE, son nombres que ya forman parte de esa
desgracia de diccionario popular de la
desvergüenza)… En la España de 2017, según los datos del Consejo Superior del Poder Judicial se
abrieron 1.700 causas judiciales relacionadas con la corrupción política,
resultando investigados más de medio millar de políticos (siendo las comunidades
con más casos investigados Andalucía, 541 para una población de casi ocho
millones y medio, y Valencia, 200 para una población de algo más de cinco
millones, frente a La Rioja, con sólo 4 casos para una población de casi
325.000 habitantes)… Una situación, en fin, que, en cualquier caso, pone en
solfa y bajo sospecha, ante la ciudadanía, toda dedicación voluntaria a los asuntos públicos (hasta convertir, por
ejemplo, a todo concejal de Urbanismo en probable corrupto; o, en general, a
las propias personas que a la política se dedican en uno de los “problemas fundamentales del país” –casi
estabilizado ya en la segunda posición, tras el paro-, según revelan cada mes las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre las percepciones de la
ciudadanía)… En efecto, a cualquier lado que miremos, la corrupción política parece crecer cual mala hierba que impide todo
atisbo de cosecha democrática… Lo público se pone, sin gran rubor, al
servicio de los intereses privados
destrozando paisajes, mutando leyes cuando es menester según la conveniencia de
los (verdaderos) poderes económicos, diezmando recursos físicos y humanos,
empobreciendo pueblos e imposibilitando la vida en el medio natural…
Y es que el discurso de los ajustes
urgentes e imprescindibles fue derivando prácticas, cuanto menos
paradójicas: mientras los causantes y propagadores del crack financiero recibían cuantiosas subvenciones de dinero público
para “salvar sus entidades” (que les permiten cobrar sueldos y primas
astronómicos), la ciudadanía de a pie
era vapuleada por el desempleo, las congelaciones y reducciones salariales,
la precarización laboral, la desregulación de la jornada, los avisos
de desahucio, el incremento de impuestos para la rentas del trabajo y la constante amenaza de ocaso del débil y
menoscabado bienestar público... La “refundación
del capitalismo” de la que todos los paladines del orden (bipartidista) establecido (de Sarkozy a Zapatero) hablaban
al principio de la crisis, parece
haber consistido simplemente en dejarlo campar a sus anchas, en la completa e
incondicional rendición de lo político
(los intereses públicos, el cuidado del
bien común) a lo económico (los intereses
privados, la multiplicación del beneficio particular a costa de lo que
sea)… Y los amos del mundo
parecen empeñados, en medio de una oleada ultraconservadora en la política mundial,
en que esa precarización de la vida no
tenga retorno, en que crezca o no el producto
interior bruto mundial las desigualdades se disparen, en que mientras las
cifras macroeconómicas repuntan la microeconomía cotidiana siga siendo cruel
para los más… Con ello, la crisis
económica va convirtiéndose (más allá de los menores o mayores repuntes) en
una verdadera crisis social en la
que, además de la división del planeta en Norte
(países económicamente desarrollados y subdesarrollantes) y Sur (países económicamente subdesarrollados
y desarrollantes), va extendiéndose en el propio mundo rico una inmensa bolsa de pobreza (eso que
eufemísticamente llamamos “cuarto mundo”)
que ya sólo puede sobrevivir de la limosna
pública (esos 400 euros mensuales que reciben las personas paradas cuyas
unidades familiares se han quedado ya sin ingreso alguno) o privada (comiendo en las Cocinas
Económicas o recibiendo asistencia del Banco de Alimentos, vistiéndose en los
roperos de Cáritas, durmiendo en los albergues para transeuntes,...). A su
lado, el patrimonio de apenas una docena de las mayores fortunas de España
bastaría para financiar todos los recortes que el gobierno ha hecho en los años
más crudos de la crisis... No es nuevo el fenómeno, ya Benito Pérez Galdós, el centenario
de cuya muerte será en 2020, lo retrataba con precisión en su Dinero, dinero, dinero (1865): «No es la Discordia, es la crisis. La crisis financiera, que
es la más terrible de las crisis. La pobreza, mas no de uno, sino de todos los
españoles, la bancarrota de una nación, la sublimidad del desfalco, el trueno
reducido a su más augusta expresión».
Hoy,
en cualquier caso, las políticas
neoliberales de ajuste se imponen en todo el viejo mundo económicamente desarrollado, mientras asistimos a
cierta emergencia económica de los países
que, precisamente, han abandonado tales políticas… Aunque frecuentemente
abortada por los intereses de los viejos poderes fácticos y el nuevo (des)orden económico mundial. Porque,
digámoslo ya, los recortes drásticos del
sector público, en realidad, se transforman rápidamente en disolución de derechos básicos como el acceso a la salud (ya con una disminución de la esperanza de vida en
España, para contento del FMI, por primera vez en décadas), a la educación (ya con miles de personas
excluidas de un sistema educativo en deterioro, por falta de apoyos o de
recursos a partir de recortes en dotaciones y becas), a la protección de la dependencia (ya casi paralizada por la
drástica reducción de recursos), a la
vivienda (ya con cientos de miles de familias desahuciadas por unos bancos
sostenidos con dinero público), al
trabajo (ya con un proceso de precarización galopante que convierte el
empleo digno en un artículo de lujo)... Y, en definitiva, en una privatización de los derechos (el que
quiera salud, educación, pensiones o atención a sus dependencias que se lo
compre en los mercados correspondientes,... si es que puede) que supone un proceso
planificado de precarización de la vida
para la inmensa mayoría de la población (abocada a la caridad cuando no puede acceder a esos mercados)... ¿Es aún
posible, aquí y ahora, y contando con la indefensión
aprendida por la ciudadanía del
presente, mantener un mínimo de cohesión
social?... ¿Es, en suma, posible hablar siquiera de paz social en medio de esta opresión
globalizada que dinamita cualquier atisbo
de bienestar universal y desanima el acceso a una participación democrática radicalmente ritualizada desde perspectivas
meramente procedimentales que ahogan la esencia misma de la llamada voluntad popular?.
Son
interrogantes que se perfilan ante una ciudadanía
atónita, porque, vista a pie de calle, ¿qué democracia es ésta en la que
los grandes especuladores son
“premiados” por los poderes públicos
(cada día con menos poder real) para compensar los descalabros de sus
ambiciones con el dinero de todos?, ¿qué democracia es ésta en la que el poder
real va ejerciéndose (cada día con menos tapujos) por los consejos de
administración de las grandes corporaciones económicas, totalmente ajenas a
cualquier atisbo de control popular?, ¿qué democracia es ésta en la que los
beneficios acumulados en los ciclos de bonanza económica revierten en los amos del mundo, mientras las menguas
económicas de las crisis las pagan sus nuevos
esclavos (o sea, todos)?, ¿qué democracia es ésta en la que la creciente desafección política (patente en la
indiferencia política de la juventud, en una abstención creciente y
frecuentemente mayoritaria, en la situación de la casta política como segundo o tercer gran problema del país en las
encuestas, etc.) no logra ni tan siquiera obstaculizar un poco, o hacer que por
lo menos se disimule, la obscena y onerosa dramaturgia
de unas instituciones políticas obsoletas, nada representativas (salvo en
el sentido más teatral del término) y totalmente inútiles, que viven inmersas
en un juego de apariencias al
servicio directo de los poderosos (a
los que llaman, eufemísticamente, mercados)?,
¿qué democracia es ésta que hace de la corrupción
el combustible y el lubricante necesarios para que funcionen los propios
motores y engranajes del sistema?... No
es, por supuesto, cuestión fácil responder a este tipo de preguntas; pero es un reto ineludible (aunque
la “intelectualidad integrada” lo eluda continuamente con actos de omisión
vergonzantes) para una filosofía política
del presente. ¿Se puede sostener un espectáculo
democrático vacío de poder como cortina de humo protectora del juego de
intereses de los verdaderos dueños del
mundo?... ¿Se debe aceptar, en suma, que “lo público” se vaya reduciendo cada vez más al sostenimiento de
unas élites políticas que, lejos de
representar al pueblo (o, tan siquiera, a sus votantes), actúan como casta que se autorreproduce al servicio del poder económico?.
Porque ésta, más que la meramente económica, es la verdadera corrupción de la democracia: el
planteamiento del sistema como un juego
de alternancias entre relatos (perfectamente compatibles, pero aparentemente
irreconciliables al manejar la exageración
de las diferencias en aras de la creación de una suerte de “antagonismo de los partidarios” como
patológico mecanismo de reducción de la
angustia social) sobre “el mejor de
los mundos posibles” por parte de una élites
políticas que sólo representan a los verdaderos poderes económicos (de los
que ejercen como más o menos disimulados testaferros), mientras la gestión política
es llevada a cabo por un alto funcionariado independiente de cualquier control
democrático… Algo de esto intuía ya la bicentenaria Concepción Arenal cuando
afirmaba que «la democracia, como
la aristocracia, como todas
las instituciones sociales, llama calumnias a las verdades que le dicen
sus enemigos y
justicia a las lisonjas de sus parciales» (La igualdad social y
política y sus relaciones con la libertad, 1898).
Evidentemente
el movimiento de los indignados (según
el título que recibiera del librito-llamada, Indignez-vous! -¡Indignaos!-, de Stéphane Hessel de 2010) que, especialmente en los años 2011
y 2012, mostró el hartazgo popular
extendiéndose por las calles y plazas de todo el mundo, desde el 15M
y la ocupación de la madrileña Plaza de Sol (junto a las más emblemáticas de cientos de ciudades españolas)
hasta Occupy Wall Street, pasando por
las cuarenta mil personas que el 29 de mayo de 2011 llenaron con sus quejas la
Plaza Syntagma de Atenas, fue la sacudida que situó en
primer plano la gran corrupción política,
no la del dinero público malversado y robado (que ya estaba en los medios),
sino la del robo de la propia democracia
a través de sufragios ritualizados
para alternar en el poder formal, en
una representación de teatro de sombras,
partidos políticos que actuarían (encubiertos, como decimos, por el patológico
síntoma de la “exageración de las diferencias”) como solidarios testaferrros de los intereses
del verdadero poder, el económico.
Su grito “¡No nos representan!” situó
en el debate público la crisis de las
democracias representativas en un mundo
globalizado que desplaza los centros de toma de decisión política
desde las instituciones gubernamentales de los Estados hacia los Consejos
de Administración de las grandes empresas transnacionales; y
supuso una verdadera deslegitimación de unas instituciones pseudodemocráticas
y, con ello, de sus instrumentos de
dominio (de los medios de comunicación social comprados por el propio poder
económico –para construir cosmovisiones e imaginarios colectivos que “naturalicen” el estado de cosas y
criminalicen cualquier alternativa-, al uso de las porras y las togas al servicio de normas como la nueva Ley de Seguridad Ciudadana española que
condenan y castigan toda disidencia y/o resistencia ante lo considerado
“políticamente correcto”)...
Ahora
bien, ¿cómo pasar de ese grito sabiamente deslegitimador al combate directo del
modelo elitista que caracteriza las democracias parlamentarias (y bipartidistas)
existentes sin caer en sus vicios internos (burocratización de procesos
selectivos ajenos al debate político como medio para la consagración de castas al servicio de lobbies) y externos (representación real de los intereses de
esos grupos de presión con olvido de
la ciudadanía de a pie)?... ¿Cómo encontrar una “filosofía a pie de calle”
(reclamada en un sentido originario, por ejemplo, por Marina Garcés desde su Filosofía
inacabada, 2015, que va ya abriendo ya un camino -Fuera de clase: Textos de
filosofía de guerrilla, 2016, o Nueva ilustración radical,
2017- en su intento de recuperar Un mundo común, 2013) capaz de
alentar el debate público en ese combate
redemocratizador?... En esa apuesta parecían estar nuevos partidos que, con
buenas –sorprendentes, a veces- expectativas electorales, se encuadraron, de
algún modo, en este fenómeno crítico de la escena política (buscando formas
para resetear el sistema, que dirían
Joan Subirats y Fernando Vallespín –España/Reset: herramientas para un cambio de
sistema, 2015-, aún cuando las posibilidades de que desde las
instituciones se pueda articular cambio radical alguno sean mínimas, como
argumenta lúcidamente Slavoj Žižek –Acontecimiento, 2014-), como SYRIZA (Coalición de la Izquierda Radical) en Grecia o Podemos en España?... Y la
evolución de las cosas parece dar la razón al mediático Žižek: ¿quiénes querrán,
podrán y sabrán siquiera contribuir a la necesaria y urgente reconstrucción participativa de la
democracia para convertirla en una “revolución ciudadana” que devuelva las
instituciones al eso que, tantas veces con descarada demagogia, se da en llamar
“pueblo” para que pueda manifestar y ejercer su voluntad de bien común?.
Porque
esa es la gran cuestión a la hora de plantearse cómo pueda hoy, aquí y ahora,
el pensamiento crítico enfrentarse a
esas prácticas políticas corruptas legitimadas por el multiforme eco del discurso único de la democracia elitista:
¿cómo traducir la desafección política generalizada
en impulso hacia otra concepción de la
gestión pública, hacia una participación efectiva, constante y exigente de
cada cual en lo que son asuntos de todos?...
Ya
el propio Pérez Galdós lo veía muy problemático en su tiempo, como muestra los
diálogos de los personajes de Cánovas (Episodios Nacionales, Quinta serie,
1912):
«- Segismundo: Los dos partidos que
se han concordado para turnarse pacíficamente en el poder son dos manadas de hombres que no aspiran más
que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los
mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta
infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando
todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no
harán más que burocracia pura,
caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia
práctica, y adelante con los farolitos... Si nada se puede esperar de las
turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria. ¿Crees
tú, Titilo, en la revolución?
- Titilo: Yo no -contesté resueltamente- No. No creo ni en los revolucionarios
de nuevo cuño ni en los antediluvianos [...] La España que aspira a un cambio
radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica
como la otra. Han de pasar años,
tal vez lustros, antes de que este régimen, atacado de tuberculosis ética, sea
sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental».
Nada nuevo bajo el sol… Porque,
en definitiva se trata de lo de siempre: ¿cómo renovar el anhelo que, en una
situación similar (que culminó con la condena y muerte de Sócrates), llevó
precisamente al mismísimo Platón (según confiesa en su Carta VII, 325d: «Al ver esto y al ver a los hombres que dirigían la
política, cuanto más consideraba yo las leyes y las costumbres, y más iba
avanzando en edad, tanto más difícil me fue pareciendo administrar bien los
asuntos del Entado. (...) La legislación y la moralidad estaban corrompidas
hasta tal punto que yo, lleno de ardor al principio para trabajar por el bien
público, considerando esta situación y de qué manera iba todo a la deriva,
acabé por quedar aturdido. (...) Finalmente llegué a comprender que todos los
Estados actuales están mal gobernados, pues su legislación es prácticamente
incurable sin unir unos preparativos enérgicos a unas circunstancias felices.
Entonces me sentí irresistiblemente
movido a dedicarme a la verdadera filosofía, y a proclamar que sólo con su luz
se puede reconocer dónde está la justicia en la vida pública y en la vida
privada. Así, pues, no acabarán los males para el ser humano hasta que llegue
la raza de los auténticos y puros filósofos al poder, hasta que los jefes de
las ciudades, por una especial gracia de la divinidad, no se pongan
verdaderamente a filosofar.» ) a “fundar” la filosofía?.
Todo ello será desarrollado por el propio coordinador del Foro, José Ignacio
Fernández del Castro, que, como siempre,
facilitará a las personas participantes un dossier con documentación
sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones
bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés). Tras su
intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre todas
las personas presentes. La sesión, qye se celebra en relación con el Día Internacional contra la Corrupción (9 de Diciembre), tendrá lugar en el Aula 3 de la Segunda Planta,
con asistencia libre.