jueves, 21 de febrero de 2019

EL CENTRO MUNICIPAL INTEGRADO DEL LLANO CONTINÚA LA PROGRAMACIÓN DEL PRIMER SEMESTRE DE 2019 DE SU FORO DE FILOSOFÍA POPULAR (26 DE FEBRERO) CON UNA REFLEXIÓN SOBRE LA FILOSOFÍA ANTE LAS DESIGUALDADES INJUSTAS AQUÍ Y AHORA (¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE JUSTICIA SOCIAL?)


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El Centro Municipal Integrado de El Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón) desarrollará el Martes, 26 de Febrero del 2019, a las 19’30 horas,  la sesión mensual del Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora” para continuar su programación del Primer Semestre de 2019 abordando el tema «La Filosofía ante las desigualdades injustas aquí y ahora: ¿De qué hablamos cuando hablamos de “justicia social”»... La sesión se plantea como reflexión general y concreta a partir de nuestras vivencias cotidianas de la injusticia social… Uno se levanta cada día, acaso maldiciendo su propia somnolencia (tras haberse pasado la noche anterior en embobado deleite ante el ascenso de la insignificancia, Castoriadis dixit, quintaesenciado en cualquier subproducto televisivo al uso) y las exigencias del curro (o la maldición del paro); escucha tal vez los gritos tempranos de la soledad desvariada de alguna vecina o vecino dependiente que apenas encuentran consuelo en una atención precaria (cuando no inexistente); baja a la calle y quizás encuentra algún “transeúnte menesteroso” durmiendo todavía  en algún banco (de los de madera) mientras otros “indigentes de caché” van despertando y desocupando los rincones más propicios al “descanso alternativo” (soportales, techumbres más o menos precarias o cajeros automáticos de los otros bancos –los que tanto nos animaron a “vivir por encima de nuestras posibilidades”-) envueltos en sus cobijas de cartón y con su exiguo equipaje de harapos como almohada; si tiene tiempo para tomarse un café, seguramente alguien, con el que nadie habla si no es para echarle con cajas destempladas del local (¡al fin y al cabo es una molestia, abstracta, que sólo se podrá convertir en una persona, concreta, a través de algún incidente o delito!), dejará junto a su taza una tarjeta presuntamente llena de penurias que no se molestará en leer; y, después de pelearse (calladamente) con el despotismo de sus jefes y de imponer (sonoramente) su “docto parecer” a sus subordinados, y/o tras enfrentarse gallardamente a los sinsentidos administrativos y los mantras evasivos de cualquier servicio de atención al cliente al uso, al regresar a casa se topará, mientras hace las últimas compras del día (o da un último paseo evasivo si no tiene dinero para ello), con una “mendicjdad de supermercado” luciendo su puesto preferente (acceso a algunas monedas de las vueltas, a algún producto de primera necesidad que lava “malas conciencias burguesas”, a alguna compensación por sujetar una mascota mientras sus dueñas y dueños se proyectan en el único acto donde sienten la verdadera posibilidad de mostrar sus “preferencias ciudadanas”, dentro de los límites de su economía: el consumo,…); y ya, al acercarse a su casa, se cruzará con varios seres, de sexos, edades y etnias diversas pero una común apariencia mísera, abriendo y revolviendo contenedores de basura (“a veces, con un poco de suerte, es posible encontrar algo de justicia en la basura”, El Roto dixit)… Son atisbos, ráfagas apenas, de esas injusticias cotidianas que el desarrollo tecnológico y todas sus proyecciones en Progreso social (con esa mayúscula que llena la boca de la casta política) no es capaz de atajar… Fenómenos patentes de una exclusión que sólo nos habla de la “naturalización” del estado de cosas (el caos de este mundo) que siempre beneficia a los (económicamente) poderosos, eso sí, más o menos (según las épocas) dispuestos a utilizar su “brazo amable” en una ayuda humanitaria, caridad pública o privada, que de paso coloque los excedentes (productivos y humanos –a través del llamado tercer sector-) del mundo rico en las zonas más devastadas del mundo pobre (apostando, así, por la posible generación de pequeños, pero nuevos, nichos de empleo para atender bolsas de consumo marginal y, sobre todo, para facilitar la ocultación, el “barrido debajo de las alfombras del sistema”, de una desigualdad lacerante e insoportable en la distribución de la riqueza y el bienestar)… En nuestro barrio, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades autónomas, en nuestros Estados, en nuestros marcos supranacionales… Y, sobre todo, en nuestro planeta.
Resultado de imagen de El Roto: derechos sociales como concesiones temporalesO sea, que, mientras los muchos se mueren de hambre (si logran sobrevivir a las guerras persecuciones, pandemias, explotaciones laborales y tantas formas de miserabilización que precarizan su vida) y los pocos se hastían en su propio despilfarro (fenómeno que ocurre, sí en el mundo, pero también en esta España de ese “bienestar” que ha renunciado a frenar el crecimiento de la desigualdad bajo las políticas de ajuste, también al lado de nuestra propia casa…), hasta la vieja Europa, cuna de las más bellas revoluciones, de los mejores valores, de las más asentadas democracias, restringe el derecho de libre circulación por el llamado “espacio Schengen” (mucho más por los países que están fuera del mismo) a cualquier avalancha de refugiados que se considere demasiado tumultuosa, por muy benemérita que pueda parecer su demanda de asilo (¡aunque, hipócritamente y con boca muy pequeña, dejen caer puyitas sobre la política nacionalista y neoproteccionista en lo exterior, sobre todo en materia de flujos humanos, con un ufano neoliberalismo en lo interior, del nuevo símbolo del poder en el mundo, Donald John Trump!)… Las presiones del refugio económico (exteropr o interior) ante este mundo profundamente injusto en el reparto de la riqueza,  desmienten ya, incluso en los países de mayor “tradición acogedora”, como Francia o Estados Unidos, la venerable placa de bronce que se añadió en 1903 a la neoyorkina Estatua de la Libertad (La Libertad Iluminando el Mundo, regalo del gobierno francés para conmemorar el centenario de la Declaración de Independencia norteamericana, diseñada por el escultor Frédéric Auguste Bartholdi con estructura interior del ingeniero Alexandre Gustave Eiffel, e inaugurada el 28 de Octubre de 1886) con el final del soneto, ya dirigido a Europa, de de Emma Lazarus: «"¡Guardaos, tierras antiguas, vuestra pompa legendaria!" grita ella./  "¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres./ Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad./ El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas./ Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades, a mí!./ ¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!"»... Un mensaje de esperanza (virtud, en el fondo, profundamente conservadora, pues sitúa cualquier posibilidad de cambio más allá de la propia voluntad y de la propia acción) que parece haber perdido todo sentido cuando ya nadie (y Trump menos que nadie, a no ser que lleguen con mucho dinero y muchos afanes de contribuir al negocio) parece estar dispuesto (en nombre del nuevo principio supremo de la seguridad) a abrir puertas, ni doradas ni herrumbrosas, ante quien busca simplemente una opción de vida mínimamente digna en este mundo... La dichosa crisis económica (más propiamente, estafa financiera global), lejos de los alientos iniciales de cambios en un sistema (ese capitalismo globalizador con su propensión especulativa convertida, mediante la llamada revolución de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en una insoportable financiarización de la economía mundial), parece claro que fue, es y será pagada, una vez más y de forma más escandalosa que nunca, por quienes nada han tenido que ver en su generación (aunque los gobiernos, en su papel de fieles testaferros del poder económico, los acusen, nos acusen, ahora de haber vivido “por encima de sus posibilidades”,; o sea, exactamente en las posibilidades que ellos mismos les/nos ofrecieron)... Los países económicamente desarrollados (y subdesarrollantes) del llamado Norte, mal que bien, atisban una salida afincada sobre las subvención de los grandes intereses económicos con dinero público, mientras los países económicamente subdesarrollados (y desarrollantes) del llamado Sur (incluyendo a algunos de los llamados emergentes) ven como se alejan las menguadas esperanzas contenidas en los Objetivos del Milenio… La lucha contra la pobreza y su erradicación en el mundo sufre, una vez más, nuevos aplazamientos, mientras los poderes reales se refocilan en políticas más refinadas (y excluyentes) para potenciar su propia seguridad física y económica. En tal afán, a nuestras autoridades (supuestos poderes públicos, siempre al servicio, en realidad, de los amos del mundo) no les temblará el pulso a la hora de meternos en vereda, para hacernos más fuertes en el sufrimiento creciente, para rebajar los humos de nuestros pretendidos derechos (por mucho que estén recogidos en la “Santa Constitución”, de la que ya sólo interesan los compromisos de déficit)... Vamos, todas esas cosas que se hacen por nuestro bien: quitarnos dinero, quitarnos la vivienda, quitarnos un poquito de salud y educación cada día, quitarnos atención a nuestras dependencias; quitarnos, en fin, un poquito de vida... ¡Loable empeño que, sin duda, hará a quienes logren sobrevivir mucho más resistentes ante la adversidad!. Y lo que vemos, como decíamos, cada día en las calles, esa desigualdad que aumenta, se refleja escandalosamente en las estadísticas: durante la crisis el único sector del comercio que aumentó en volumen de negocio y beneficios fue el del consumo de productos de lujo; la riqueza de la mitad de la población mundial con menor renta descendió entre 2010 y 2015 en un billón de dólares (¡un decremento del 38%!) mientras la población mundial crecía en 400 millones de personas y la renta total de esa mitad más pobre, 1’76 billones de dólares, era la misma que poseían las 62 personas (53 hombres y 9 mujeres) más ricas del mundo (que la habían aumentado, en el mismo periodo, en 500.000 millones de dólares) según datos recogidos por el informe de Oxfam Una economía al servicio del 1% (2016)… En España, según la misma organización en su informe ¿Realidad o ficción?: La recuperación económica, en manos de una minoría (2018), escrito por José Moisés Martín Carretero, los datos, incluso incluyendo el inicio de la supuesta recuperación, son mucho más crueles: el 1% más rico de la población concentra la cuarta parte (25’1% exactamente) de la riqueza, que es poco menos que la que tiene el 70% más pobre (con un 32’1% de la riqueza total), y el 10% más rico de la población española acumularía más de la mitad de la riqueza total (exactamente el 53’8%), es decir más que el 90% restante de la ciudadanía… Y la mentada recuperación (que tanto se airea desde los datos macroeconómicos) sólo ha servido para aumentar esas desigualdades, pues su aún breve arranque ha hecho que las rentas de la población más rica crezcan cuatro veces más que las de la población más pobre.
Imagen relacionadaNo deja de resultar curioso, en cualquier caso, el empecinamiento europeo en esa teología del ajuste y el recorte precisamente ahora, cuando hasta sus viejos valedores, como el nada revolucionario Fondo Monetario Internacional o las autoridades económicas norteamericanas del recién terminado mandato de Barack Hussein Obama (con la Presidenta del Sistema de la Reserva Federal, Janet Yellen, y el Presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, Jason Furman, a la cabeza) se persuaden ya, tras su larga experiencia de décadas condenando a países latinoamericanos y africanos a la quiebra, de que, sólo con recortes y sin inversión pública que anime la economía, cualquier conato de recuperación económica es inviable. De hecho, hasta ayer mismo (pongamos finales de 2016), con políticas económicas expansivas, la economía norteamericana estaba creciendo un 4’2% frente al crecimiento nulo de la eurozona de los ajustes (o del 0’2% del Producto Interior Bruto si consideramos la Unión Europea en su conjunto).
Pero, además, el propio tratamiento, por ejemplo, de la educación o la salud como un medio para fines externos a la propia ciudadanía que recibe (o no) los servicios que las articulan (fines como el desarrollo económico, la mejora de la competitividad de las industrias nacionales, la constitución de una oferta adecuada y flexible ante las demandas cambiantes del mercado laboral, el mantenimiento de la primacía de determinados colectivos frente a otros, o cualesquiera otros de esos que tan gratos resultan hoy a las bocas y oídos neoliberales), constituye, en la práctica, su negación como derechos, y su conversión en bienes en el mercado; porque convierten, en definitiva, el nivel de acceso posible de cada cual a las prestaciones educativas y sanitarias en un bien patrimonial más que se añade a sus posesiones (vivienda, electrodomésticos o vehículo) como símbolo de status Y es por ello que las tensiones privatizadoras que sufren estos derechos básicos marcan, en primer lugar, el camino hacia su disolución como tales, y, por añadidura, son un signo palmario de la ínfima calidad democrática de nuestros sistemas políticos al sustentarse de los discursos que sitúan el desarrollo en la aplicación de los derechos humanos (en sus tres generaciones: derechos civiles y políticos, derechos sociales y laborales y derechos relativos a la paz y el medio ambiente) a las legislaciones nacionales como una suerte (o desgracia) de lastre para la “viabilidad (económica) del mundo”, de “carga insoportable para una sociedad”, de “rémora para el desarrollo económico” (FMI dixit). Un discurso y unas prácticas sociopolíticas, en fin, que miserabilizan colectivos (por motivos de origen geográfico o étnico, de género u opción sexual, de edad escasa o excesiva,…)  y precarizan la vida hasta asentar el sistema sobre una verdadera opresión globalizada.
Resultado de imagen de El Roto: dun poco de justicia en la basuraAsí lo muestran en suma las políticas neoliberales de ajuste que imponen, en todo el viejo mundo económicamente desarrollado, recortes drásticos del sector público que, en realidad, se transforman rápidamente (como transferencia neta de “negocio” a los mercados) en disolución de derechos básicos como el acceso a la salud (ya con datos que auguran una disminución de la esperanza de vida en España), a la educación (ya con miles de personas excluidas de un sistema educativo público en franco deterioro, por falta de apoyos o de recursos a partir de recortes en dotaciones de personal, recursos y becas), a la protección de la dependencia (ya casi paralizada por la drástica reducción de recursos), a la vivienda (ya con cientos de miles de familias desahuciadas por unos bancos “reflotados” con dinero público), al trabajo (ya con un proceso de precarización galopante que convierte el empleo digno en un artículo de lujo)... Y, en definitiva, en una privatización de los derechos (quienes quieran salud, educación, pensiones o atención a sus dependencias que se las compren en los mercados correspondientes,... ¡si es que pueden!) que supone un proceso planificado de precarización de la vida para la inmensa mayoría de la población (abocada a la caridad o la beneficencia cuando no puede acceder a esos mercados)... ¿Es aún posible, aquí y ahora, y contando con la indefensión aprendida por la ciudadanía del presente, mantener un mínimo de cohesión social para frenar esa auténtica ruptura de cualquier vestigio de pacto social?... ¿Es posible hablar siquiera de seguridad o de paz social en medio de esta opresión globalizada que dinamita cualquier atisbo de bienestar universal?.
Resultado de imagen de El Roto: justicia socialEvidentemente, resulta necesario y hasta urgente derivar estos interrogantes hacia una reflexión compartida, hacia un debate público sobre la moralidad y viabilidad humana de sus consecuencias políticas y sociales (más allá del mero cálculo económico, porque, como diría Antonio Machado –“Proverbios y cantares, LXVIII”, en Nuevas canciones, 1917-1930, edición de 1936-, “Todo necio / confunde valor y precio”), intentando alumbrar algunas vías de resistencia posible ante las mismas (desde esa solidaridad entre iguales, que tanto ha florecido y en tantas formas ante la crisis/estafa, hasta la exigencias políticas como un salario social o una renta básica ajenos a cualquier tipo de condicionantes que criminalicen a los perceptores, situándose en el impulso hacia su universalización en tiempos que anuncian El fin del trabajo en el sentido que ya apuntaba Jeremy Rifkin en 1995 -The End of Work. The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market Era-). Pero, por otra parte, la disolución del viejo conflicto Este/Oeste ha dejado expedito el camino hacia el poder real (y hacia los imaginarios colectivos que deriva) al neoliberalismo rampante, que, con su “discurso único” trata de legitimar las políticas de ajuste estructural  (en realidad, la transferencia al sector privado de toda actividad susceptible de ser convertida en negocio, bajo el principio de “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas”, ya sea mediante la acción  residual de los Estados, cuando se trata de empresas o entidades financieras que ven frustrado su “afán emprendedor”, o, cada vez con mayor frecuencia e intensidad, de la mera solidaridad colectiva, cuando se trata de personas que ven precarizada su vida) que vienen imponiendo de hecho, en lo global y en lo local, actos y prácticas que suponen la quiebra evidente del principio de libertad a favor del “imperio del más fuerte”, o del principio de solidaridad como muestra la actitud de los gobiernos europeos ante los flujos de personas que huyen de la situación provocada en Oriente Próximo y Medio, ¡no digamos ya del principio de igualdad, con el ufano desmantelamiento efectivo de los incipientes Estados del bienestar!... Un verdadero motor de generación constante de “bolsas de exclusión social” en nuestras sociedades que, integradas en el llamado “cuarto mundo” (el tercer mundo dentro del primero) son abandonadas a su suerte por el Estado o dejadas en manos de lo que Pierre Bordieu, en Contrafuegos: Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal -1999-, llamaba “profesionales del dolor”: desde trabajadores sociales (y, por supuesto, ese tercer sector de “profesionales de la ayuda no lucrativa”) a jueces de primera instancia, pasando por el profesorado, que, vaciados de cualquier recurso y estímulo emancipador, en su trabajo con esos colectivos vulnerables (y vulnerados) sólo pueden ofrecer su propio dolor como respuestaPorque, además, todo esto sucede, claro está, en plena crisis del concepto y práctica del Estado-nación, ya sin verdadera capacidad (o haciendo dejación de ella) para administrar con la más mínima autonomía su territorio al estar en cuestión las propias ideas de Estado de Derecho, Estado Social de Derecho y el marco moderno de relaciones internacionales.
Imagen relacionadaEn definitiva que, en un mundo simbólica y mediáticamente interconectado, las inmensas mayorías de personas desahuciadas de todo apenas pueden soportar por más tiempo la ufana opulencia de los amos del mundo… Una situación para la que la supuesta necesidad de (re)educación en valores (abstractos) de tolerancia o solidaridad no es más que la perpetuación (muchas veces bienintencionada) de enfoques (una suerte de beneficencia o caridad secularizadas) que apuntalan las necesidades estructurales del sistema de desarrollo económico neoliberal, que, por ejemplo, pasa del concepto “Europa fortaleza” a replantearse una “gestión de los flujos migratorios” (no, desde luego, al debate sobre el reconocimiento universal de la libertad de tránsito y asentamiento de las personas –tal y como “generosamente” hace con los capitales-) ante las necesidades acuciantes de mano de obra de baja cualificación derivadas de sus bajos índices de natalidad y el envejecimiento de su población (que cierra el círculo de nuevas necesidades de mano de obra para trabajos asistenciales “de bajo estatus”)
Resultado de imagen de Forges: justicia social¿Cabe pues, aquí y ahora, en estas sociedades complejas, el ensayo de soluciones simples (como la exclusión y control manu militari de los excluídos) o los ejercicios de “lavado de caras y conciencias” en el discurso que apuntala imaginarios políticamente correctos, para los conflictos derivados del injustamente desigual reparto de la riqueza?...  La tentación excluyente en un mundo globalizado e interconectado parece vana y absurda, pues, entre otras cosas, exigirá el continuo refuerzo de esa manu militari, el permanente levantamiento de vallas y muros más y más altos (en México como en Melilla), para, ante la radicalización creciente de la opresión globalizada, resistir los inevitables brotes de insumisión de los nuevos parias (aquellos a los que, hace poco más de un siglo, abría sus brazos la neoyorquina Estatua de la Libertad, tratados hoy ya como meros “excedentes humanos”), ya sin nada que perder… ¿Cómo frenar sus urgencias por “buscarse la vida” allí donde estimen que pueden encontrarla más llevadera?... ¿no es más sostenible, a medio y largo plazo, el ensayo de respuestas que, partiendo del (re)conocimiento de los procesos de exclusión, de su contexto y de nuestras responsabilidades, apuesten por la creación de las condiciones objetivas para frenarlos (con el reconocimiento del derecho a la vida, con todas las consecuencias inherentes a la mera condición de ser humano implantado en el mundo, a través de políticas públicas inclusivas de capacitación,…) y compensarlos cuando se produzcan (con garantía de mínimos vitales) para posibilitar la convivencia simétrica a partir de la voluntad de enfrentarse colectivamente al propio conflicto?... Desde luego, el reparto actual del poder material lo torna casi utópico, pero la alternativa, lo que está ocurriendo porque así se está haciendo, lo que vemos y sentimos a nuestro paso (si resistimos la tentación de forzar una tortícolis de tanto mirar continuamente para otro lado), resulta ya insoportable… Y, muy probablemente, temerario y dramático.
Resultado de imagen de Forges: justicia socialO dicho de otro modo, ¿cómo avanzar hacia unas verdaderas condiciones de posibilidad de erradicación universal de la desigualdad injusta como prioridad sin menguas ni aplazamientos?, ¿es posible aún, aquí y ahora, una auténtica política mundial (europea, nacional, local) dirigida hacia la redistribución justa, equitativa y segura de la riqueza?... Porque, a fin de cuentas, de eso hablamos cuando hablamos de justicia social.
Resultado de imagen de Forges: justicia socialTodo ello será introducido y desarrollado, en sus aspectos conceptuales básicos (relativos, muy especialmente, a las desigualdades injustas en la distribución de la riqueza, el acceso a las ayudas a la dependencia, el salario social, la vivienda, la salud, la educación, etc., por el propio coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro, tras cuya intervención (e, incluso, durante la misma) se establecerá un debate general entre todas las personas asistentes.  Como siempre, se facilitará a dichas personas documentación sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés), en un dossier elaborado por el coordinador del Foro. La sesión se celebra en relación con el Día Mundial de la Justicia Social (20 de Febrero) y tendrá lugar en el Aula 3 de la Segunda Planta, con asistencia libre.

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