lunes, 8 de agosto de 2016

Pensamiento del día, 8-8-2016



«El materialismo filosófico –tal como aquí se intenta bosquejar-brotó de la sabiduría crítica, a la vez ideal y real (la “reforma del entendimiento”). Es precisamente en una sociedad en la que las bases del Socialismo han sido bien cimentadas donde la formación filosófica resulta ser indispensable –para decirlo con Hegel (aunque con un contenido por completo no hegeliano)- no como ocupación arbitraria de unos hombres privilegiados, sino como obligación del Estado, como parte integrante de la educación civil. Es cierto que en tal Sociedad, la Filosofía académica –los profesores de Filosofía- se convertirían paulatinamente en algo así como funcionarios del Estado. Pero si es ridículo que Sócrates sea funcionario de un Estado explotador, es necesario que una Sociedad socialista posea como funcionario, no ya a un Sócrates único, irrepetible, individual, sino a centenares de Sócrates que constituirán el núcleo del verdadero “poder espiritual” de la Sociedad socialista.»
 Resultado de imagen de Gustavo Bueno
 (Gustavo BUENO MARTÍNEZ; Santo Domingo de la Calzada, La Rioja, 1 de septiembre de 1924- Niembro, Llanes, Asturias, 7 de agosto de 2016.  
Ensayo sobre las categorías de la economía política, 1972: 187..)



Resultado de imagen de Gustavo Bueno Sacudido aún, entre la tristeza  y un leve hálito, por la muerte de la persona de Gustavo Bueno Martínez me hago el propósito de dedicar un buen número de estas apuradas glosas a diversos párrafos de su obra… Digo tristeza por lo biológicamente inevitable (nacemos para morir, había completado –por encima incluso de la esperanza de vida de los varones hispanos- una existencia larga y pródiga en frutos, y demás tópicos tan gratos a los especialistas en ritos mortuorios) que corta la posibilidad de “seguir pensando” a quien fuera el pilar básico de mi heterodoxa condición intelectual… Digo leve hálito por el reconfortante romanticismo final de una muerte sucesiva (apenas un par de días después) a la de su eterna compañera, Carmen Sánchez Revilla; una contigüidad temporal en el adiós que no hace sino confirmar esa entrega paciente y amorosa de sus largos paseos recientes por las cercanías de su residencia ovetense siempre cogidos de una mano y rebosantes de cariño más allá de la silla de ruedas y el silencio a los que Carmen se había visto condenada por un ictus.



Don Gustavo (pocas veces tan merecido el Don) era, frente a cierta imagen pública airada y un tanto cascarrabias, una persona afable en el trato cercano (o, al menos, siempre lo fue así conmigo, tanto en los tres años que me dio clases como en distintos eventos en los que, de una u otra forma, coincidimos), pero claro, esa no es la cuestión… La cuestión es que su inmensa figura intelectual se halla deteriorada por un cierto abandono de los grandes temas filosóficos (incluyendo la culminación de una iniciada revisión completa de la teoría del cierre categorial) en la continua disputa mediática sobre la mera actualidad en la que, si bien siempre ponía en juego buena parte de su sistema en un buen número de ideas críticas y originales, se acababa perdiendo su desbordante talento y erudición en batallas estériles de corte (a veces, sonrojantemente) ideológico al servicio de intereses poco confesables de sus círculos próximos. Porque, digámoslo ya, el gran valor de Bueno es que, en su voluntad de modernidad frente a la postmodernidad que fue gestándose tras las filosofías de las sospecha, constituyó el último gran sistema de filosofía a partir de una rigurosa base ontológica (Ensayos materialistas, 1972) y gnoseológica (la citada teoría del cierre categorial que desarrollada primero en una investigación auspiciada por la Fundación Juan March, aparecería luego sintetizada en La idea de ciencia desde la teoría del cierre categorial, a partir de un curso impartido en la Universidad Menéndez Pelayo en 1977, y finalmente, sólo en una tercera parte, en una pretendida “revisión definitiva” en la Editorial Pentalfa en 1993)… A partir de ahí, su sistema le permite un diálogo permanente con la historia de la filosofía capaz de reorganizarla desde una Filosofía de la Historia (apuntada ya en La metafísica presocrática (1975) para posibilitar una filosofía práctica llena de vigor y precisión (Ensayo sobre las categorías de la economía política, 1972; Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas, 1991; o El sentido de la vida: Seis lecturas de filosofía moral, 1996), y realizar análisis críticos del campo de la etnología (Etnología y utopía, 1982) la religión (El animal divino, 1985) o la mismísima cultura (El mito de la cultura: Ensayo de una teoría materialista de la cultura, 1997).



Figura gigantesca la que nos ha dejado, pues, en estos tiempos que Cornelius Castoriadis definió con tanta precisión como de “ascenso de la insignificancia” (Encrucijadas del laberinto IV: El ascenso de la insignificancia, 1998)… Y elijo para iniciar estas glosas un texto de uno de sus primeros libros (que me regalaron en mi cumpleaños de 1984 unos colegas estudiantes, que nos autodefiníamos con un poco de retranca y juvenil sarcasmo como “El Redondel de Oviedo”, con una dedicatoria de un supuesto diálogo entre el maestro y yo reformulado a partir de El Banquete y otras obras platónicas), que finaliza precisamente con una firme declaración de la voluntad de poner la filosofía, en cuanto pensamiento crítico, al servicio de un Estado capaz de articularse contra la explotación y en aras de una igualdad material.



Resultado de imagen de Gustavo Bueno habla en público¿Resulta curioso releerlo ahora?... Acaso no tanto, porque, si bien es cierto que recientes derivas ideológicas han dilapidado buena parte de lo más florido de su descendencia intelectual, ese latido permanece en una parte importante de la misma… Aunque no siempre, por desgracia, dentro de los muros de su Fundación.



Nacho Fernández del Castro, 8 de Agosto de 2016

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