
El
Centro Municipal Integrado de El
Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón), en su sesión del mes de Diciembre-2017 (Martes, 19, a las 19’30
horas), del Foro Filosófico
Popular “Pensando aquí y ahora”
abordará el tema «La filosofía ante la corrupción que no cesa aquí
y ahora: De la “democracia elitista” como alternancia de “relatos sobre la
perversión del sistema”?».
La sesión se plantea como reflexión general y concreta que, partiendo de la vivencia
inequívoca, presente cada día en todos los medios
de comunicación social, de un cierto
“hedor a corrupción política” al que,
por desgracia, parece que nos vamos acostumbrando y que, en cualquier caso,
pone en solfa y bajo sospecha, ante la ciudadanía, toda dedicación voluntaria a los asuntos públicos (hasta convertir, por
ejemplo, a todo concejal de Urbanismo en probable corrupto; o, en general, a
las propias personas que a ellos se dedican en uno de los “problemas fundamentales del país” -entre el segundo y el quinto,
en función del momento-, según
revelan mes tras mes las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas
sobre las percepciones de la ciudadanía)… En efecto, a cualquier lado que
miremos, la corrupción política parece
crecer cual mala hierba que impide todo atisbo de cosecha democrática… Lo
público se pone, sin gran rubor, al servicio de los intereses privados destrozando paisajes, mutando leyes cuando es
menester según la conveniencia de los (verdaderos) poderes económicos,
diezmando recursos físicos y humanos, empobreciendo pueblos e imposibilitando
la vida en el medio natural…
Y es que el discurso de los ajustes
urgentes e imprescindibles deriva prácticas, cuanto menos paradójicas:
mientras los causantes y propagadores del crack
financiero reciben cuantiosas subvenciones de dinero público para “salvar
sus entidades” (que les permiten cobrar sueldos y primas astronómicos), la ciudadanía de a pie es vapuleada por el desempleo, las congelaciones y reducciones salariales, la precarización laboral, la desregulación
de la jornada, los avisos de desahucio,
el incremento de impuestos para la rentas
del trabajo y la constante amenaza de
ocaso del débil y menoscabado bienestar público... La “refundación del capitalismo” de la que todos los paladines del orden (bipartidista) establecido (de
Sarkozy a Zapatero) hablaban al principio de la crisis, parece haber consistido simplemente en dejarlo campar a sus
anchas, en la completa e incondicional rendición
de lo político (los intereses públicos,
el cuidado del bien común) a lo económico (los intereses privados, la multiplicación del beneficio particular
a costa de lo que sea). Con ello, la crisis
económica va convirtiéndose (más allá de los menores o mayores repuntes) en
una verdadera crisis social en la que,
además de la división del planeta en Norte
(países económicamente desarrollados y subdesarrollantes) y Sur (países económicamente subdesarrollados
y desarrollantes), va extendiéndose en el propio mundo rico una inmensa bolsa de pobreza (eso que
eufemísticamente llamamos “cuarto mundo”)
que ya sólo puede sobrevivir de la limosna
pública (esos 400 euros mensuales que reciben las personas paradas cuyas
unidades familiares se han quedado ya sin ingreso alguno) o privada (comiendo en las Cocinas
Económicas o recibiendo asistencia del Banco de Alimentos, vistiéndose en los
roperos de Cáritas, durmiendo en los albergues para transeuntes,...). A su
lado, el patrimonio de apenas una docena de las mayores fortunas de España
bastaría para financiar todos los recortes que el gobierno ha hecho en los años
más crudos de la crisis...
Y
es que las políticas neoliberales de
ajuste se imponen en todo el viejo
mundo económicamente desarrollado, mientras asistimos a la emergencia económica de los países que,
precisamente, han abandonado tales políticas… Porque, digámoslo ya, los recortes drásticos del sector público,
en realidad, se transforman rápidamente en disolución de derechos básicos como el acceso
a la salud (ya con una disminución de
la esperanza de vida en España, para contento del FMI, por primera vez en
décadas), a la educación (ya con
miles de personas excluídas de un sistema educativo en deterioro, por falta de
apoyos o de recursos a partir de recortes en dotaciones y becas), a la protección de la dependencia (ya
casi paralizada por la drástica reducción de recursos), a la vivienda (ya con cientos de miles de familias desahuciadas por
unos bancos sostenidos con dinero público), al
trabajo (ya con un proceso de precarización galopante que convierte el
empleo digno en un artículo de lujo)... Y, en definitiva, en una privatización de los derechos (el que
quiera salud, educación, pensiones o atención a sus dependencias que se lo
compre en los mercados correspondientes,... si es que puede) que supone un
proceso planificado de precarización de
la vida para la inmensa mayoría de la población (abocada a la caridad cuando no puede acceder a esos
mercados)... ¿Es aún posible, aquí y ahora, y contando con la indefensión aprendida por la ciudadanía del presente, mantener un
mínimo de cohesión social?... ¿Es, en
suma, posible hablar siquiera de paz
social en medio de esta opresión
globalizada que dinamita cualquier atisbo
de bienestar universal?.
Son
interrogantes que se perfilan ante una ciudadanía
atónita, porque, vista a pie de calle, ¿qué democracia es ésta en la que los grandes especuladores son “premiados”
por los poderes públicos (cada día
con menos poder real) para compensar los descalabros de sus ambiciones con el
dinero de todos?, ¿qué democracia es ésta en la que el poder real va
ejerciéndose (cada día con menos tapujos) por los consejos de administración de
las grandes corporaciones económicas, totalmente ajenas a cualquier atisbo de
control popular?, ¿qué democracia es ésta en la que los beneficios acumulados
en los ciclos de bonanza económica revierten en los amos del mundo, mientras las menguas económicas de las crisis las
pagan sus nuevos esclavos (o sea,
todos)?, ¿qué democracia es ésta en la que la creciente desafección política (patente en la indiferencia política de la
juventud, en una abstención creciente y frecuentemente mayoritaria, en la
situación de la casta política como
tercer gran problema del país en las encuestas, etc.) no logra ni tan siquiera
obstaculizar un poco, o hacer que por lo menos se disimule, la obscena y
onerosa dramaturgia de unas instituciones
políticas obsoletas, nada representativas (salvo en el sentido más teatral
del término) y totalmente inútiles, que viven inmersas en un juego de apariencias al servicio directo
de los poderosos (a los que llaman,
eufemísticamente, mercados)?, ¿qué
democracia es ésta que hace de la corrupción
el combustible y el lubricante necesarios para que funcionen sus propios
motores y engranajes?... No es, por
supuesto, cuestión fácil responder a este tipo de preguntas; pero es un reto ineludible (aunque
la “intelectualidad integrada” lo eluda continuamente con actos de omisión
vergonzantes) para una filosofía política
del presente. ¿Se puede sostener un espectáculo
democrático vacío de poder como cortina de humo protectora del juego de
intereses de los verdaderos dueños del
mundo?... ¿Se debe aceptar, en suma, que “lo público” se vaya reduciendo cada vez más al sostenimiento de
unas élites políticas que, lejos de
representar al pueblo (o, tan siquiera, a sus votantes), actúan como casta que se autorreproduce al servicio del poder económico?.
Porque ésta, más que la meramente económica, es la verdadera corrupción de la democracia: el planteamiento
del sistema como un juego de alternancias
entre relatos (perfectamente compatibles, pero aparentemente
irreconciliables al manejar la exageración
de las diferencias en aras de la creación de una suerte de “antagonismo de los partidarios” como
patológico mecanismo de recucción de la
angustia social) sobre “el mejor de
los mundos posibles” por parte de una élites
políticas que sólo representan a los verdaderos poderes económicos (de los
que ejercen como más o menos disimulados testaferros), no a las bases de sus
partidos ni a sus votantes, mientras la gestión política es llevada a cabo por
un alto funcionariado independiente de cualquier control democrático.
Evidentemente
el movimiento de los indignados (según
el título que recibiera del librito-llamada, Indignez-vous! -¡Indignaos!-, de Stéphane Hessel de 2010) que,
especialmente en los años 2011 y 2012, mostró el hartazgo popular extendiéndose por las calles y plazas de todo el
mundo, desde el 15M y la ocupación de la madrileña Plaza de Sol (junto a las más emblemáticas de cientos de ciudades españolas)
hasta Occupy Wall Street, pasando por
las cuarenta mil personas que el 29 de mayo de 2011 llenaron con sus quejas la
Plaza Syntagma de Atenas, fue la sacudida que situó en
primer plano la gran corrupción política,
no la del dinero público malversado y robado (que ya estaba en los medios),
sino la del robo de la propia democracia
a través de sufragios ritualizados
para alternar en el poder formal, en
una representación de teatro de sombras,
partidos políticos que actuarían (encubiertos, como decimos, por el patológico
síntoma de la “exageración de las diferencias”) como solidarios testaferrros de los intereses
del verdadero poder, el económico.
Su grito “¡No nos representan!” situó
en el debate público la crisis de las
democracias representativas en un mundo
globalizado que desplaza los centros de toma de decisión política
desde las instituciones gubernamentales de los Estados hacia los Consejos
de Administración de las grandes empresas transnacionales; y
supuso una verdadera deslegitimación de unas instituciones pseudodemocráticas
y, con ello, de sus instrumentos de
dominio (de los medios de comunicación social comprados por el propio poder
económico –para construir cosmovisiones e imaginarios colectivos que “naturalicen” el estado de cosas y
criminalicen cualquier alternativa-, al uso de las porras y las togas al servicio de normas como la nueva Ley de Seguridad Ciudadana española que
condenan y castigan toda disidencia y/o resistencia ante lo considerado
“políticamente correcto”)...
Ahora
bien, ¿cómo pasar de ese grito sabiamente deslegitimador al combate directo del
modelo elitista que caracteriza las democracias parlamentarias (y bipartidistas)
existentes sin caer en sus vicios internos (burocratización de procesos
selectivos ajenos al debate político como medio para la consagración de castas al servicio de lobbies) y externos (representación real de los intereses de
esos grupos de presión con olvido de
la ciudadanía de a pie)?... ¿Cómo encontrar una “filosofía a pie de calle”
(reclamada en un sentido originario, por ejemplo, por Marina Garcés desde su Filosofía
inacabada, 2015, que va ya abriendo ya un camino -Fuera de clase: Textos de
filosofía de guerrilla, 2016, o Nueva ilustración radical,
2017- en su intento de recuperar Un mundo común, 2013) capaz de
alentar el debate público en ese combate
redemocratizador?... En esa apuesta parecían estar nuevos partidos que, con
buenas –sorprendentes, a veces- expectativas electorales, se encuadraron, de
algún modo, en este fenómeno crítico de la escena política (buscando formas
para resetear el sistema, que dirían
Joan Subirats y Fernando Vallespín –España/Reset: herramientas para un cambio de
sistema, 2015-, aún cuando las posibilidades de que desde las
instituciones se pueda articular cambio radical alguno sean mínimas, como
argumenta lúcidamente Slavoj Žižek –Acontecimiento, 2014-), como SYRIZA (Coalición de la Izquierda Radical) en Grecia o Podemos en España?... Y la
evolución de las cosas parece dar la razón al mediático Žižek: ¿quiénes querrán,
podrán y sabrán siquiera contribuir a la necesaria y urgente reconstrucción participativa de la
democracia para convertirla en una “revolución ciudadana” que devuelva las
instituciones al eso que, tantas veces con descarada demagogia, se da en llamar
“pueblo” para que pueda manifestar y ejercer su voluntad de bien común?.
Porque
esa es la gran cuestión a la hora de plantearse cómo pueda hoy, aquí y ahora,
el pensamiento crítico enfrentarse a
esas prácticas políticas corruptas legitimadas por el multiforme eco del discurso único de la democracia elitista?,
¿cómo traducir la desafección política
generalizada en impulso hacia otra concepción
de la gestión pública, hacia una participación efectiva, constante y
exigente de cada cual en lo que son asuntos de todos?... ¿Cómo renovar, en
suma, el anhelo que, en una situación similar (que culminó con la condena y
muerte de Sócrates), llevó precisamente al mismísimo Platón (según confiesa en
su Carta
VII,
325d: «Al ver esto y al ver a los
hombres que dirigían la política, cuanto más consideraba yo las leyes y las
costumbres, y más iba avanzando en edad, tanto más difícil me fue pareciendo
administrar bien los asuntos del Entado. (...) La legislación y la moralidad
estaban corrompidas hasta tal punto que yo, lleno de ardor al principio para
trabajar por el bien público, considerando esta situación y de qué manera iba
todo a la deriva, acabé por quedar aturdido. (...) Finalmente llegué a
comprender que todos los Estados actuales están mal gobernados, pues su
legislación es prácticamente incurable sin unir unos preparativos enérgicos a
unas circunstancias felices. Entonces me sentí
irresistiblemente movido a dedicarme a la verdadera filosofía, y a
proclamar que sólo con su luz se puede reconocer dónde está la justicia en la
vida pública y en la vida privada. Así, pues, no acabarán los males para el ser
humano hasta que llegue la raza de los auténticos y puros filósofos al poder,
hasta que los jefes de las ciudades, por una especial gracia de la divinidad,
no se pongan verdaderamente a filosofar.» ) a “fundar” la filosofía?.
Todo ello será
desarrollado por el propio coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro, que, como siempre,
facilitará a las personas participantes un dossier con documentación
sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones
bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés). Tras su
intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre todas
las personas presentes. La sesión, qye se celebra en relación con el Día Internacional contra la Corrupción (9 de Diciembre), tendrá lugar en el Aula 3 de la Segunda
Planta, con asistencia libre.
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