«Cuando entraron los nacionales, en venganza,
fusilaron más de un ciento entre hombres y mujeres. Los formaron en la Plaza del Caudillo y se los
llevaron andando hasta el cementerio.
Allí
les hicieron cavar dos fosas mientras don Dámaso les daba la absolución. A unos
les dieron a comer sopas de pan y ricino. Y se iban por las piernas abajo, con
perdón. A las mujeres les cortaron el pelo al cero, pero les dejaron un mechón
largo, igualito que las colas de las mulas, y les pusieron un lazo con la
bandera monárquica. Se tenían que presentar en el cuartelillo, para luego ir a
barrer las calles del pueblo. Por los dos lados se hicieron cosas malas.»
(Armando LÓPEZ
SALINAS; Madrid, 31 de octubre de 1925 - 25 de marzo de 2014. Aída López a Matías en
La Mina, 2013 –primera edición completa que incluye los
párrafos censurados en las cinco ediciones publicadas entre 1961 y 1984-.)
Uno no puede ser equidistante ante el oprobio
ejercido por el más fuerte frente la rebeldía y resistencia más o menos violentas
del más débil, cuando aquél se hace
consciente de esa fuerza y la usa sin límites contra éste con voluntad
inequívoca de generar sumisión bajo
el lema “silencio o muerte”... Y no
puede serlo llámese esa fuerza nacionalcatolicismo
franquista, sionismo
institucionalizado o mayoría absoluta
en el gran teatro de sombras de un “Parlamento
representativo” cualquiera (más o menos dilapidada y cuestionada socialmente)...
Uno no puede soportar racionalmente esa eterna y continuada estrategia del poder dirigida a la estigmatización de la disidencia como delito, crimen o locura.
Pero lo cierto es que, ante tantas causas que imposibilitan la equidistancia y
hacen el entorno racionalmente insoportable, uno, a veces, se agota... Y
hasta echa de menos aquellos veranos infantiles en los que nuestras vivencias
estaban abiertas al tedio y el aburrimiento.
Nacho Fernández del Castro, 8 de Julio de 2014
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