sábado, 25 de noviembre de 2017

EL CENTRO MUNICIPAL INTEGRADO DEL LLANO CONTINÚA, EL MARTES 28 DE NOVIEMBRE, LA PROGRAMACIÓN DEL TERCER CUATRIMESTRE DEL 2017 DE SU FORO DE FILOSOFÍA POPULAR CON UNA REFLEXIÓN FILOSÓFICA EN DIALÉCTICA DE LO ESCATOLÓGICO AQUÍ Y AHORA (DEL RETRETE COMO ESPACIO –Y TIEMPO- DE REFLEXIÓN AL «AMOR A LA SABIDURÍA» COMO EXCREMENTO)

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El Centro Municipal Integrado de El Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón), en su sesión del mes de Noviembre-2017 (Martes, 28, a las 19’30 horas)  del Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora” abordará el tema «La filosofía en dialéctica con lo escatológico aquí y ahora: Del retrete como espacio (y tiempo) de reflexión al “amor a la sabiduría” como excremento». La sesión se plantea como un acercamiento general y concreto a las perspectivas y concepciones desde las que “lo escatológico” ha establecido una cierta dialéctica histórica con nuestra forma de ver y pensar el mundo… Para ello nos centraremos en los sentidos mundanos de “lo escatológico” que encuentran su etimología en el griego skor, skatos= excremento + logos= tratado: 1/ “Que tiene relación con la escatología o estudio y tratado de los excrementos y suciedades”; 2/ “Se aplica al lenguaje que es grosero e indecente, incluyendo las supersticiones y dichos sobre los excrementos”… Dejaremos, por tanto, a un lado (aunque no totalmente) el sentido teológico procedente del griego eskhatos= último + logos= tratado: En Teología, “que tiene relación con la escatología o conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba, al destino último del ser humano y del universo”.

El hecho es que, ya decimos, muchos seres humanos “evacúan” (evacuamos) sus mejores reflexiones, sus lecturas más provechosas y hasta, en ocasiones, sus escritos más lúcidos y lucidos en la intimidad del retrete, ese rincón de la privacidad que nos permite sentirnos seguros, convencidos de que no habrá interrupciones molestas, refugiados tras una puerta con cerrojo que a nadie extraña… Un refugio personal, en fin, propicio a la relajación del cuerpo y el flujo libérrimo de las ideas. Es un hecho que el retrete, gran símbolo de las políticas públicas de saneamiento universal (lo que llevó a la Asamblea General de las Naciones Unidas a dictar el 24 de julio de 2013 la Resolución 67/291 por la que «decide designar el 19 de noviembre Día Mundial del Retrete en el contexto de la propuesta Saneamiento para Todos», plasmada en una campaña de toma de conciencia de la importancia del acceso sostenible al agua potable y a servicios básicos de saneamiento), ha salvado más vidas que cualquier medicamento (para decirlo con palabras de la propia Organización de las Naciones Unidas al señalar como tema del Día Mundial del Retrete 2017 el de las Aguas Residuales bajo el lema “¿Dónde van las heces?”: «Los retretes salvan vidas porque evitan que a través de las heces humanas se propaguen enfermedades mortales. Sin embargo, 4500 millones de personas no cuentan en sus viviendas con sistemas que eliminen los excrementos de forma segura. Celebramos el Día Mundial del Retrete para concienciar acerca de la crisis mundial de saneamiento y fomentar medidas que la resuelvan.
Para 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en concreto el ODS 6, tiene por fin hacer llegar el saneamiento a todos los habitantes del planeta, reducir a la mitad las aguas no tratadas y aumentar su re-utilización. […] Este año, la celebración del Día Mundial de Retrete se centra en el tratamiento de las aguas residuales, al igual que el pasado Día Mundial del Agua. En este contexto, nos hacemos la pregunta “¿Dónde van las heces?”.
Para alcanzar el ODS 6, es necesario que las heces pasen por un proceso compuesto por cuatro fases: 1- Depósito: Las heces deben depositadas retretes higiénicos y almacenadas en fosas o contenedores herméticos, de manera que los excrementos no entren en contacto con las personas. 2- Transporte: Tuberías o servicios de vaciado de letrinas para llevar las heces a la fase de tratamiento. 3- Tratamiento: Las heces deben ser tratadas y convertidas en aguas residuales y deshechos depurados para que se puedan volver al medio ambiente sin que supongan un riesgo para la salud pública. Y 4- Eliminación y reutilización: Las heces, una vez tratadas correctamente, se pueden reutilizar como combustible o fertilizante.»
)… Pero no lo es menos que, a medida que se va extendiendo por sociedades más saludables, podemos decir que vamos al retrete, luego pensamos, luego existimos. Una existencia más allá de toda duda (Cartesius dixit, porque ni el genio maligno puede evitar nuestras necesidades de defecar) que no puede ser ajena al hecho de que hoy hay dos mil cuatrocientos millones de personas que carecen de letrinas adecuadas y mil millones se ven obligadas aún a defecar al aire libre. «Primum vivere, deinde philosophari», dice el adagio latino de diversa atribución (¿Hobbes?, ¿Descartes?, incluso en el soneto “Dálogo entre Babieca y Rocinante” del Prólogo de El Quijote se utiliza una fórmula opuesta, pues, el caballo del Cid se enreda en la siguiente conversación con el asno de Sancho: «…-¿Es necedad amar? -No es gran prudencia. / -Metafísico estáis. -Es que no como…») y, en efecto, debemos hacernos conscientes del privilegio que supone, aquí y ahora, disponer del tiempo y el espacio para sentir el platónico asombro que nos lleve a interrogarnos socráticamente para, conociéndonos a nosotros mismos en nuestras propias miserias, reflexionar sobre cuanto nos rodea. La falta de acceso a un retrete o la deficiencia del mismo no sólo aumentan el riesgo de enfermedad, sino que convierte especialmente a mujeres y niñas en potencial objeto de abusos y violaciones por falta de refugio para la privacidad de sus deposiciones... Pero, ¿no es la ausencia de retretes adecuados, más allá de esos riesgos físicos radicales, también una pérdida, para mujeres y hombres, niñas y niños, de la ocasión para “pararse a pensar”, desde un refugio seguro en medio del más o menos agitado devenir de la vida?. Porque, como la disposición de fuentes seguras de agua potable y el acceso a un buen saneamiento se consagran como derechos humanos básicos, también la Conferencia General de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) proclamó, el 29 de Julio de 2005 (Resolución 33C/45), el tercer jueves del mes de Noviembre como Día Mundial de la Filosofía por cuanto  «La filosofía es el estudio de la naturaleza de la realidad y de la existencia, de lo que es posible conocer, y del comportamiento correcto e incorrecto. Proviene de la palabra griega “phílosophía”, que significa “el amor a la sabiduría”. Es uno de los campos más importantes del pensamiento humano, ya que aspira a llegar al sentido mismo de la vida.
Muchos pensadores afirman que el “asombro” es la raíz de la filosofía. De hecho, la filosofía proviene de la tendencia natural de los seres humanos de sentirse asombrados por sí mismos y por el mundo que les rodea. La filosofía nos enseña a reflexionar sobre la reflexión misma, a cuestionar continuamente verdades ya establecidas, a verificar hipótesis y a encontrar conclusiones. Durante siglos, en todas las culturas, la filosofía ha dado a luz conceptos, ideas y análisis que han sentado las bases del pensamiento crítico, independiente y creativo.
Para la UNESCO, la filosofía proporciona las bases conceptuales de los principios y valores de los que depende la paz mundial: la democracia, los derechos humanos, la justicia y la igualdad. Además, la filosofía ayuda a consolidar los auténticos fundamentos de la coexistencia pacífica y la tolerancia.»
Pero, como señalaba el psicoanalista francés Dominique Laporte en su Historia de la mierda (1978 –edición en castellano en Pretextos, 1998-), «De la mierda no se habla. Pero ningún objeto, ni siquiera el sexo, ha dado tanto que hablar, y esto ha ocurrido siempre»… Y así sigue la cosa. Por eso es cada vez más urgente y necesario, a medida que nuestras sociedades producen más y más excrecencias y basuras, el debate público racional sobre “lo excrementicio”, ya incorporado a la cultura y núcleo constante de transgresión…  ¿Cómo no hablar y reflexionar sobre algo tan cotidiano (pensemos, por ejemplo, en los tres mil millones de rollos de papel higiénico que se utilizan cada año en España) que, inevitablemente, “pringa” nuestras sociedades, su cultura, sus artes y hasta sus religiones?... ¿En qué momento, por ejemplo, un meadero (como propuso Duchamp) puede convertirse en una obra de arte?: la cosa no puede, por supuesto, depender de una aislada voluntad subjetiva cualquiera, sino que, cuando  el pintor normando Marcel Duchamp hizo su propuesta de “arte urinario” en 1917, enviando la fountain de forma anónima a un jurado artístico norteamericano (del que él mismo formaba parte) tras seleccionarlo entre centenares de objetos similares en una fábrica de artículos sanitarios producidos en serie, introducía un factor objetivo que diferencia ese urinario (tan reconocido y reconocible hoy en todo el orbe), de cualquier otro mingitorio idéntico dedicado a su “función instrumental” recibiendo orina anónima: una firma (que no fue la de Duchamp, sino el seudónimo R. Mutt, el orondo y divertido héroe de cómic bien conocido entonces por el público estadounidense) y la ubicación (con cambio de funcionalidad) que ella le proporcionaría a través del jurado. Éste, salvo Duchamp mismo, ignoraba la identidad del autor de esa propuesta que se situaba entre la astracanada intrascendente y la transgresión revolucionaria que acabaría por desencadenas cambios estéticos decisivos: los objetos «ready-made», tal como Duchamp los llamó por estar previa e industrialmente confeccionados, entraban en las salas de arte para quedarse. Y es precisamente la pragmática simbólica, la intencionalidad del artista al “imponer su presencia” en ellas sin cambios materiales visibles, lo que transforma su significación, pasando de la condición primaria e higiénica que lo vincula a los excusados a una secundaria y estética en la pared de un museo… ¡El «ready-made» como punta de lanza que introduce, para quedarse, lo escatológico cotidiano en la historia del arte de vanguardia! (reflexiones de gran interés a este respecto ofrece Jean Clair en De inmundo: Apofatismo y apocatástasis en el arte de hoy -2004, con edicón en castella en Arena Libros, 2007-).
Y esto nos retrotrae a las fuentes teológicas del sentido de lo escatológico pues, por ejemplo, el hecho de que uno de los nombres del Diablo sea Belcebú, «el señor de las moscas», se debe, según el medievalista José María Miura, a que siempre se consideró que el Angel Caído debía de vivir rodeado de excrementos… Y los Evangelios apócrifos cuentan que, ante los presentes recibidos de los Magos de Oriente, la Virgen María les entregó un pañal del Niño Jesús con inequívocas muestras de uso (al que luego se atribuirían poderes milagrosos, asegurando a día de hoy la catedral Vieja de Lérida y la de Valencia la conservación de reliquias procedentes de tan, en todos los sentidos, escatológico objeto). Y tampoco el Islam se “libra del marrón”: Abu Ayyub al-Ansari (Medina, 576- Constantinopla, 674) precisó en su obra Sahih las concretas nstrucciones de Mahoma al respecto: «Cuando vayáis a defecar, no os pongáis enfrente ni de espaldas a la alquibla, sino en dirección al este o al oeste»; y Abu Hurairah (Baha, 603- Medina, 681), compañero del propio Mahoma,  relata en sus hadices cómo el Profeta se limpiaba con piedras tras evacuar. Por otra parte, Laporte alude a la deificación que los egipcios hacían de los excrementos de lagarto; y atribuye a la tribu de los Samoas en la Polinesia la celebración de los recién nacidos “como excrementos de sus dioses”.
Imagen relacionadaPero, volviendo a lo terrenal, lo cierto es que la historia de lo escatológico está inequívocamente inserta en la propia historia del progreso (véanse, por ejemplo, además del citado libro de Laporte, otros más recientes como Una vieja historia de la mierda de Alfredo López Austin y Francisco Toledo –CEMCA, 2009- que sigue, en buena medida, la vía antropológica abierta por John Gregory Bourke en su Escatología y civilización: Los excrementos y su presencia en las costumbres, usos y creencias de los pueblos –con edición en Círculo Latino, 2005-, para desembocar en un enfoque más político en Suciedad, cuerpo y Civilización de José Manuel Silvero –UNA, 2014-): alrededor de las letrinas de la gran civilización romana se desarrollaba una intensa vida social (incluso con falsas deposiciones cuyos falsarios ejecutantes sólo pretendían establecer conversación por ver si los invitaban a cenar); y, a veces, lo fecal envuelvía incluso los momentos culminantes de las vidas más egregias (recoge, por ejemplo,  Lucio Anneo Séneca -Córdoba, 4 a.N.E./ Roma, 65 d.N.E.- en su satítica  Apocolocyntosis divi Claudii las supuestas últimas palabras del emperador Claudio antes de morir: «Vae me. Puto, cocacavi me. Quod an fecerit, nescio: omnia certe concacavi.»; es decir: «¡Ay de mí, creo que me he cagado! Cómo ha podido suceder, no lo sé, pero lo cierto es que me he llenado todo de mierda.»)… No tan dramática y postrera es la anécdota que nos ofrece el bibliófilo escritor Rafael Solaz en su opúsculo autoeditado Elogios al buen cagar. De la mierda y sus derivados: Obra útil a naturales y forasteros (2005) sobre cómo San Agustín (Tagaste, 354- Hippo Regius, 430) da cuenta, en La ciudad de Dios (412-426) de un hombre que había adquirido una habilidad extraordinaria en el arte de soltar ventosidades, circunstancia que el propio autor cree ver repetida (en un marco ya de “ventosa –no sabemos si venturosa- estética”) en la Valencia de los años 70, con el concierto de pedos ofrecido en un pub por un alegre mozalbete. En cualquier caso, parece que, todavía en el siglo XIX, era costumbre de algunas tribus australianas mantener animados coloquios mientras satisfacían las necesidades evacuatorias… Pero de las letrinas colectivas se fue pasando a las privadas, primero como símbolo de distinción de reyes y grandes nobles, para extenderse luego, poco a poco, por la plebe, de suerte que «el aumento de la riqueza trajo consigo la costumbre de hacer privada la defecación». Aunque también cabe señalar, con Laporte, que en ese proceso surge el concepto de intimidad, hasta entonces desconocido (como se puede ver en la avanzada carta, de 9 de octubre de 1694, en la que la duquesa de Orleans confía sus tribulaciones a la electriz de Hannover con respecto a lo incómoda que resulta la falta de excusados en el palacio de Fontainebleau: «Sois muy dichosa de poder cagar cuando queráis. [...] No ocurre lo mismo aquí, donde estoy obligada a guardar mi cagallón hasta la noche. [...] Tengo la molestia de tener que ir a cagar fuera, lo que me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada. Item todo el mundo nos ve cagar...»).
Resultado de imagen de La gente habla más mierda de la que cagaVolviendo incluso mucho más atrás encontramos el sentido diagnóstico, curativo y hasta cosmético de las heces: Hipócrates (Cos, 460- Tesalia, 370 a.N.E.), padre griego de la medicina, ya intuyó que lo que sale por el ojo del culo (Quevedo dixit) dice mucho de lo que hay dentro, aunque nunca llegara a prescribir ni a curar con mierda pese a que no son escasos los testimonios que prueban tales usos curativos durante siglos: Laporte señala como los egipcios hacían oler a las mujeres emanaciones de desechos conservados de cocodrilo para calmar la histeria; y hasta en la Francia el siglo XVIII se utilizaba un destilado de boñigas de vaca, eufemísticamente nombrado “Agua de Milflores”, para aliviar las inflamaciones de llagas y tumores, a la vez que para combatir la calvicie se empleaba un compuesto cuyo “principio activo” eran los excrementos de rata… Y es que está perfectamente documentado el amplio uso de plastas y orinas en cosmética al menos hasta ese siglo XVIII (parece que en el siglo IV San Jerónimo inició una campaña contra estas costumbres, pero no debió de tener gran éxito, porque en una obra francesa de 1752 se cita a «una mujer de alcurnia» que tenía un criado «joven y muy sano» al que le encargaba envasar sus excrementos para obtener de ellos maquillajes supuestamente suavizantes y embellecedores de la piel).
Resultado de imagen de La gente habla más mierda de la que cagaLa mierda, la basura, lo excrementicio llegan, pues, a ser un tesoro con distintos valores reales y simbólicos: así lo pueden atestiguar los  Koun-tse-fan de la China del siglo XIX, esos retretes públicos dispuestos en fila y guardados por un agente cuyos usuarios no sólo no tenían que pagar al guardián, sino que recibían de él una moneda en pago por la mercancía que acababan de depositar y que, seguramente, serviría de abono en los campos de cultivo.
Imagen relacionadaAún así, cabe afirmar que el interés académico por lo escatológico se ha vinculado, sobre todo, a su uso en las letras y en las artes… Y es que ¿cómo  renunciar a la mierda, que es una de las grandes bazas cómicas de la primera parte de El Quijote (1605); que es piedra angular de la obra jocosa de Quevedo (incluyendo sus divertidas Gracias y desgracias del ojo del culo, 1623); que llevó a Jonathan Swift a plantear satíricamente, en  El arte de meditar sobre el retrete (1727), la construcción de letrinas de lujo por todo Londres; que condujo el afán provocador de Henry Miller a Leer en el retrete (1952)?... ¿Cómo ignorar que la mierda se ha convertido en simbólico instrumento de ataque al orden social establecido para una parte significativa y relevante de la poesía contemporánea, especialmente las vanguardias, cuyo lema podría estar en el verso «Somos marginados y hacemos de la mierda nuestra bandera»?, ¿cómo desconocer su conexión con esa riada de opúsculos escatológicamente mordaces que, casi clandestinamente (y recogida por Solaz en su breve tratado), circularon por circuitos paraliteriarios (en frecuente hermandad con la literatura erótica de los siglos XVIII y XIX) con títulos como La Oración en defensa del pedo (Pro crepitu ventris) (Manuel Martí, 1776) o Los perfumes de Barcelona: Canción catable, si la oliera el diablo que la leyera (1870 en una de sus últimas versiones); un fenómeno transnacional como lo demuestra la  Biblioteca Scatologica, publicada  en París en 1849 como recopilación, de cientos de opúsculos similares aparecidos, muchos aún en latín, por toda Europa entre los siglos XVI y XIX?... No se puede, porque hoy, evidentemente, ese hacer literario vuelca su flujo en Internet (incluyendo la imagen y el “reality”: podemos, por ejemplo, encontrar decenas de taxonomías de tipos de mierda en tono más o menos humorístico o páginas que recopilan fotos digitales de deposiciones para que sean votadas y jerarquizadas en un ranking)... No podemos porque la transgresora sononidad del “caca, culo, pis” infantil es aprovechada por la industria editorial en decenas de libros escatológicos para la infancia, como El libro de la caca (Pernilla Stalfeli, 2012), con diez mil ejemplares impresos sólo en España (y es que su comienzo resulta irrefutable: «Si estás vivo tendrás que hacer caca de vez en cuando»). Así que, ¿por qué no, hablar de ello?... Y es que ha de ser posible pensar, incluso, en la repugnancia y el asco que puede llegar a provocarnos (véase la certera y prolija Anatomía del asco, 1997, que nos ofrece William Ian Miller –con edición castellana en Taurus, 1998-) para enfrentarnos al hecho de que buena parte de la historia de las ideas de estos últimos doscientos años se ha construido sobre la consagración de la idea de lo límpido como poderoso principio civilizatorio y garante de la consolidación de la modernidad frente a la barbarie... Y lo ha hecho desde un imaginario del higienismo en el que la mierda (material y simbólica) es el núcleo generador de prácticas condenadas por prejuicios y temores al secretismo y la ocultación… ¿Debemos, por ejemplo, acatar que la lengua, escrita y hablada, esté “higienizada por lo políticamente correcto” para evitar así cualquier posible “contagio indeseable”?. Allí donde los cuerpos disciplinados hasta el disparate del bodybuilding se consideran “impecables”, la demonización de lo excrementicio, de la basura, de lo sucio es un instrumento valioso para quienes pretenden controlar esos cuerpos y sus comportamientos… Fueron primero ideas como la de “pureza excelsa” las que,  coligándose con otras como las de “virginidad” o con la condición de “inmaculado” en la voluntad de instituciones “rectoras de cuerpos y almas” (como la Iglesia o la Escuela), convirtieron la idea de “mancha”, de “mácula”, en un núcleo trascendental de estigmatización que, al fundir en su deshonra a las “gentes anormales” con las “moralmente sucias”, hace aflorar el espacio, simbólico y real (pongamos, por ejemplo, el “gran encierro” foucaultiano), que reúne a “los inmundos”, y, paradójicamente,  ese “lugar propicio a los que están fuera del mundo” (parafraseando el verso de Ángel González), en sus periferias, no puede ser otro que el lugar secreto que todos pretenden soslayar porque es “donde está la mierda, lo repulsivo, lo asqueroso”; o sea, el retrete simbólico del mundo…  Un paisaje repugnante en el que se funden y confunden basuras, nativos, campesinos, emigrantes, clandestinos y desahuciados de todo tipo, desechos varios y todo tipo de residuos y excedentes: son los límites de nuestras ciudades donde habitan nuestros peores temores de “ciudadanía normalizada”, de “seres de este mundo”. Por eso se sitúan barreras entre un “nosotros”, limpios urbanitas, y un “ellos”, habitantes de lo inmundo, apenas un velo que nos aporta un poco de seguridad y cierta confianza… Porque la mancha debe ser limpiada siempre y a cualquier precio, sometiéndola en el peor de los casos a la negación simbólica, al ocultamiento precario bajo las raídas alfombras sociales de lo inmundo. Por eso, bien aseados nos sentimos seguros, rodeados de gentes como nosotros, centradas y ordenadas. Pero es así que «sin basura no podríamos vivir», Gustavo Bueno dixit (en una lúcida introducción más genérica a Telebasura y democracia, Ediciones B, 2002), por lo que se trata más de clasificar (para clarificar) que de calificar (para descartar) esa basura, de separar las texturas sobrantes dadas distinguiendo las adventicias de las segregadas por la descomposición de nuestra propia forma de ser y estar en el mundo…
Imagen relacionadaPorque, digámoslo ya, la certeza más evidente de nuestra vida es que un día la perderemos, que en algún momento, antes de cien años, vamos a morir y que nuestro cuerpo corrupto desaparecerá en asqueroso y repugnante fango; es decir, el mero hecho de nuestra corporeidad  nos remite inexcusablemente a lo infame. Así que, como nuestro orgullo choca con su condición mortal y limitada por ese escatológicamente bíblico (con ecos de bolero) “retorno al lodo”, en nuestra cotidianidad se suceden dudas e ilusiones en un ejercicio de humano (y filosófico) asombro que nos sitúa ante nuestra verdadera esencia; porque es esa conciencia de repugnancia y asquerosidad inevitables la que nos permite superar el aséptico mito de “lo límpido” (que impone cosmovisiones en las que todo está claro, es perfectamente lógico y permanece “en el sitio que le corresponde”)... Para seguir interrogándonos, reevaluando nuestra relación con las cosas, reorganizando lo que nos rodea, matizando las convenciones y buscando puertos de amarre persuadidos de que siempre serán precarios. La duda, esa piedra angular de la modernidad cartesiana, sigue siendo nuestra verdadera “arma cargada de futuro” (como decía Bakunin, «quien no duda, no avanza») y, por ello, debemos preguntarnos: ¿seríamos mejores seres humanos si entramos en conflicto con las convenciones más establecidas que separan lo “normal” de lo “inmundo”?, ¿cabe exigir en todo lugar y tiempo que, más allá de correcciones políticas, la asunción de la propia corporeidad, infecta y escatológica, ha de ser punto de partida de cualquier acción política (a fin de cuentas, corporeizar el tópico agustiniano, «hombre [corpóreo] soy y nada de lo que es humano me es ajeno», sería ya un principio revolucionario)?.
Porque debemos sostener, con Martha Nussbaum (El ocultamiento de lo humano: repugnacia, vergüenza y ley, 2004 –con edición castellana en Katz, 2006-), que la repugnancia ha sido utilizada a lo largo de la historia como un poderoso instrumento al servicio de los esfuerzos sociales dirigidos a la exclusión de grupos y personas: nuestro impulso hacia la ruptura con nuestra condición animal es tan intenso que ya no nos basta con proscribir heces, cucarachas y animales rastreros o viscosos; necesitamos un grupo de humanos para unirnos contra ellos, un “otros” que demonizar, una alteridad que podamos cargar de perversiones y máculas para situarla en el límite entre lo humano y lo asimilable como vilmente animal. Toda cultura, toda sociedad, todo pueblo a lo largo de la historia y en cualquier lugar del planeta se ha ocupado del cuerpo, de sus cuidados y conflictos relativos a la sexualidad, la manifestación de emociones,  la higiene, la moralidad, la dietética, la indumentaria o las diversas prácticas para su mantenimiento, pero lo ha hecho con la voluntad de generar un estado de cosas al servicio de esa instrumentalización normativa excluyente de grupos humanos, en una suerte (o desgracia) de orden desordenado que debe ser sometido a crítica… Porque, si dejamos de preguntar (y preguntarnos) por lo incuestionable, acabará por multiplicarse “lo que no admite cuestionamiento”… Y es así que el “pensar” y el “decir” no puede partir sino del asombrado interés por temas cotidianos capaces de despertar un legítimo y desinteresado amor a la verdad… ¿Puede, por ello, nestro pensar y saber mostrarse ajeno al déficit de satisfacción de las necesidades básicas (incluyendo el acceso a retretes salubres) de tantos seres humanos que malviven estigmatizados y repugnados en “lugares inmundos” –lugares a los que se condena también los “saberes residuales”, verdaderas excrecencias del pensamiento en un mundo gobernado por la límpida utilidad y el beneficio inmediato-?.
Imagen relacionadaDice un tópico que  «somos lo que comemos», pero aceptarlo daría mayor propiedad al «somos lo que cagamos»… Así lo veía ya el viejo relato nahua de Matlapa (San Luis Potosí): «Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera. Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole.»… Así que, ante un poder (mundano) que se manifiesta aquí y hora, primero y ante todo, como poder simbólico, imponiendo los grupos dominantes los significados acordes con sus intereses para construir representaciones de la realidad coherentes con su posición de dominio, ¿no es “el lugar de la basura”, patria de la gente inmunda, un espacio propicio al pensar resistente y a la ·denuncia escatológica” –desde la reivindicación del “divino agujerito”- del imaginario de esta opresión de lo límpido?. Y, ¿cómo socializar, cuando la “funesta manía de pensar” tanto estorba, ese hálito de cuestionamiento resistente capaz de leer el mundo más allá de los imaginarios hegemónicos de lo establecido, si no es desde el espacio olvidado de la intimidad serena, el retrete?... ¿Más (y más cómodos) retretes, en fin, para más (y mejores) pensamientos resistentes y rebeldes?.

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Todo ello será desarrollado, en sus aspectos conceptuales básicos y ejemplos problemáticos, por el propio coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro (Profesor de Filosofía de Secundaria). Como siempre, se facilitará a las personas participantes documentación sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés), en un dossier elaborado por el coordinador del Foro. Tras su intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre todas las personas presentes. La sesión (que se celebra en relación con los Días Mundiales de la Filosofía –tercer jueves, 16, de Noviembre- y del Retrete -19 de Noviembre-) tendrá lugar en el Aula 3 de la Segunda Planta, con asistencia libre.

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