jueves, 23 de octubre de 2014

Pensamiento del Día, 23-10-2014



«No te preocupes, no te avergüences de sentir lo que sientes, Es más, deberás eternizar este tiempo, no olvidar jamás como eres en esto momento, como fuiste, como deberías ser siempre. No se trata de que no olvides a determinada persona sino de que no olvides cómo eras tú en este tiempo, por mucho que llegue a convertirse en pasado remoto… Resulta esperanzador que estas cosas no dejen de ocurrir.»



(Ramiro PINILLA; Bilbao, Vizcaya, Euskadi, 13 de septiembre de 1923 - Baracaldo, 23 de octubre de 2014.  
La tierra convulsa –Verdes valles, colinas rojas. Parte I-, 2004 -1986-.)



En este reino de la apariencia, mientras respetables figuras luchadoras en todos los frentes de la vida reciben el homenaje de quienes se han elevado en la vida por la sangre, las añagazas y el dinero, es una pérdida totalmente irreparable el silencio impuesto por los ciclos biológicos a la voz de Ramiro Pinilla... Porque él, temprano Premio Nadal (Las ciegas hormigas, 1960), posterior finalista del Premio Planeta (Seno, 1971), Premio de la Crítica en dos ocasiones (ya en 1960 y en 2005 por Las cenizas del hierro, Parte III de su magna trilogía Verdes valles, colinas rojas, 2004-2005, sobre la reciente historia vasca), Premio Nacional de Narrativa por esta última obra, doble Premio Euskadi de Literatura en Castellano (por La tierra convulsa, Parte I de la trilogía citada que –con precedente en 1086-, apareciera en 2004; y por su postrero Aquella edad inolvidable, en la que, en 2012 y con casi noventa años, retratara las efímeras hazañas balompédicas de Souto Menayas, “Botas”, goleador histórico del Athletic en la final de Copa de 1943 devenido en cojo), nunca dejó de ser el “verdadero rojo” de sus orígenes y, retirado a Getxo, su tierra prometida, fue pionero en la práctica todo tipo de vías marginales de comercialización, ajenas a la dictadura de los mercados... Incluyendo la autoedición, en tiempos mucho más complicados que los actuales, a través de su Libropueblo que distribuía en Bilbao, para sonrojo de los modernos paladines de los derechos de autor y demás abanderados de la concepción meramente monetaria de la cultura, ¡a precio de coste!...



Así que leer a Pinilla es encontrarnos de frente con la más fluida y excelsa, la más transparente y humilde, la más asombrosa y resca fuente de nuestro devenir colectivo del pasado siglo... Hermosas palabras que, desde la honradez sin sombras de un aislamiento rural buscado (después de máquinas navales, fábricas de gas o álbumes de cromos), observan con calmada necesidad expresiva la contribución de los maketos a la consolidación del tejido industrial, el auge del nacionalismo, los males de toda guerra o, en general,  las pequeñas venturas y grandes desventuras personales de la buena gente de a pie.



Pinilla fue, es, un ejemplo vital incuestionable para quienes pensamos que cada cual debe poner todos sus talentos a disposición de la lucha por un mundo más humano, más capaz de acoger y dar abrigo a cada cual, menos dado al olvido y mucho más presto a la hora de reconocer la diversidad como fecundo cimiento (necesario) de la convivencia del mañana...



Leer a Ramiro Pinilla (recuperado en sus últimos años por una editorial de prestigio y amplia distribución) es el mejor homenaje que se le puede hacer... Porque la voz literaria del entrañable Roque Altube de su trilogía sea eterna, aunque Samuel Esparta, el detective que creara al final de su vida para resolver un crimen sin esclarecer en esa magna obra (Sólo un muerto más, 2009) y, de hecho, cerrara su producción narrativa (El cementerio vacío, 2013), ya no podrá resolver(nos) más casos.



Nacho Fernández del Castro, 23 de Octubre de 2014

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