sábado, 25 de octubre de 2014

Pensamiento del Día, 25-10-2014



«Se dispersaron en la calle, y se quedaron los últimos Souto y Petaca. Las palabras de este en su despedida llevaban una carga plomiza: —Botas, mételes en Madrid el gol de la Copa para que el hijoputa de Franco nos la tenga que entregar a los vascos.
Ante la dureza de los entrenamientos Souto llegó a pensar que si se extendieran a las categorías inferiores surgiría una legión de mitos como Yermo y Belauste. Volvía a casa tan roto que si alguna vez esperó que la madre hablara fue entonces. Sentía a Cecilio muy próximo a sus agotamientos, sobre todo desde la noche en que le oyó al retirarse a dormir: “Hoy el chico ha roto las botas”. Pero seguía cumpliendo bien en sus citas con Irune en la playa.
Souto era un gran chutador, potente y colocando el cuero. El portero Lezama le temía. En cambio, sus remates de cabeza no pasaban de normalitos y el entrenador lo sometió a palizas intensivas. Los extremos Iriondo y Gainza lo bombardeaban desde las bandas y Souto desviaba con su testa balones que por la mañana eran de cuero y al final de la jornada le parecían de piedra. El sueño del rematador consiste en colar el balón por uno de los dos ángulos superiores “quitándole las telarañas”. Si, además, este gol resulta decisivo, pasa a los anales y el nombre del jugador a las generaciones futuras. Como si el fútbol fuera un proceso matemático. Medio palmo más allá o más acá no habría gol o perdería su magia, aunque talento y esfuerzo habrían sido los mismos. Existe en proyecto la jugada perfecta, pero solo de tarde en tarde el sueño se realiza. “El fútbol es así”, se filosofa. Pero hay desmayos matemáticos cuando surge el milagro. Uno de los encantos del fútbol es la democracia de los goles, pues tiene el mismo valor uno de sueño que otro metido con el culo.
»



(Ramiro PINILLA GARCÍA; Bilbao, Vizcaya, Euskadi, 13 de septiembre de 1923 - 
Baracaldo, 23 de octubre de 2014. Aquella edad inolvidable, 2012.)



Vivimos en una sociedad del espectáculo donde el valor del esfuerzo y el talento está siempre sometido al registro matemático (léase monetario) de los resultados, porque en esa mercantilización que convierte toda obra personal o colectiva en mercancía con precio, éste acaba por ser el criterio único del valor social del ingenio y denuedo invertidos en el empeño... O sea que el dichoso “espectáculo” continuo acaba por ser bastante tedioso, reiterativo y hasta molesto,  porque tiene poco que ver ya con lo sublime y más bien se ciñe estrictamente a la primera acepción del diccionario, “función o actuación de cualquier tipo que se realiza por divertimento del público”, que a la segunda,  “todo lo que es capaz de atraer la atención o impresionar” (aunque, por ejemplo, nuestra telebasura sobrados méritos haga para acogerse a la tercera: “acción que provoca escándalo o extrañeza”), situando el volumen de jolgorio (inmediato y efímero, cuanto más rápido y fugaz mejor, para contribuir a crear la inmediata necesidad de “otro espectáculo”) y el número de celebrantes en puntual correspondencia con el precio de mercado.



No es que el sistema que gestiona tal sociedad nos convierta en audiencia o clientela, como sostienen los más críticos comunicólogos... Ni siquiera eso. Nos convierte, en realidad, en irracionales “hinchas” dispuestos a celebrar un gol de su equipo aunque, lejos de los sueños, se haya metido con el culo (en falta clara y flagrante fuera de juego, incluso). Es la pseudodemocratización del todo vale. Muy falsa “democratización”, porque, en último extremo, son los gestores del sistema los que deciden qué es lo nos debe alegrar y lo que no... Y hasta la lista cerrada en la que elegir el “club de nuestros amores”.



Ramiro Pinilla bien lo intuía (aunque a gentes como Iñaki Anasagasti –ver “Las fijaciones de Ramiro Pinilla” en su blog, http://ianasagasti.blogs.com/mi_blog/2007/02/las_fijaciones_.html- tanto les molestara).



Nacho Fernández del Castro, 25 de Octubre de 2014

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